miércoles, 19 de julio de 2023

Ana Eugenia Venegas, Pregón Feria del Libro de Marbella 2023. Texto y vídeo completo.



¿Qué sería de mí… Y de tí?

    Gracias a todos por venir a pregonar conmigo la Feria del Libro de Marbella 2023. Gracias a la Delegación de Cultura y a su directora general, por distinguirme con el honor de ser la pregonera de esta ciudad en la que he vivido más tiempo que en ningún otro lugar y de la que me siento parte activa. Gracias a mi admirada Isabel Cintado, Delegada de Derechos Sociales, Igualdad y Diversidad por la presentación tan cariñosa que ha hecho de mí y gracias por lo bien que hemos trabajado juntas durante mis años como presidenta de las Mujeres Universitarias de Marbella. Gracias a todos los amigos que nos acompañan, a las socias de AMUM, a mi familia y en especial a mi madre que hoy nos premia con su compañía para pregonar una de las ferias del libro más peculiares de España. Peculiar por la gente que la visita, peculiar por su duración, por la calidad de los libreros, por el programa de actividades paralelas y peculiar porque forma parte del escenario veraniego de uno de los destinos más deseados del mundo.

    Yo no voy a empezar con el tema recurrente de los que pregonan Marbella sin conocerla, “alabándola por “lo que ha crecido y ha cambiado en las últimas décadas, ya que antes era un pueblecito de pescadores que nunca había comido jamón”. Dios me libre, porque no es así. Y basta con echar un ojo a la obra de Fernando Alcalá, a la de Andrés García Baena, a la de nuestro cronista oficial Paco Moyano y a las Revistas Cilniana o la Garbía para entender nuestra historia fundamentada en vestigios paleolíticos, neolíticos, de la Edad del Cobre, fenicios, romanos, paleocristianos, árabes y más recientes; evidencias de nuestro pasado más grande, más importante y más diverso; un pasado agrícola, comercial, minero, industrial y, en menor media, pero muy apreciado, pesquero. Aunque hoy es día de fiesta y no para andar con acritud, me reconozco víctima de uno de los efectos secundarios de los libros, el del desarrollo de la capacidad crítica, y no puedo dejar pasar la ocasión de acatar esta cita de Cicerón: La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio.


    Días antes de que Carmen Díaz me propusiese ser pregonera de esta Feria del Libro de Marbella, asistí a un curso de verano de la Universidad de Málaga, con sede en Marbella, sobre la novelística de los 50s en España. Y uno de los ponentes, el editor Adolfo García Ortega hizo constantes guiños a este pensamiento:

¿Qué sería de mi vida sin libros?

    Pues bien, yo nací en Ubrique, en una casa donde no había libros, una casa de trabajadores marroquineros, de los que levantaron este país de la destrucción de una guerra civil. Lo que había en casa era trabajo y valores, más trabajo y más normas, artículos de piel, tarros de pegamento, espátulas, tijeras, flejes y patacabras, pero también una cierta conciencia de que éramos gente con capacidades, con carácter y con redaños. Siempre creímos que con esfuerzo podríamos hacer lo que cualquier otra persona y que desde luego los libros nos ayudarían muchísimo.

    Cuando tenía menos de un año, mi tía Remedios se casó con un maestro-escuela, el tío Julián, que hablaba en latín con su padre porque había estado en el Seminario, que escribía hermosos sonetos y que sabía de memoria gran parte de la Mística, del Siglo de Oro y la obra de los poetas del 98 con sus olmos secos, hendidos por los rayos y en sus mitades caídos. El tío Julián me recitaba, me contaba, me leía y yo lo escuchaba sin interrumpir. Cuando el pobre tío Julián caía rendido y se adormecía yo le daba con el periódico en la cabeza para que continuara. Y continuó recitándome, contándome y yo escuchándolo hasta hace un mes que falleció. En sus últimos días, en un momento de lucidez, escribió de memoria el poema de San Agustín:

