MI ACTIVIDAD INTERNACIONAL
AL SERVICIO DE LAS PERSONAS CIEGAS
El tam-tam de un niño de aldea ciudadano del mundo
Diversas realidades que han configurado mi vida me condujeron a convertirme en un auténtico ciudadano del mundo. En efecto, mi paseo por el planeta, por motivos particulares y de trabajo, me ha llevado, hasta ahora, a noventa y cinco países.
Desde muy joven, empecé a viajar al extranjero, y sin abandonar jamás mi amor a la región donde nací y pasé mi infancia, Asturias, fui forjándome una visión universal del mundo y aceptando sin ambages que los hombres de cualquier parte eran mis hermanos. Alguna prueba he tenido de que mi siembra de un mensaje de esperanza entre las personas ciegas o con disminución visual grave no cayó en terreno completamente baldío.
Mi infancia y juventud
Cuando se enteran de que de pequeño veía algo, es frecuente que a la gente le surja la curiosidad de saber si conservo recuerdos visuales, por ejemplo, de los colores. Yo siempre respondo con verdad, que mis experiencias visuales fueron las de un niño afectado desde el nacimiento por una disminución visual y cuya infancia ‑hasta los 10 años‑ transcurrió en una aldea asturiana, Sotu Cangues, cercana al santuario de la Virgen de Covadonga.
Es, pues, muy oportuno que comparta con los demás el poso que mis primeras experiencias vitales en Asturias dejaron en mí. Cuando era pequeño, tenía un resto visual útil, y de ello me quedan algunas huellas mentales imborrables.
El blanco lo asocio a la nieve que desde las ventanas de mi casa veía en días de invierno y con la que jugaba en la calle con delectación; el verde, a la hierba fresca en los prados; el negro, al carbón que teníamos en casa para calentarla y para cocinar...
Y también me acuerdo perfectamente de que mis compañeros de infancia hablaban a menudo con indisimulada admiración de los peces que percibían en las aguas del río que pasaba por mi pueblo, lo que mi limitación visual nunca me permitió captar por mí mismo. Aquello para mí era como un ensueño. Entre los ritos de iniciación que practicábamos los pequeños de la aldea estaba el que consistía en que si uno detectaba un nido en presencia de testigos, adquiría derechos de posesión cuando ya tuviera pajaritos criados. Eso también quedaba fuera de mi alcance perceptivo. En alguna ocasión, se me otorgó ese derecho para que tuviera una urraca, que en mi pueblo llamábamos “pega”, y que decían podía aprender a hablar como los loros. