lunes, 26 de mayo de 2014

García Márquez: “El Otoño del Patriarca”

 Esta tarde en la tertulia de AMUM en el Marbella Club vamos a debatir en torno a esta novela peculiar de Gabo, desentrañaremos al dictador genérico, al sentido del humor basado en el absurdo inteligente de bases realistas, al estilo garciamarqueño más retante y a la belleza de una prosa mágica como el ambiente que crea.


 
   En primer lugar debo reconocer que estoy rendida a los pies del talento creativo y literario de este inmortal escritor, ¿envidia?, no funciono así, este sentimiento no es mi fuerte, pero sí admiración, sí deseo de hacer de su sombra, de devorar su obra, de profundizar en su técnica, de leer de forma consciente, degustando sus arriesgadas aventuras entre punto y punto, su delirante ritmo “comiano”, los faralaes “adjetivísticos”, el devenir abrupto “flashbackiano”, ¡ah! Y la historia… Qué don divino puede tener un escritor para imaginar siquiera a un ser tan ridículamente poderoso como desgraciado, tan mezquino como inconsciente, tan peligroso como indefenso. Aquí estoy, como alumna entregada, como grupie catecúmena que se conforma con que alguna vez la troposfera me traiga una brizna de ese aire que Gabo respiró.

    Tras este desahogo emocional voy a empezar proponiendo un matiz que probablemente pocas personas hayan considerado y es el sentido del humor de esta obra. Tengo que reconocer que soy muy complicada en este aspecto, a mí, los humoristas televisivos no me hacen gracia, el caca, culo, pedo, pis no me divierte, soy más de humor elaborado, de situaciones absurdas, de dobles o triples sentidos, de juegos de palabras, mi serie favorita es The Big Bang Theroy, y me he divertido mucho recreando las descripciones en mi mente. La primera escena con el dictador picado por los carroñeros gallinazos, que han respetado la potra, rodeado de postas, de sofás comidos por las vacas dentro del decadente Palacio Presidencial me ha parecido el colmo de la ironía, del despropósito, así, de estas situaciones histriónicas está llena la obra, no se me puede olvidar el tour de la muerta, retocada todos los días por maquilladoras para disimular la corrupción de una madre obligada a ser santa para tener entretenido al pobre dictador, para que se perdiese en sus supersticiones y dejara hacer a la oligarquía realmente poderosa.
 
    El Dictador, su figura, es otra genialidad de García Márquez, ha construido una hipérbole hipotética, un estereotipo de tirano, supersticioso, crédulo de vaticinios y santerías, analfabeto, básico en sus instintos sexuales, animales, poco elaborado, sólo, sin amigos, sin amor, sin familia, cruel, con la crueldad del humano que no ha desarrollado su emotividad, caprichoso, manipulable, peligroso como sólo un animal herido puede serlo, que impone la hora pero que en realidad está supeditado a potencias extranjeras, un hijo sin figura paterna, ilusoriamente feliz, en un delirio de poder que desperdicia la vida propia y las ajenas, perdido  en una patraña.

   Su sociedad, también es un estereotipo, un pueblo de pobres, abusados como fuerza de trabajo, como carne donde clavar sin bajarse los pantalones, un pueblo de desamparadas usadas como masa de desahogos, dos son las mujeres que se distinguen en la obra, su madre, Bendición Alvarado, a la que los poderosos usan hasta muerta y Letizia Nazareno, una novicia que le raptan para tenerlo entretenido y que se vuelve peligrosa al querer darle estatus de persona.

      Letizia Nazareno es uno de tantos nombre plagados de significados, éste encarna a la  alegría y la penitencia pero también tenemos otros como los de los coches que plagaban el garaje presidencial: El furgón de la Peste, La Carroza del Año del Cometa, Coche Fúnebre del progreso dentro del Orden...

    En dos ocasiones, el dictador es consciente de que el enemigo está en casa y comete la atrocidad de cocinar a uno de sus generales y hacer que los demás se lo coman. Son los peligros del poder en manos de un amoral, sin escrúpulo, sin valores ni cultura, “cría cuervos y te sacarán los ojos”. Y Zacarías se perpetúa en el poder por más de cien años, incluso muere dos veces, la primera suplantado por su doble, que de esto también ha habido en la realidad de otros dictadores. Su poder es tan ilimitado que incluso sus vacas nacen con su yerro puesto, eso también es síntoma de su realismo mágico, la mezcla de lo posible con lo imposible, del engrandecimiento y de la mentira, el tirano tiene una ingente cantidad de concubinas de las que nacen hijos sietemesinos, ordeña todos los días, ve las Carabelas de Colón llegando a América, artificios fabuladores que se suman a la sensación de atemporalidad, irrealidad, incluso eternidad a la que engulle el poder de la naturaleza que vuelve a convertir el espacio en floresta.

    La novela está dividida en seis apartados, separados por los únicos cinco únicos puntos y aparte de toda la obra. Entre ellos frases maravillosas, enlazadas en una coordinación rítmica que incrementa la musicalidad de la ya estimulante prosa poética, es un complemento perfecto para crear el ambiente envolvente en el que te sumerges siempre que consigas involucrarte y concentrarte, ésta no es una obra para leer viendo la televisión, es un reto intelectual que te exige colaboración y que te paga con creces el esfuerzo. La estructura narrativa es complicada, empieza en tercera persona, un narrador omnisciente que nos puede contar como visitante activo del Palacio Presidencial el irracional estado del edificio y el estado del cadáver del Dictador. Posteriormente el narrador pasa a estar en primera persona y es el propio dictador el que desgrana gran parte de sus hazañas, así como otros narradores que también lo hacen desde su punto de vista. Eso sí, no hay diálogo, no hay acción en presente, el laberinto sintáctico es una manguera abierta de material descriptivo que cuesta trabajo cerrar por la inexistencia de pausas, aquí la coma es la reina de la fiesta, y ante una coma uno no se puede parar, ella, la coma te está pidiendo más, más y más de forma insaciable hasta el final, ¡qué gran entrenamiento para la acometida anual del “Ulises”! de Joyce.

    Los tropos se convierten en el lenguaje habitual, la conceptualización en términos de otras imágenes provocan una complicidad con el autor que va aumentando según te sumerges y lo vas conociendo, según te va educando, los juegos de palabras, las metáforas, hipérboles, metonimias, te trasladan a un estrato mágico, irreal con fundamento en la experiencia de la esencia humana.

    En conclusión, sería muy difícil poder extraer en una sola tertulia la profundidad y belleza de “El Otoño del Patriarca”, obra que sin desmejorar a otras del estilo de “tiranos” tiene el plus de la técnica de García Márquez. Léanla, pero háganlo sin prisas, reléanla porque merece la pena disfrutar del néctar de las palabras, confieso, lo confieso, yo clamo, San Gabriel García Márquez que estás en los cielos, intercede por mí para que un ramalazo de tu talento incida sobre mí, aunque sea sólo para hacer una buena frase de inicio del tipo de la de esta obra o la de “Cien Años de Soledad”:


“Durante el fin de semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en el interior, y en la madrugada del lunes la ciudad despertó de su letargo de siglos con una tibia y tierna brisa de muerto grande y de podrida grandeza.” (“El Otoño del Patriarca”)

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