
Nos encontramos ante una de las obras más famosas
del escritor polaco, relato largo o novela corta, da igual, lo verdaderamente
importante es el horror que encierra, la soledad, los abusos de los
colonizadores sobre los sometidos, la violencia del miedo y el pavor a
racionalizarlo….
A bordo de un buque británico un marinero, el
narrador, relata la historia que el Capitán Marlow contó al resto de la
tripulación en otra ocasión, enfocada en
un viaje que hizo por el río Congo, narración dentro de la narración. Desde un
punto de vista estructuralista nos encontramos con una presentación enrevesada
que presagia los retorcidos sentimientos que sufre el protagonista. Por lo
demás, el relato es lineal una vez ha empezado la historia del capitán, con un
lenguaje precioso, profundamente descriptivo, que no impide el uso de palabras
comunes y frases claras. Abundan los símiles, las metáforas, las hipérboles y
toda figura que sirva para expresarse poéticamente en prosa.
Si atendemos
el enfoque historicista reconocemos que el Congo fue una colonia Belga y el rey
Leopoldo II se enriqueció a costa de su esquilmación. Mandaba barcos cargados
de hombres sin capacidad crítica, que se embrutecían más, por su posición de
poder sobre los nativos y por el dinero que como migajas cae sobre los
intermediarios de los grandes explotadores. Los mismos barcos volvía llenos de
marfil, caucho y de la sangre de los Congoleños que eran tratados como animales
de carga, sometidos, humillados, abatidos, usados... Se sabe que la población
Congoleña disminuyó un 50% durante la colonia y que sus habitantes vivieron un
infierno, siendo uno de los mayores crímenes el atentado contra sus
tradiciones, resultando envilecidos por el alcohol, el poder y la avaricia del
hombre blanco, perdiendo los valores propios de los seres que conviven con su
entorno, animal o vegetal, que aman y respetan la madre tierra.
Marlow nos
ofrece la narración de un horror, una atmósfera terrible de agreste naturaleza,
donde los negros acechan como animales endemoniados prestos a producir las más
salvajes heridas en los colonos. Hubo un párrafo que me sobrecogió, cuando yendo
río arriba reflexiona sobre la horrible inhumanidad de los habitantes, por sus
ropas, sus costumbres, sus modales, sus pinturas, sus negras pieles y sus ojos
grandes y ensangrentados. Finalmente se siente espantado al pensar que
esa horripilancia pudiera ser humana. En el interior de Marlow se produce una lucha
entre los estereotipos de salvajes y la legitimidad de las humanidades
diferentes. Muchos críticos colonialistas han visto en esta obra la prueba del
racismo de Conrad, sin embargo, en mi opinión creo que es más acertado pensar que
el autor hace reflexiones que otros aventureros o colonizadores no se hacen.
Sería terrible que esa gente con esas costumbres y ese fiero aspecto fuese
humana, pero más terrible sería que lo fuesen y que el hombre blanco se creyera
superior, que estuviera dispuesto a “Suprimir las Costumbres Salvajes”, con la
arrogancia de quien ve el salvajismo en el ojo ajeno y no en el propio. Otra reflexión gloriosa es cuando habla de los orígenes de Kurtz y dice que es mitad británico, mitad francés, lo que lo hace producto de la educación europea. También es muy demostrativa la reflexión que se hace al valorar que los salvajes no están atacando sino que se están defendiendo.
Nada más
llegar al Congo Marlow empieza a oír nombrar a Kurtz, un valioso empleado de la
compañía que se ha adentrado en la selva, movido por su propia ambición, de
forma que consigue marfil para mandar al rey y también para quedárselo él,
negocio por negocio. Sin embargo comete el error de mezclarse con los nativos, aceptar
algunas de sus costumbres, su forma de vida en cabañas, introduciéndose en un
proceso de pérdida de la razón, de desconexión con su propia cultura. Los nativos
lo consideran un rey y él se comporta como un ser endiosado. Kurtz es
codicioso, excéntrico, megalómano y culto, lo que lo pone maquiavélicamente en
situación de poder ante los demás blancos, hombres sencillos pero embrutecidos
y los salvajes, que no comprenden de ambición ni de propiedad.
No quiero
desaprovechar la ocasión para señalar, desde un punto de vista feminista que no
hay ni una sola mujer en situación de poder en toda la obra, de hecho la mujer
es casi inexistente, sólo un objeto más en la memoria y en las pinturas de
Kurtz. Paralelizando con Margaret Bishop, la guerra, es cosa de gallos.
Ana E.Venegas
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