Mientras que no todos los artistas son ajedrecistas,

todos los jugadores de ajedrez son artistas

Marcel Duchamp  

Se cuenta que la obsesión de Marcel Duchamp por el ajedrez era tal, que llegó escaparse en su luna de miel a jugar en un club cercano unas partidas rápidas. Y esto llevó a Lydie Fischer Sarazin-Levassor, su flamante esposa, a pegar con cola las piezas de su tablero.

La venganza de su mujer se podría considerar hoy en día un ready made o eso que se entiende hoy en día por lo Duchampiano. Lydie no tenía el menor interés por el arte, y además desmintió que esta historia fuera cierta, atribuyendo el relato a Francis Picabia. Aunque estoy seguro que cualquiera de los discípulos equivocados de Duchamp hubiese firmado de buena gana  una “obra de arte” de esta guisa: unas piezas de ajedrez pegadas a un tablero para posteriormente aplicarles un sentido moral con el que desarrollar un significado; tales como la censura, la dificultad de pensar por uno mismo o cualquier mal axioma de los muchos que se dan para sustentar el arte contemporáneo.

Pero Marcel Duchamp, padre del arte conceptual, no iba por ahí, porque para el artista las piezas de ajedrez  no tenían un gran valor estético, el valor estaba en el movimiento, que viene dado del propio motor de las ideas y en el axioma de la contra argumentación por parte del rival. Porque en el ajedrez no sólo se compite, el ajedrez es un diálogo, un argumento y contra argumento.

Duchamp es el artista que más ha profundizado en la relación entre el arte y el ajedrez, traspasando los límites que hasta entonces se había planteado el mundo del arte en cuanto a la mera representación de dos individuos jugando, como hiciera Cezanne o el mismo Duchamp siendo aún muy joven, cuando retrató a sus hermanos  jugando una partida en el jardín de su casa.

Hay una inversión de valores en la relación entre arte y ajedrez y ajedrez y arte que sirve como herramienta epistemológica, para la creación artística y, probablemente, para el juego.

Para Duchamp, el ajedrez es una realidad mecánica, una realidad cuyo motor es el pensamiento y donde el valor de la pieza depende en un porcentaje del contexto, es decir: se prioriza el lugar donde está colocada la pieza de ajedrez y en qué situación concreta de la partida, pero entendiendo siempre que es una realidad cinética.

En las dinámicas del arte contemporáneo esto significa todo lo importante, la pieza de arte puede tener un valor por sí mismo o no dependiendo de en qué lugar esté colocada, en un museo o en un tambo de la basura y en qué  momento determinado se nos muestra el decurso.

La Fuente, el famoso urinario, es un movimiento dentro del tablero. En el año 1917 Duchamps firmó un urinario con el seudónimo R.Mutt y lo mandó a La Sociedad de Artistas Independientes para que fuese incluido en su exposición anual. Utilizó este seudónimo porque el propio Duchamp formaba parte del jurado.

Duchamp fue un jugador de ajedrez muy fuerte. Miembro del equipo olímpico frances, compartió tablero con Alekhine, tuvo en frente a rivales como Tartakover o al mismísimo Raúl Capablanca y llegó a firmar unas tablas con Frank Marshall.

Marcel Duchamp prevé las reacciones del jurado al que va a presentar el urinario. Anticipa los movimientos y propone los suyos, dibuja en su mente qué es lo que va a ocurrir y la reacción consecuente, según un plan preestablecido, aunque  la mauyéutica excesiva  de la La Fuente pondrá en jaque al arte hasta nuestros días.

Corría el año 1917, la plena primera guerra mundial, y estaba a punto de entrar en la misma, Estados Unidos. No andaba  la cosa para bromas, y supo anticipar el movimiento del jurado; por supuesto, una reacción absolutamente reactiva. No sólo eso, sino que al formar parte del jurado, podría escuchar lo que el resto opinaba de su obra  sin saber que el artista estaba presente y, por supuesto, jugar, porque de eso iba el asunto: de jugar y divertirse mientras escuchaba los insultos a R. Mutt,  el seudónimo del supuesto artista ausente.

Según Duchamp, “es la imaginación del movimiento lo que produce belleza”. Ninguna obra iba a ser rechazada, bastaba con pagar 6 dólares, pero el urinario fue rechazado y sacado de la sala de exposiciones y, en ese movimiento, llamó la atención del público y terminó removiendo la historia del arte.

A mi parecer, Duchamp tenía planteada de antemano su dimisión como jurado a raíz del escándalo que traería el urinario. Aquello fue, en términos ajedrecísticos, una celada, incluso un desplazamiento táctico, ya que nadie recuerda ninguna otra pieza de arte de la exposición de La Sociedad de Artistas Independientes. Paradójicamente, la pieza que se recuerda es la que nunca se expuso, la de “La Fuente”, la del urinario.

Probablemente Duchamp no pensó en ningún sentido de trascendencia, sólo  desacralizar el arte y punto. Poniendo fin al dogma de que el arte tenía que ser moralmente bueno. Y lo trascendente no es el mingitorio en sí mismo, si no la visión del tablero, el contexto y la previsión de las reacciones más allá de lo que pudo imaginar llegando a decir:

Les arrojé a la cabeza un urinario como provocación y ahora resulta que admiran su belleza estética…”

Roberto Gutiérrez Currás