martes, 31 de marzo de 2020

"Blas de Lezo en el Cerro" de Ana Eugenia Venegas, en el número 9 de la Revista La Garbía.

    El número nueve de la Revista La Garbía, a cuyo Consejo de Redacciòn pertenezco, acaba de salir. Las circunstancias de confinamiento han llevado a decidir hacer una presentación liberando su descarga. Aquí os dejo mi artículo con fotografía y texto por si no se puede ampliar bien, pero no se pierdan las ilustraciones que he elegido y que tan bien ha maquetado Pepe Moyano. Y no se pierdan el resto de la revista desde la portada hasta el Editorial que llegan a nosotros gracias a Andrés García Serrano. Un gran trabajo. Cuando acabe el confinamiento, háganse con un ejemplar, es objeto de coleccionista.





Blas de Lezo en el Cerro

    El Panteón de Marinos Ilustres se encuentra en la Isla de León, San Fernando de Cádiz, más concretamente, en la ciudad militar de San Carlos. Es un edificio neoclásico proyectado por Sabatini, el de los jardines del Palacio Real de Madrid y está conformado por una pequeña catedral, cuya sacristía recuerda más al puente de mando de un buque que a la consabida retaguardia de las iglesias parroquiales. Acoge numerosas visitas de todo el mundo y no es difícil encontrarse con cincuenta personas alrededor del guía más profundo y gaditanamente divertido del que hayamos tenido noticias. Eso sí, no se pueden hacer fotos, y es que este singular monumento se encuentra dentro de las dependencias de la Escuela de Suboficiales de la Armada y, aunque el visitante es acogido con una cordialidad y hospitalidad sobresaliente, hay que ser consciente del lugar que se visita.

    “El Nervio Óptico” es la lectura que me ha ayudado a relacionar conceptos y ha motivado este artículo. Es también, la ópera prima de la argentina María Gainza que cuenta en apenas 160 páginas la historia de su familia y el catálogo de obras “secundarias” que cuelgan de las paredes de los museos de Buenos Aires. Dos veces tuve que leer la obra, la segunda, con papel y lápiz para comprender lo que María nos quiere contar con su novela, “porque se dice para contar”. Ella se alía con el postulado de Cézanne “Hay montañas que, cuando estás delante, te hacen gritar ¡me cago en D…! Pero para el día a día con un simple cerro sobra”. Se queda una como golpeada por esta idea ¿qué nos ocurre? pagamos, proyectamos, admiramos como fans adolescentes y quedamos exhaustos en viajes culturales persiguiendo las montañas más altas, los “top ten” de los atractivos de las grandes ciudades del mundo, pero no disfrutamos de la belleza serena de los cerros que están en nuestro ecosistema. Esto sucede por el fenómeno que María llama “chiquititis”, lo que atribuye a su padre en lo micro, como hombre sin ambición, y a su madre en lo macro, como anhelante de los “verdaderos” tesoros culturales que siempre se creen o en EEUU o en la Vieja Europa.

    Esta “chiquititis” también es enfermedad del “culture vulture”, el ávido o buitre cultural en nuestro entorno, y no digamos de las personas que no expresan interés alguno en la cultura de proximidad que, cuando viajan, coleccionan visitas a museos como cromos de futbolistas. Y es que “lo de fuera siempre es lo mejor y aquí no tenemos oferta cultural”. Las grandes montañas no nos dejan ver nuestros cerros.

    ¿Cuántas personas han visitado el Museo Ralli de Marbella, que contiene la colección Recanati?, o ¿cuántos sabemos lo que es un grabado teniendo en Marbella el Museo del Grabado Español Contemporáneo, que es un museo único dedicado a obra gráfica?, ¿Cuántas personas pasan todos los días por las puertas de las iglesias sevillanas y no se paran a ver la convención del gótico-barroco-mudéjar sobre árabe y judío que es inaudito y cicatriz de nuestra mezcolanza? Y ¿cuántos gaditanos no han ido jamás al Panteón de Marinos Ilustres?

    El 2 de julio de 1786 empezó la construcción de este panteón que en principio tenía la vocación de Iglesia de la Purísima, más de un siglo estuvo sin techo y la obra se paró por la depresión del desastre de Trafalgar que también atacó a las piedras, piedras ostioneras por cierto, una sedimentación de arena y conchas, procedentes de las canteras de Puerto Real, con las que también están hechas la Catedral de Cádiz, la de Sevilla y el Faro de Chipiona. En 1845, tras la apertura del Colegio Naval aledaño a la ruina, una Real Orden estableció dotar a este edificio como Panteón de marinos ilustres, un referente de modelos de vida para los alumnos.  Poco a poco, el catálogo de sepulcros fue creciendo. Finalmente, fue techado y enlosado en 1943 por la empresa nacional Bazán, que aún continúa su servicio y da trabajo a numerosos gaditanos, cañaillas o no; esto que parece una observación innecesaria, tiene sentido, si se es de Cádiz-Cádiz, por los escozores que provocan los piques entre la capital y los isleños.

    En este cerro nuestro, neoclásico, “basílico”, metafórico y simbólico se encuentran enterrados hombres como Federico Gravina, un marino con grandes conocimientos de astronomía que empleó gran parte de su vida en defender los barcos españoles de los piratas argelinos y que murió en Trafalgar por la cabezonería del Almirante francés Villeneuve, que se empeñó en ir a la batalla contra los ingleses en pleno temporal de Levante, aunque se le puede comprender su ignorancia porque no era de Cádiz-Cádiz.

