La Montaña Mágica de Thomas Man es la
novela más ambiciosa que he leído en mi vida, el autor pretende escribir el
libro de los libros, el que abarque la sociedad de principios del siglo XX como
heredera de una Historia y precursora de un futuro. La novela presenta el pensamiento, la música,
la fisiología, la tecnología, las ciencias, sin dejar de lado una trama en la
que intervienen personajes tipo, hombres, mujeres, de varios países, de
distintos ideales, toda una trama sustentada con un diálogo permanente sobre
los asuntos profundos del ser humano, la muerte, el dolor, la enfermedad, la
patria, el honor, el amor, las relaciones personales, en un escenario bucólico,
un pequeño universo, un Gran Hermano alpino, que propicia la reflexión, la
discusión y donde el tiempo es todo, nada y algo tan subjetivo como objetivo. Por
si fuese poco tal despliegue de datos, Mann narra sin prisas y sin atenerse a
un formato comercial, decidido a dejarnos una obra de arte en la que las
descripciones concienzudas y el tratamiento de detalles en absoluto necesarios
para la historia, aunque sí para el estilo, van sumando páginas hasta alcanzar
mil ciento cuarenta y ocho que tiene mi versión, una enorme cebolla que
aprovechar a capas, no una vez, más de una, dos recomienda el propio Thomas, nunca
el lector es el mismo.
Esta obra monumental puede parecer un
auténtico ladrillo, tiene forma de ello cuando está cerrada, su ritmo es
engañosamente lento, porque ¿qué va a ocurrir en un sanatorio para tuberculosos
en los Alpes suizos?, nada ¿verdad?, días y días de soportar el tedio de la
enfermedad y los reposos pero, Mann consigue atraparnos y hacer de la
conversación, de los detalles, de los sueños, la imaginación, de las comidas,
de los reconocimientos médicos, de las cartas que se escriben o no, un
acontecimiento relatable, el cotidiano se convierte en acción en manos de un
narrador superlativo.
Hay muchos lectores que han comenzado a
leerla y han desistido, yo hubiera hecho lo mismo en otra época de mi vida,
pues hay lecturas que requieren de reflexión y reposo, es algo que descubres en
cuanto has avanzado en esta diez páginas, la sensación es que no se va a ser
capaz de tener ni el tiempo, ni la preparación, ni la paciencia para degustar
todo lo que te ofrece. Yo tuve la suerte de que el Club de Lectura de la FNAC
de Marbella apostara por la obra y por nuestra capacidad como lectores. También
me ayudó el hecho de que muchas personas con las que he hablado me han dicho
que es un libro difícil, que ellos no habían conseguido terminarlo, y esto para
mí es una instigación, no hay nada como superar un reto, de manera que lo que me
resultó imposible fue abandonarlo, por más que en algunas ocasiones hubiera
resultado un gran esfuerzo, como en las discusiones de Naphta y Settembrini,
dos estereotipos de pensamientos opuestos, entre lo progresista y lo
tradicional, que al final resultaban hasta previsibles por el extremo de
pensamiento al que representaban. Rosa Montero dice que este es un libro
maravilloso en el que te puedes saltar páginas, yo no me las he saltado, pero
he de confesar que a veces he bajado el nivel de atención pues, como digo, eran
diatribas previsibles, y por otro lado, en las que no me puedo implicar
sesgadamente, hay que tener en cuenta que hoy en día, el uso que se ha hecho de
las ideologías es tan pervertido que uno ya no tiene convicciones sobre nada.
Por otra parte, en una conversación con la presidenta del Ateneo de Marbella,
Sagrario Álvarez, viuda del periodista Félix Bayón comprendí que la lectura de
esta novela requiere Paciencia, un tratamiento del tiempo muy diferente del que
nos acompaña en este primer cuarto del Siglo XXI, así que, he crecido como
persona y he conseguido desarrollar mi paciencia con esta obra para disfrutar
de su belleza, porque esta locura literaria es de una estética colosal,
reposada, inquieta y digestiva.
