lunes, 27 de mayo de 2013

“LA FIESTA DEL CHIVO” de Mario Vargas Llosa

    Esta obra es una de las genialidades del Premio Nobel de Literatura 2.010, cuenta la historia de los acontecimientos que rodearon el tiranicidio de Rafael Leónidas Trujillo, dictador de la República Dominicana desde 1930 a 1961. Está enfocada desde tres puntos de vista, dos contemporáneos y otro una generación posterior.

    El autor nos presenta a Trujillo como debe ser un dictador, perfeccionista, disciplinado, con objetivos claros e inalterables, con un punto de endiosado y falto por completo de escrúpulos en las distancias cortas. Vargas Llosa lo describe en su ancianidad, en la decrepitud del cuerpo, con problemas de próstata, de erección y sobre todo con una gran ineptitud para asimilar el paso de los años. El sátrapa siempre fue inflexible, con sus colaboradores, con su familia, con su pueblo. La relación de exigencia que mantenía con los demás lo llevó a ser temido o a destruir la moral y la salud, con drogas y juergas, de sus propios hijos, de todas formas la profecía se cumpliría, los sucesores serían peor que él, el máximo de perfección al que se puede llegar, el que mejor podría dirigir a su pueblo sería sólo y únicamente él.

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    Por esta razón, porque él mismo se creía que era la salvación de su pueblo, trabajaba con ahínco, no se puede decir que su objetivo fuese sólo enriquecerse, ya que los que gozaron de yates, cochazos y vida licenciosa fueron sus hijos, la amoralidad como reacción a la  intolerancia. El autor nos muestra a un abuelo que se levanta al alba, se viste con escrupulosidad, trabaja más horas que un campesino, visita a su madre y posteriormente, porque él lo vale, porque se lo merece y porque cubre de honores a la joven que elija, tiene a bien ir desvirgando jovencitas que en el colmo de la degeneración, sus colaboradores más arrastrados le proporcionan.

    El dictador ya estaba mayor, pero no parecía que sus días fuesen a acabar pronto. La República Dominicana parecía satisfecha por su evolución, las carreteras, colegios, la balanza exterior, de hecho hoy hay muchos añorantes de Trujillo, sin embargo, también había muchos agraviados, de sus decisiones arbitrarias o duras, sus matanzas, desapariciones, de sus pruebas inhumanas de fidelidad, del miedo, ese miedo que imponía con su sola mirada.

    El escritor nos proporciona una segunda trama, los conspiradores, algunos incluso colaboradores directos suyos, esperan a que se aproxime el coche del dictador camino de su desahogo sexual nocturno, para matarlo. Entre recuerdos y proyectos se desarrollan los pasajes donde Modesto Díaz, Salvador Estrella Sadhalá, Antonio de la Maza, Amado García Guerrero, Manuel Cáceres Michel («Tunti»), Juan Tomás Díaz, Roberto Pastoriza, Luis Amiama Tió, Antonio Imbert Barrera, Pedro Livio Cedeño y Huáscar Tejeda, los ejecutores de la emboscada al vehículo, nos son presentados, cada uno con su particular origen motivacional, derivados de la arbitrariedad y tratamiento despiadado del Generalísimo.

   La tercera trama es la de Uranita Cabral, hija del presidente del Senado, objeto de la obscenidad, inmoralidad y necesidad de sexo extremos con menores para contentar las aspiraciones de juventud perdida del viejo, decrépito, corrompido y corruptor.  Para ahondar en el horror, Vargas Llosa nos relata los episodios que derivaron en que el propio Sr. Cabral  pusiera a disposición del “Jefe” su hija del alma. La degeneración del poder, el miedo a perderlo, el terror al “Chivo” hacen de este progenitor el ser más penosamente depravado de la obra.

    La historia de esta chica es novelada, Urania es una más de la cientos de chiquillas que pasaron por los atributos sexuales del tirano, sin mala conciencia, como el que hace un favor, qué malo es el miedo!

    La prosa de Vargas Llosa es admirable, perfecta, llena de ritmo, nos muestra episodios históricos con cualidades de proximidad, como si se tratase de creación novelada, de hecho te tienes que ir a investigar porque tal profundidad en el detalle piensas que no puede ser verídico, pero no es así, D. Mario estaba allí, lo documentó, él lo vio, lo recreó y nos lo contó, detalló con efecto ecfrástico  el ritual con que se vestía Trujillo, yo sufrí como si hubiera estado in situ con la desfloración de la chica, porque había ocurrido, así, en multitud de ocasiones. Don Mario usted sí que es un Dios de la narrativa, usa las herramientas con suprema maestría, se documenta hasta el extremo de la nimiedad y crea como sólo los genios pueden hacerlo.

Ana E.Venegas



    

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