Cuántas evas que en la historia han sido se han visto cruzando la frontera de su propio paraíso para escapar de las jaurías cuya razón es el ladrido, la fuerza de la manada, el mordisco. Cuántos adanes que en la historia han sido han huido despojados de su desnudez más humana, de su paraíso amniótico, para saltar a un país donde empezar de nuevo, donde sentirse un “alien”, donde demostrar su capacidad de adaptación como recurso del vivir por vivir, por el instinto animal de mantenerse vivo. Y cuántos paraísos ha habitado, cuántos hará nacer y cuántos destruirá el sapiens-sapiens en su atemporal condición bifronte. Pero además, cuántas sansonas y sansones amanecerán pelados después de un sueño de ensueño, despojados de su fuerza, de su entidad y de sus posibilidades; cuántas susanas permanecerán en su inocencia hasta que los viejos, los seniles de respeto por lo ajeno, se apoderen de su intimidad hasta que su deseo animal viole mucho más que su espacio vital. Cuántas Judith, cuantos caínes de hace mil años, de hace dos, de esta mañana, han arriesgado la vida por los suyos o han suprimido, borrado, definitivamente deleted, a su Abel, sangre de su sangre y espejo de su miseria moral. Y sobre todo, cuántos Goliats abusones nos han obligado a desarrollar el ingenio de diminutos para resistir, para ejercitar nuestra paciencia y vencer con otras armas, con otras que no son el enfrentamiento directo sino la inteligencia.
El pasado viernes se inauguró en la exclusiva galería de Isolina Arbulú de Marbella una exposición de Javier de Juan, Escrituras Pintadas. Javier sigue siendo el niño bonito de aquellos ochentas madrileños que nos contagiaron a todo el país en un sistema de venas y capilares por el que hasta los pueblos más recónditos de este país se creyeron y lo eran, el huevo duro del picnic. Muchos fueron los artistas que sucumbieron al tiempo, a la mediocridad y se perdieron en los paraísos artificiales del ego, el agotamiento y los psicotrópicos. Javier de Juan no solo sobrevivió, sino que ha seguido creciendo y teniendo capacidad, herramientas técnicas y mucho fundamento intelectual para mantener nuestra atención y provocar el asombro y la meditación más allá de los sugerentes muros y cristaleras del espacio expositivo de la galerista marbellí.
El ser humano actualiza sus estéticas, sus aperos, sus rutinas, pero solo hace falta sentarse a contemplarlo, leerlo o poner en marcha nuestra capacidad empática para reconocerlo a través de todos los tiempos. Es ahí donde las obras mitológicas, la literatura clásica, la Biblia, se nos aparecen como discursos contemporáneos. Y es el lugar donde Javier va a buscar al hombre para descubrir que es el mismo que hoy emigra con trasportines donde proteger a sus perritos toys, como decía Lampedusa, que todo cambie para que todo siga igual. Y no vale intentar frivolizar con que su dibujo es poco preciso, ay amigo, ¿para qué quiero yo una línea de lápiz cuando tengo la fuerza saturada y emocionante de un rojo brillante que se desliza entre el daño, la aceptación y la curiosidad intelectual?
Además de ser genial, Javier de Juan es una persona sólida de trato natural y educado por lo que cada una de sus exposiciones se convierte, de verdad, en un acontecimiento muy bien venido. Gracias Javier por traernos al ser humano que relaciona conceptos que también somos.
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