Los conflictos y emociones de los personajes
forman parte de una trama de gran valor psicológico, lo más recóndito del ser
humano, sus pensamientos más íntimos, sus miedos y sensaciones plantean un gran
análisis del interior. De este modo, pasamos de lo macro a lo micro, de la
sociedad, la Verdad, los movimientos filosóficos, la política turbada de principios
de siglo, el nacional-socialismo, de los tambores de guerra mundial al
conflicto interior, la indecisión, la frustración, el amor, el cambio de
mentalidad, el deleite por la belleza, las pesadillas, las ideaciones y estados
de ánimo. Nunca un escritor de novela se empeñó en contar tanto de todo, seguro
que hay lectores que puedan pensar que tampoco hacía falta, y es verdad, ni la
obra lo exige, ni el lector tampoco, pero Mann supo que se hablaría de él, “como
de Cervantes” en sus propias palabras, y realmente, si reflexionamos podemos
encontrar una ambición por representar a los personajes decadentes de la época,
el pensamiento, los defectos humanos y las virtudes, todo en un clima de ironía
y sarcasmo que me ha hecho sonreír en numerosas ocasiones por patético y
demodé.
El tiempo es relativo, parece ser que sí,
pero no, o sí, el tiempo son los siete años que el protagonista pasa en la
Montaña Mágica perdiendo y ganando días, el tiempo es la espera, momentos
eternos en los que la línea del tiempo se curva como si se pudiese desdoblar, la
vida contemplativa, horas de reposo, de nostalgia, de espera, de monotonía.
Monotonía, la de los esquemas cuadriculados, la que no deja resquicios a la
sorpresa, la segura monotonía que llena los momentos, los años, de tiempo
previsible, la que engatusa a gran parte de la población por el ecosistema
conocido y exento, hasta cierto punto, de los peligros que acechan en el mundo
exterior, en la “llanura”. La pequeña sociedad tiene sus mecanismos de defensa,
el exterior es conflictivo, dañino, el que se atreve a traspasar los muros sin
seguir las normas devuelve al grupo el mensaje de peligro, de advertencia, en
muchos casos mortal, igual que las organizaciones sectarias, igual que las
sociedades socializantes, afuera hace frío.
El Balneario es también una célula del
mundo exterior, un microcosmos, todos los genes de Europa se encuentran
reunidos en el comedor, distintas concepciones de
la religiosidad, distintos orígenes sociales pero burgueses, distinto ideario
políticos, distintos países de origen, las lenguas europeas en una Babel
fracasada, donde todos se entienden. Todos unidos por lo más inherente al ser
humano, el dolor, la esperanza, la muerte, la vida, la enfermedad, la lucha y
el miedo a lo desconocido.
Thomas Mann escribe el gran cuento, un
cuento que tiene como muchos de tradición germana a Hans como protagonista, además
juega con Fausto y la idea de bajar a los infiernos, sólo que Thomas Mann en la
aceptación de su divergencia, invierte los caminos, sube al lugar de las
normas, de la regularidad establecida, sube a los infiernos. El autor escribe un
cuento y el cuento es del tamaño que el autor quiere, para eso es el lugar
donde se permite exponer el status quo y donde se mofa de él.
Teniendo en cuenta la importancia que
Thomas Mann da al análisis psicológico y la erudición de sus conocimientos
podríamos decir que se encuentra más en la onda de Jung que en la de Freud por
la cantidad de perturbaciones emocionales y complejos que operan en el total
del individuo, sin acotarse a la sexualidad infantil perversa polimorfa que
tanto conmocionaban al alemán y donde situaban la fuente de todos los
conflictos.
Para mí, el mayor valor de esta novela es
su osadía, el atrevimiento, de la ambición del retrato multidimensional, un
estado de cosas preguerra del que el narrador omnisciente nos hace partícipe
hasta el mínimo pensamiento, como el narrador omnisciente más omnisciente. El
protagonista es un pretexto, un joven al que formar como se forma al lector que
es realmente el importante, el receptor de esa Historia que se gesta y que el
autor comprende como decadente, un esquema que no se volverá a repetir, las
guerras, los adelantos de la ciencia, los avances en medicina, las evoluciones
del pensamiento acabarán con este Xanadú por mucho que se defienda.
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