Patricia Ramírez
Psicóloga del deporte y conferenciante
La superstición es una fe desmedida en algo sin que medie la lógica o la razón, según la definición de varios diccionarios. Pedir un deseo cuando se te cae una pestaña, desearle mucha mierda al que se enfrenta a una prueba, no vestirse de amarillo, no pasar por debajo de un andamio, tirar sal por encima del hombro cuando se derrama en la mesa... Y si hablamos de todos los rituales que realizamos con el fin de atraer la buena suerte o espantar la mala, la lista no tiene fin: buscar tréboles de cuatro hojas, tocar madera (incluida la frente de uno mismo, que sabrá Dios en qué momento la frente pasó a ser madera), cruzar los dedos, ponerse ropa interior roja el 31 de diciembre, las doce uvas,...
Las personas tienen manías porque les aportan seguridad, piensan que ejecutando según qué movimientos o llevando un determinado orden pueden alterar la suerte, los resultados de una analítica e incluso la victoria de su equipo de fútbol. Lo cierto es que la suerte en sí misma no puede alterarse, pero sí puedes condicionar tu actitud. Las personas son muy sugestionables, y si se han puesto la camisa de la suerte, se sienten seguras. Hay rutinas con las que la gente se prepara para tener un día redondo, y a partir de ahí se orientan a lo positivo, interpretan todas las señales que les rodean como "me va a salir bien porque llevo la camisa de la suerte", y en lugar de tirar la toalla lo siguen intentando.
Pero también pude ocurrir lo contrario. Cuando te olvidas el amuleto o el bolígrafo con el que tuviste esas notas excelentes en tus exámenes, te sientes desdichado, piensas que ya nada puede arreglar el día, y diriges tu atención hacia el fracaso. En lugar de esforzarte, te dejas llevar por tu estado bajo de ánimo, porque tú has predicho que vas a tener mala suerte y dejarás de hacer cosas e intentar contestar esa pregunta del examen; sencillamente no te sientes seguro y piensas que te falta algo.
Las manías pueden pasar de ser una simple anécdota a convertirse en rituales y obsesiones, y terminar por definir un trastorno obsesivo compulsivo como el que sufre Jack Nicholson en la película Mejor imposible. Lo que diferencia al maniático del obsesivo-compulsivo es la frecuencia y la intensidad con la que practica los rituales y la presencia de sus obsesiones, así como la forma en cómo torpedean y condicionan su vida. No es nada significativo tocar madera de vez en cuando, pero sí lo es tener en número par todo lo que contiene números (el volumen de la tele, el canal que se ve, las baldosas que pisas, los cálculos numéricos que realizas con las matrículas de los coches, el número del parking en el que dejas el coche, las veces que tocas un timbre de una puerta,...).
Nada puede alterar el destino, salvo tu esfuerzo, la actitud, el trabajo que inviertes en conseguir los objetivos, tus competencias, el tiempo que dedicas a formarte y la creencia de que, "puede ser posible, si así lo deseo y si me empeño lo suficiente". En el momento en el que dejas tu futuro en manos de los rituales, como puede ser el resultado de un partido, el de un examen o pasar con éxito la entrevista de trabajo, ¡estás vendido! Porque en lugar de focalizar "qué puedes hacer tú por ganar", estarás pensando en "no olvidarte el boli, la camisa de la suerte o la estampita". Tu atención no estará en lo que tienes que hacer, en superarte, sino en aspectos poco controlables y con poca eficacia demostrada. Ya nada podrás hacer por controlar la situación. Eres más responsable de tu suerte de lo que te imaginas. Las personas que creen tener buena suerte, tal y como han investigado Richard Wiseman, Álex Rovira y Fernando Trias de Bes, tienen una especie de radar que les lleva a buscar oportunidades. Están convencidos de que en la vida les esperan cosas buenas, y se esfuerzan porque saben que les llegará un premio. La idea de que van a tener buena suerte les permite estar orientados al éxito, no bajar los brazos y mantener el optimismo para alcanzar el sueño. Pero no basta con pensar en positivo y en que eres un suertudo. Lo que realmente importa es el compromiso y la actitud de las personas que creen que la vida les sonríe. Se trata de una actitud e implicación diferentes a las que tienen los negativos y los que anticipan el fracaso. A los negativos les condiciona pensar en términos derrotistas, y no salen a buscar las oportunidades que sí ven los suertudos, no se entregan con la misma intensidad con la que lo hacen los positivos porque no creen tener premio.
Es cierto que a veces te esfuerzas, lo das todo, tienes actitud y aun así no alcanzas la meta. En estos casos hay que llamar a la paciencia y la perseverancia. Porque de nada te servirá tirar la toalla... esa postura tampoco funcionará.
Cuando te veas desesperado por la situación, prueba a concentrarte en lo que depende de ti. Imagina este ejemplo en el que te has decidido a llamar a esa persona que te interesa y te gusta tanto: tener calma, mostrarte seguro, comunicarte con eficacia, ser amable, simpático y controlar la ansiedad, son acciones que dependen de ti. La decisión final de que la chica o el chico acceda a salir contigo, no. Y lo que vuelve a depender de ti es seguir haciendo lo que crees que es justo y oportuno. Muchas de las personas que han triunfado lo han hecho en tiempos de crisis y con personas que no imaginaban que podrían interesarse en ellos. Desatendieron a quien les decía que no era el momento ni la persona, y siguieron luchando por alcanzar el sueño. ¿No vas a ser tú? A veces nos estancamos en un punto de vista y pensamos que no hay nada más allá que ese plano desde el que miramos. Pero puedes contemplar el mismo problema con los ojos de otra persona, con la mente de un amigo tuyo que sea un crack y del que valoras sus ideas, o desde otra cultura. El problema a veces no es el problema, sino la solución.
Nada de lo que dejes de hacer suma, nada de lo que dejes de intentar te lleva al éxito.
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