El difícil mundo del escritor se abre en
canal en esta historia satírica que pone de manifiesto la vulnerabilidad
emocional del que necesita ser leído y al que sólo leen los que las editoriales
publican. Un encuentro de trenes entre el ser creativo y el negocio despiadado,
injusto y a veces tramposo. Pero nada tan tramposo como el ejercicio técnico de
esta novela que si no fuese de Foenkinos no hubiera pasado de la mesa de la
becaria de la editorial.
En principio, es una lectura con su fondo,
la necesidad de muchos autores de ser reconocidos, de ser leídos, de que su
trabajo llene de momentos importantes al lector. También, es un escaparate de
la frustración, de las muchas frustraciones que el escritor soporta hasta tener
un nombre y la que mantiene en el caso más común que el anterior de no llegar a
tenerlo nunca. De ahí la fijación del escritor en la cantidad de libros
rechazados por las editoriales y la existencia de una biblioteca de libros
rechazados, una biblioteca en la que se inspiró el autor y que está en el
estado de Vermont en USA, la Biblioteca Brautingan.
Brautingan curiosamente es un escritor
maldito, un miembro de la generación Beat que escribió “La Pesca de la Trucha
en América” y que se suicidó dando buena cuenta de su malditismo, su
alcoholismo y su fragilidad. Brautingan produjo una obra de estilo humorístico e
ingenuo que en mi opinión homenajea Foenkinos con su estilo en esta “Biblioteca…”.
En este aspecto el autor estadounidense se separa aparentemente de los Beats que
eran terribles, como William S. Burroughs que escribió “El almuerzo desnudo”,
un caleidoscopio de escenas inconexas en las que se recogen momentos autobiográficos
del propio autor y su poliadicción a sustancias estupefacientes que hieren
notablemente la sensibilidad del lector, mucho más que “El Corazón de las
Tinieblas” de Conrad.
Foenkinos construye una historia casi
surrealista, caricaturesca, con multitud de personajes en los que profundiza
poco, es verdad, pero que le sirven para crear el escenario donde los
escritores se frustran y los montajes suceden por mor del negocio que no de la
Literatura. De forma ligera, en tono de comedia, con un tinte de folletín
amoroso, ingenuamente, habla sobre la gran cantidad de libros que se escriben y
que no llegan a ser publicados, de cómo un ejemplar se vende masivamente porque
va envuelto en un plus ajeno a la Literatura, son muchos las publicaciones que
gente del famoseo ponen en las librería y se venden más que las de Julián
Marías.
El autor, tirando de su maestría, atiende a
esta ingenuidad que yo veo como un guiño a Brautingan, pero, le da consistencia
con su conocimiento de la Literatura, o de cómo hablar sobre ella y quedar como
Dios. Así, a veces casi sin venir a cuento mete citas o menciona a Proust,
Bolaños, Flaubert, Kennedy Toole… en una especie de refrito, que puede también
estar hecho a propósito, el maestro es él.
Es evidente que esta obra no es gran
literatura y aunque pretenda realizar la quijotada de poner en tela de juicio el
estatus quo del mundo literario, creo que no será una obra que soporte los
cuatro siglos que tiene de vigencia y actualidad la obra cervantina. Eso no
quita que nos haga reflexionar sobre cómo afecta la fama o la falta de ella, el
reconocimiento como elemento constructor del ego, a varios de los personajes.
Es interesante ver cómo duele que los méritos de un autor sean atribuidos a
otro, cómo cambia la vida de los que de repente son expuestos al dominio
público, el dinero y la fama, y cómo muchas veces, los escritores tienen que
envainarse su orgullo para poder comer y se convierten en “negros” y quién sabe
cuanta cosa más.
Si una se acerca a esta obra con la
dirección que señaló la brújula de “La Delicadeza” del propio Foenkinos, lo más
normal es que se sienta defraudada, este es otro registro con menos profundidad
de los personajes. Pero si miramos la obra completa del autor, vemos que puede
tener coherencia dentro de su heterogeneidad, que el escritor se divierte
jugando a ser diferentes escritores, en este caso, uno bastante menos
interesante para mí que no sé si me empeño en buscar lo difícil. Y es que, si
algo sé, es que no me va a dar tiempo de leer en esta vida todas las grandes
obras literarias que ya se han escrito y se están escribiendo en la actualidad,
y siente una que pierde el tiempo, un bien que no es elástico ni infinito.
Por otra parte, esta lectura me ha
entretenido y ha producido en mí numerosas emociones, preguntas y reflexiones, “Nunca
el tiempo es perdido” como canta Manolo García, y desde luego si algo queda
claro es que la Metaliteratura invade la obra, hablar de Literatura, lo que más
nos gusta.
Finalmente, no puedo dejar de presentar mi
queja más enérgica al autor que me ha engañado vilmente, porque me ha puesto a
dos personajes en diálogos preguntándose quién, cómo y cuando se escribió el
libro que encontraron en la Biblioteca de los Libros Olvidados. Es una
incoherencia del tamaño de la Antártida que como narrador omnisciente me cuenten
hechos que nunca hubieran ocurrido si el escritor y la editora fuesen los
autores del montaje comercial, como finalmente nos muestra el epílogo. Otra
cosa es que no me cuentes el contenido de esas escenas y lo guardes como aliciente
del misterio, pero la mentira, la incoherencia en los hechos, no se puede permitir.
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