La muerte no es nada

No he hecho más que pasar al otro lado.
Yo sigo siendo yo. Tú sigues siendo tú.
Lo que éramos el uno para el otro, seguimos siéndolo.
Dame el nombre que siempre me diste.
Háblame como siempre me hablaste.
No emplees un tono distinto.
No adoptes una expresión solemne ni triste.
Sigue riendo de lo que nos hacía reír juntos.
Reza, sonríe, piensa en mí. Reza conmigo.
Que mi nombre se pronuncie en casa como siempre,
 sin énfasis alguno, sin huella alguna de sombra.

La vida es lo que siempre fue: el hilo no se ha cortado.
¿Por qué habría de estar yo fuera de tus pensamientos?
¿Solo porque estoy fuera de tu vista?
No estoy lejos, solo a la vuelta del camino.
Lo ves, todo está bien.
Volverás a encontrar mi corazón.
Volverás a encontrar mi ternura acendrada.
Enjuga tus lágrimas y no llores si me amas.



    Ésta fue la herencia que me dejó el tío Julián, y soy consciente de que el poema y la capacidad que me trasmitió para comprenderlo, me hacen una heredera muy afortunada. ¿Qué sería de mí sin los libros y sin el amor que me trasmitió por ellos el tío Julián?

    Aprendí a leer antes que ningún niño de mi edad en la miga. Luego supe que en los lugares finos la miga era la guardería y a más finura, jardín de infancia. Yo nunca fui al jardín de infancia, pero cogí muchos espárragos y tagarninas en unos jardines que eran nuestros, “todos los campos son nuestro”, decía mi madre. Hoy forman parte del Parque Natural de los Alcornocales y el de la Sierra de Grazalema, eso es tener una infancia afortunada y buenos jardines. En la miga, la señorita Anita Cantos me sentó a su lado para satisfacer mi curiosidad intelectual de niña “gafitas cuatro ojos capitán de los piojos”. En ese momento crucé la frontera, ya no me leían, tomaba yo las decisiones e iba buscando los símbolos del alfabeto por todas partes. A falta de libros, leía el nombre de las calles, el libro de familia, los ingredientes de los champús, de los alimentos, los prospectos de los medicamentos. Soy una experta en cortisonas, analgésicos, fúngicos, posologías, calcio 20, efectos secundarios y contraindicaciones.

    Entonces, mis padres empezaron a regalarme cuentos por los Reyes Magos. Yo no sé cómo no se desintegraron de tanto manoseo. Si las letras se gastaran con su lectura como los espíritus se difuminan cada vez que un aborigen es fotografiado, se habrían clareado hasta el blanco. A lo peor lo hicieron porque no he vuelto a ver El Gato con Botas o La Reina de las Nieves en sus fascinantes ediciones troqueladas.

    Luego entré en el colegio, El Colegio Nacional Francisco Franco, hoy Maestro Francisco Fatou, pero al que siempre hemos llamado los ubriqueños la Escuela Redonda, una actitud práctica, conciliadora y despolitizada. Cuánto echo de menos ese talante en las cuestiones políticas de nuestro país, el de intentar no meter el dedo en el ojo del otro para avanzar juntos y en paz. El colegio lo inauguró mi promoción y formaba parte del proyecto de Innovación Pedagógica. Además, mi tío Julián pertenecía al claustro de profesores y a la Junta Directiva. Fue una grandísima suerte. Un día, a la hora del recreo me dijo “ven que te voy a enseñar una cosa”. Y me llevó a la biblioteca del centro. Pensándolo con perspectiva, creo que él disfrutó más que yo al ver mi cara. Más cuando supe que podría leer todos los libros allí colocados como los pasteles en la pastelería y llevarme a casa uno, siempre que lo devolviera. Y me merendé a Tom Sawyer, a Robert Louis Stevenson, todas las Aventuras de los Cinco, Las de los Jóvenes Castores, los Viajes al Centro de la Tierra, a la Luna, el Lazarillo de Tormes, Platero y yo, El Quijote. Por cierto, sin adaptar. Estoy convencida de que los niños se adaptan solos a las lecturas. No soy partidaria de las reescrituras y menos aún de las cancelaciones que nos llevan a los escritores actuales a tener más miedo a las acusaciones y vetos que a las páginas en blanco, y a los lectores a tener experiencias literarias descafeinadas y sin verdad, porque una verdad maquillada o media verdad es una mentira. Yo no entendí entonces la simbología de los “duelos y quebrantos”, tiempo he tenido después, pero me lo pasé fenomenal con el señor al que se le había ido la cabeza de tanto leer. Me reía a carcajadas con los dislates de los protagonistas. Tanto que, mi padre se reía de verme reír mientras yo leía. Y recuerdo a mi padre mirándome con satisfacción porque pensaba que yo era un ser especial y quizás lo sea porque él así lo veía.

