Hace un
mes llegó a mis manos la última publicación del psicólogo y escritor consagrado
Ignacio García-Valiño, en esa fecha estaba de exámenes y tengo que confesar que
estaba deseando acabarlos para hincarle el diente a esta promesa novelada. Dos
veces me lo he leído, porque cada vez estoy más convencida de que en una
primera lectura el leyente hace una actividad superficial, llevado por la
ansiedad de conocer el desenlace del nudo creado.
Una vez más
ha valido la pena y es que a la lectura de una historia intrigante, con
asesinato, abusos sexuales, bulling, adolescentes en fase rebelde y coqueteos
varios, ha sucedido una reflexión sobre la mujer, la dificultad de encajar en
una sociedad en la que además es madre, oficio que no descuida, profesional,
oficio que tampoco descuida, y es persona con pasiones que le hacen implicarse
y someterse a los dictados sociales y del destino.
Hace poco en
un viaje a San Sebastián coincidí con una psicóloga, esposa de un socio de mi
marido y amiga, con la que discutí sobre el hecho del diagnóstico en la
intervención, yo exponía, erróneamente, que el diagnóstico no era tan importante
como la voluntad de cambio, ahí entraba mi soberbia de educador social, de
seguidora de Viktor Frankl, aquel neurólogo y psiquiatra Austriaco que estuvo
prisionero de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y que escribió “El
Hombre en Busca de un Sentido”, Frankl abandonó sus raíces, las del Psicoanálisis, para abrazar una teoría propia
en la que el ser humano debe dejar atrás los dolores, las humillaciones, los
odios para concentrarse en construirse como individuo más dispuesto a disfrutar del
presente, a mostrarse más sencillo, más feliz.
La verdad
es que no he cambiado de opinión en cuanto a que el ser humano debe aprender
habilidades para encajar más dulcemente en su entorno, para demandar sus
derechos sin crearse enemigos, a seguir los protocolos exitosos, a fijarse en
el comportamiento de las personas a las que le va bien la vida y hacerse con
las conductas que les funcionan. Pero también es verdad que hay heridas que hay
que desinfectarlas para que curen y en la novela de Ignacio vemos cómo hay una
imposibilidad de curar ese herida porque el lesionado no permite que se la
veamos, llegados a ese punto, me pregunto ¿un buen psicólogo, o educador social,
debe permitir que el intervenido no nos dé herramientas para trabajar con él?
Esta obra
de Ignacio es bastante más profunda que la historia de un posible asesinato,
nos muestra las entrañas humanas, las dificultades del individuo y de una
sociedad que permitió y permite injusticias, el tratamiento de los niños
huérfanos, los desahuciados de la crisis, las consecuencias que la historia vivida tiene en las conductas y personalidades posteriores. Mientras, en sus hogares,
supuestamente felices y tremendamente aburridas, sestean las inoperativas
mujeres de hombres importante del Barrio de Salamanca, floreros jóvenes que se
van mustiando con la edad y adquiriendo una tonalidad amarga.
La
protagonista recuerda francamente las obras de Regina Roman “Cuarentañeras” y “Cincuentañeras”,
claro que ella lo hace en tono satírico y con un gran sentido del humor, humor
que no le falta a García-Valiño en algunas escenas de repelús e intento de
asesinato de la Boa que el hijo de la protagonista cría en su habitación, con el
objetivo primordial de escandalizar a su madre. Sin embargo, al contrario que
la Roman, el resto de la obra tiene más bien un espíritu de suspense grave que mueve
a volver la página con avidez de lector intrigado y a permanecer sobrecogido por el horror que sospecha.
Léansela,
se la recomiendo, y háganlo despacio o háganlo dos veces, porque el fondo es
aún más bueno que la forma.
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