En primer lugar debo reconocer que estoy rendida a los pies del talento creativo y literario de este inmortal escritor, ¿envidia?, no funciono así, este sentimiento no es mi fuerte, pero sí admiración, sí deseo de hacer de su sombra, de devorar su obra, de profundizar en su técnica, de leer de forma consciente, degustando sus arriesgadas aventuras entre punto y punto, su delirante ritmo “comiano”, los faralaes “adjetivísticos”, el devenir abrupto “flashbackiano”, ¡ah! Y la historia… Qué don divino puede tener un escritor para imaginar siquiera a un ser tan ridículamente poderoso como desgraciado, tan mezquino como inconsciente, tan peligroso como indefenso. Aquí estoy, como alumna entregada, como grupie catecúmena que se conforma con que alguna vez la troposfera me traiga una brizna de ese aire que Gabo respiró.
Tras este desahogo emocional voy a empezar
proponiendo un matiz que probablemente pocas personas hayan considerado y es el
sentido del humor de esta obra. Tengo que reconocer que soy muy complicada en
este aspecto, a mí, los humoristas televisivos no me hacen gracia, el caca,
culo, pedo, pis no me divierte, soy más de humor elaborado, de situaciones
absurdas, de dobles o triples sentidos, de juegos de palabras, mi serie
favorita es The Big Bang Theroy, y me he divertido mucho recreando las
descripciones en mi mente. La primera escena con el dictador picado por los
carroñeros gallinazos, que han respetado la potra, rodeado de postas, de sofás comidos
por las vacas dentro del decadente Palacio Presidencial me ha parecido el colmo
de la ironía, del despropósito, así, de estas situaciones histriónicas está
llena la obra, no se me puede olvidar el tour de la muerta, retocada todos los
días por maquilladoras para disimular la corrupción de una madre obligada a ser
santa para tener entretenido al pobre dictador, para que se perdiese en sus
supersticiones y dejara hacer a la oligarquía realmente poderosa.
El
Dictador, su figura, es otra genialidad de García Márquez, ha construido una
hipérbole hipotética, un estereotipo de tirano, supersticioso, crédulo de vaticinios
y santerías, analfabeto, básico en sus instintos sexuales, animales, poco
elaborado, sólo, sin amigos, sin amor, sin familia, cruel, con la crueldad del
humano que no ha desarrollado su emotividad, caprichoso, manipulable, peligroso
como sólo un animal herido puede serlo, que impone la hora pero que en realidad
está supeditado a potencias extranjeras, un hijo sin figura paterna,
ilusoriamente feliz, en un delirio de poder que desperdicia la vida propia y
las ajenas, perdido en una patraña.
Letizia Nazareno es uno de tantos nombre plagados de significados, éste encarna a la alegría y la penitencia pero también tenemos otros como los de los coches que plagaban el garaje presidencial: El furgón de la Peste, La Carroza del Año del Cometa, Coche Fúnebre del progreso dentro del Orden...
En dos
ocasiones, el dictador es consciente de que el enemigo está en casa y comete la
atrocidad de cocinar a uno de sus generales y hacer que los demás se lo coman. Son
los peligros del poder en manos de un amoral, sin escrúpulo, sin valores ni
cultura, “cría cuervos y te sacarán los ojos”. Y Zacarías se perpetúa en el
poder por más de cien años, incluso muere dos veces, la primera suplantado por
su doble, que de esto también ha habido en la realidad de otros dictadores. Su
poder es tan ilimitado que incluso sus vacas nacen con su yerro puesto, eso
también es síntoma de su realismo mágico, la mezcla de lo posible con lo
imposible, del engrandecimiento y de la mentira, el tirano tiene una ingente
cantidad de concubinas de las que nacen hijos sietemesinos, ordeña todos los
días, ve las Carabelas de Colón llegando a América, artificios fabuladores que
se suman a la sensación de atemporalidad, irrealidad, incluso eternidad a la
que engulle el poder de la naturaleza que vuelve a convertir el espacio en
floresta.
Los tropos
se convierten en el lenguaje habitual, la conceptualización en términos de
otras imágenes provocan una complicidad con el autor que va aumentando según te
sumerges y lo vas conociendo, según te va educando, los juegos de palabras, las
metáforas, hipérboles, metonimias, te trasladan a un estrato mágico, irreal con
fundamento en la experiencia de la esencia humana.
En
conclusión, sería muy difícil poder extraer en una sola tertulia la profundidad
y belleza de “El Otoño del Patriarca”, obra que sin desmejorar a otras del
estilo de “tiranos” tiene el plus de la técnica de García Márquez. Léanla, pero
háganlo sin prisas, reléanla porque merece la pena disfrutar del néctar de las
palabras, confieso, lo confieso, yo clamo, San Gabriel García Márquez que estás
en los cielos, intercede por mí para que un ramalazo de tu talento incida sobre
mí, aunque sea sólo para hacer una buena frase de inicio del tipo de la de esta
obra o la de “Cien Años de Soledad”:
“Durante el fin de semana los gallinazos se metieron
por los balcones de la casa presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de
alambre de las ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en el
interior, y en la madrugada del lunes la ciudad despertó de su letargo de siglos
con una tibia y tierna brisa de muerto grande y de podrida grandeza.” (“El
Otoño del Patriarca”)
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