     También podemos encontrar el sepulcro de Luis de Córdova y Córdova, que recibió la Orden de Calatrava por liberar a 50 cautivos como comandante del navío América en la Batalla que se desarrolló en el Cabo de San Vicente. Su carrera fue extensa ya que fue longevo. Comandó la defensa de nuestros barcos que hacían las rutas de las américas amenazados por los piratas ingleses y el asedio de Gibraltar. Por ello, y como Director General de la Armada, tuvo el honor de poner la primera piedra de este Panteón de Marinos Ilustres donde reposan sus restos.

    No nos podemos olvidar de Jorge Juan. Un marino que, con 20 años recién salido de la academia naval fue ascendido por Decreto a teniente de navío para formar parte, por ser número uno de su promoción, de una expedición científica conjunta con Francia, cuya misión era efectuar mediciones de los meridianos terrestres. Este marino era un hombre de ciencias, ingeniero naval y fundador del Observatorio Astronómico que hoy en día sigue dando la hora oficial de España.

     Otros muchos marinos ilustres tienen aquí su placa conmemorativa o su mausoleo. También hay una mujer, la esposa de uno de los marinos que fue trasladado al Panteón y que expresó su deseo de reposar junto a su esposa. Muchos tienen placa conmemorativa y no mausoleo pues los fallecidos durante las navegaciones se echaban al mar por motivos obvios de dificultad en el almacenamiento de cadáveres.

    Y finalmente no quiero dejar pasar la ocasión sin mencionar al “Medio Hombre”, como le apodaban los ingleses. Blas de Lezo y Olavarrieta, nacido en 1689 en tierras vascongadas, cuna de grandes marinos como Juan Sebastián Elcano, Diego de Urrutia, Julián Antonio de Urcullo Quadra, Cosme Damián Churruca y Elorza y muchos más, doblemente españoles, como los consideraba Miguel de Unamuno. Lezo era cojo, tuerto y manco, pero no todo del mismo eje, como especifica con cierta sorna el guía del Panteón, Sergio Torrecilla, un historiador que narra con fidelidad, escenifica y saca de contexto anécdotas con esa rapidez propia de los gaditanos para fusionar conceptos.

    A pesar o gracias a las pérdidas físicas que el Almirante Lezo había sufrido en distintas contiendas, fue el máximo responsable de la victoria de la batalla que se extendió desde el 13 de marzo de 1741 al 20 de mayo del mismo año, la Batalla de Cartagena de Indias. Y no fue gesta baladí, pues el almirante británico Vernon, tras alguna victoria en el acoso al Caribe español, fue arengado desde Londres para que diera el golpe definitivo a la “Perla del Caribe” en su propósito anexionista por las bravas, de modo que se envalentonó. Reunió una formidable flota de 186 buques, 27.600 hombres y 2.000 cañones. La Armada Española disponía de unos 3.600 hombres y de una flota de seis buques: el Galicia, el San Carlos, el San Felipe, el África, el Dragón y el Conquistador.

    Aunque parezca mentira, por la diferencia de fuerzas, la defensa proyectada por Blas de Lezo del puerto de Cartagena obligó a Vernon a intentar el asalto a través de la selva, con cientos de esclavos jamaicanos a la vanguardia. Pero antes, cometió un pecado de soberbia bastante lamentable, pues mandó mensaje a Londres de que la victoria “estaba en el bote”. Nada más lejos de la realidad porque los mosquitos, provocando la malaria, y los cartageneros de todo color, impidiendo las escaramuzas, desgastaron de forma desastrosa a las fuerzas británicas y consiguieron una de las mayores gestas de nuestra Historia Naval.

    El ridículo internacional de los británicos no consistió sólo en la derrota, tuvieron que “comerse con patatas” los hasta once tipos diferentes de medallas y monedas conmemorativas de la “victoria” de la toma de Cartagena, una de ellas mostraba a Lezo arrodillado ante Vernon, entregándole su espada y con la inscripción «El orgullo de España humillado por Vernon». En fin, cosas de la Historia, que sólo podemos conocerla, estudiarla o también manipularla, que de eso sabemos mucho en este país en la actualidad.

    A lo que íbamos, nuestro cerro para el diario no es cualquier cosa, promete una visita instructiva y divertida, muy recomendable en cualquier caso. El Panteón, además de sus mausoleos, placas, la iglesia-catedral, la estructura arquitectónica de Sabatini y todas las anécdotas que encierra, tiene una capilla donde todos los fines de semana hay misa y una monumental sala circular, cuyo suelo es una piscina donde se refleja el cielo pintado en la cúpula, metáfora de la gloria de esos marinos españoles que reposan en el fondo de los mares. Por eso, el buque escuela Juan Sebastián Elcano, el velero de cuatro palos que más veces ha dado la vuelta al mundo, va recogiendo, en cada viaje de circunnavegación, agua de todos los mares para verterla en esta piscina, un memorial tan simbólico y para mí tan conmovedor que puede haber inspirado al sumidero de almas del World Trade Center, ¿por qué no?, la “montaña” puede muy bien inspirarse en el “cerro”.

Ana Eugenia Venegas


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http://www.revistalagarbia.com/

    

  
   

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