¿Qué sería de mí sin los libros y sin mi padre?

    Mas tarde, entré en el mundo de los tebeos, que luego también supe que en los lugares más finos se llamaban cómics: el Profesor Bacterio, las Hermanas Gilda, Carpanta, calle Rue del Percebe número 13, Mortadelo, Zape, el Botones Sacarino, Anacleto el Agente Secreto. Ahí mi hermano se convirtió en proveedor. Mi hermano cogía una caja de tebeos llenita de lecturas ya terminadas y en media hora aparecía con la misma caja llena de los mismos personajes, pero en distintas aventuras. Dónde iba y con quién las cambiaba es un interrogante que nunca tuve tiempo de preguntar, pues yo me lanzaba a la caja como una gaviota que ha visto un bocadillo abandonado en la playa.

    Ahora parece que las novelas se presentan también como novelas gráficas, herederas de los cómics. Y hay un gran debate en si se pueden considerar Literatura o no. En mi opinión son otro lenguaje, como el cine. Cuentan historias pero el contenido principal se expresa en imágenes. El cine también es otro lenguaje, no quiere decir que sea peor. Creo que la materia de la que está hecha la Literatura es la PALABRA y que las imágenes son provocadas en nuestro cerebro por ellas, es otro tipo de proceso mental.

¿Qué sería de mí sin los libros y sin mi hermano?

    A final de 3ª de EGB me contagiaron la hepatitis y estuve más de un mes en cuarentena, sola en una habitación. Pero lo que hubiera sido, según la lógica, un trauma infantil fue uno de los episodios más importantes para mi formación. El tío Julián, siempre el tío Julián, me trajo los libros del curso siguiente y aprendí que “El agua es imprescindible para la vida. Sin ella no podríamos vivir…”, que “El sistema solar tiene una estrella, el Sol, alrededor de la que giran planetas como el nuestro…” y que dentro de los Senda de Lectura, se encontraba el germen del millón de vidas en una que estoy viviendo gracias a la Literatura. Fue también cuando mamá empezó a reunir por fascículos una enciclopedia del saber, tan variada en su contenido que me explotaba la cabeza viajando por el mundo, sabiendo estar parada como Paul Bowles. El Senda de lectura empezaba así: “¿Qué es el viento? Quien mejor lo sabe es Pandora porque Pandora tiene todos los vientos encerrados en una caja y cuando abre la caja, siempre sale un viento de ella. Pandora los conoce a todos por sus nombres: Viento Norte, Viento Sur, Brisa, Huracán, Terral, Alisio, Ventolina… Pandora los conoce a todos...”

¿Qué sería de mí sin los libros y sin mi madre?

    En el Bachillerato tuve la inmensa suerte de tener profesores de Lengua y Literatura extraordinarios, Ana Eugenia Arenas que creó un club de intercambio de libros de la Colección de Clásicos en español, los de tapa negra de la Editorial Cátedra. Puso así en mi mano La Casa de Bernarda Alba, Las Rimas de Bécquer, Baroja, Niebla, Campos de Castilla, la Celestina… Luego vino Toñi Espacio que nos leyó en voz alta a los escritores del Boom, a La Cándida Eréndira y su Abuela Desalmada que tanto me turbó la inocencia y a los americanos como Henry Miller o William Golding. También a los italianos, a Pavese, a Ginzburg, a Moravia, a Lampedusa. Además, nos dejó en herencia su lista de libros indispensables para situarnos con solvencia ante la Literatura. Fue cuando sufrí la sacudida de “Un día Volveré” de Juan Marsé, “Tiempo de Silencio” de Martín Santos, “La Ciudad y los Perros” de Vargas Llosa y “El Túnel” de Sábato del que leí el comienzo en el ciclo de Lecturas de Concha Montes en la Biblioteca, porque aún me da calambre: “Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona”.

    En 3º de BUP llegó un profesor de Historia, Javier El Gato, que despertó en mí otra pasión, el Arte, y que cuando acabó el curso, para no mantener el alquiler de su piso hasta septiembre, me dejó toda su biblioteca metida en cajas que a la vez yo metí en mi habitación ante la perplejidad de mi madre. Pobre mamá. Fue el verano en que no dormí, en el que veía amanecer a través del reflejo de luz que entraba por la ventana, el reflejo que iluminaba las páginas del libro que hubiera elegido al azar en aquella caja gigante de bombones literarios que me había caído en suerte: El Padrino de Mario Puzo, El Gran Gatsby, Las Uvas de la Ira, Juan Madrid, Ana María Matute, Faulkner, Eduardo Mendoza, El Hombre con dos Pies Izquierdos de Almodóvar, Vázquez Montalbán y Federico otra vez y siempre Federico…

¿Qué sería de mí sin los libros y sin los profesores?

    En mis pasos por la Universidad conocí a los franceses a Madame Bovary, Le Rouge et le Noir, a Jean Valjean, la magdalena de Proust, La Peau du Chagrín, a Molière. Luego a los pedagogos y psicólogos, a Vygotsky, la Logoterapia de Victor Frank y la misión pedagógica Yásnaya Poliana de León Tolstoi. ¿Ah! Y más tarde a los ingleses, los pentámetros yámbicos de la Dama Oscura, el romanticismo salvaje de la obra de Keats o el Paraíso Perdido de Milton que comienza con el propósito de narrar la caída en desgracia del ser humano, para lo que se encomienda a la Musa: ¡Oh! Celeste Musa, la primera desobediencia del hombre, y el fruto de aquel árbol prohibido, cuyo funesto manjar trajo la muerte al mundo y todos nuestros males, con la pérdida del Edén”

¿Qué sería de mí sin los libros y sin las experiencias universitarias?

    Y mientras, me acosté, como Juan Carlos Onetti, se sucedían los desprendimientos de retina, las operaciones, las sesiones de láser, las fotoxias, las sombras, las marañas, las imágenes difuminadas y deformadas, los meses con las pupilas dilatadas por las gotas. Y mi hombre a mi lado, leyéndome para evadirme, para evadirnos, para vivir desde la cama, para compartir conmigo no el dolor, sino la aventura y la complicidad y fuimos a otros planetas como el Mundo Anillo de Larry Niven, a otros submundos con Edgard Allan Poe, a Egipto y Cornualles con la colección de Agatha Christie, a investigar asesinatos con Conan Doyle, a navegar en la Costa de los Mosquitos y otros libros de viajes de Javier Reverte.

    Y qué bendición cuando conocí la biblioteca virtual de la ONCE, donde tenemos 50.000 volúmenes en audio y braille, con el valor añadido de que muchos de ellos solo se encuentran aquí porque están descatalogados. Jose ya no tiene el rol borgiano de lector oficial, aunque a veces lo repetimos, es que nos gusta, porque como en El Amor en los Tiempos del Cólera: "Amo la violencia con la que tu sonrisa destruye mi rutina". El gran cambio fue la independencia, las posibilidades de gestionar mis lecturas y de oírlas mientras camino o cierro mis ojos y los descanso.

¿Qué sería de mí sin los libros y sin mi marido?

No quisiera tener que imaginarlo.



    Y luego Marbella, qué sería de mí sin las oportunidades intelectuales que me ha ofrecido esta ciudad, sin mis amigos artistas, galeristas, escritores, editores, tertulianos, sin las Mujeres Universitarias, sin la puesta en valor de tantas autoras, de Virginia, de Simone, de Siri Hustved, Pardo Bazán, de Claudia Piñero, de Martín Gaite, Sara Mesa, de Elena Medel, de Poniatowska.

    Qué sería de mí sin los ciclos de las bibliotecas de autores, los de memorialística, sin las jornadas sobre Cocteau o Joyce. Qué sería de mí SI nuestra directora general de Cultura, Carmen Díaz, no hubiera puesto las manadas de hipopótamos de Vargas Llosa a recorrer las calles de nuestra ciudad.

    Qué seríamos sin los cursos de verano, el festival de poesía, las conferencias del aula de mayores, los talleres de guiones y relatos. ¿Qué sería de mí sin aquella jovencísima Macarena que conocí en la biblioteca Camilo José Cela? ¿Qué sería sin ella?, que me descubrió a Antonio Soler, a Javier Marías, a Llamazares, a Juanjo Millás, a Lorenzo Silva, a Lucía Exebarría, a Espido Freire, a Carmen Posadas... Qué sería de mí sin las bibliotecas que he frecuentado, la de Ubrique, San Fernando, Ferrol, la del Casino de Murcia, la LeCentral de Oporto o la Fernando Alcalá donde están algunas de mis obras publicadas, cerrando un círculo en el que pienso seguir moviéndome si Dios me lo permite.


Finalmente:

¿Qué sería de mí sin los libros y sin Marbella?”

Qué sería de nosotros sin un verso

Sin un párrafo sin una metáfora

Qué sería de nosotros sin una historia

Sin historias, sin viajes, sin aventuras

Cómo seríamos si nunca se hubiese escrito

Sin que nunca se hubiese creado

Sin que nunca nos hubiesen contado

Sin la imaginación y la narración de la verdad

Sin la mentira, la fantasía, las licencias literarias

Sin el conocimiento en un ensayo

Sin la sabiduría de un monográfico de oftalmología

Qué sería de nosotros sin las emociones vicarias

Si no hubiéramos subido al Parnaso

O bajado al infierno de Dante

O traspuesto el horizonte con el Amante de Margueritte Duras

Qué hubiera sido de nosotros

Si no hubiéramos bajado al moro con los Beats y Chukri

O subido a los Paraísos artificiales con Baudelaire

Qué sería de nosotros sin el saber acumulado en las enciclopedias

Sin la anatomía en los tratados médicos

Sin la poesía en tiempos de pandemias.

No sé qué sería, no sé qué sería

y no lo quiero saber.





Y ahora para pregonar a la antigua usanza que me hace mucha ilusión, permitidme:

(toque de trompetilla)

Por orden de la Delegada de Cultura Ángeles Muñoz y de la Directora General de Cultura, Carmen Diaz, se hace saber”

(toque de trompetilla)

Que habiendo llegado el verano a Marbella, los libreros a la Alameda, los escritores a sus firmas y abierto el programa paralelo. Queda pregonada la Feria del Libro de Marbella.



¡Viva Marbella!

¡Y vivan los libros!

(toque de trompetilla, ¡ja,ja,ja!)



Galería de fotografías de varios autores
Mike Pinter, Miguelón, José A. Correa, María Dolores Valle...






































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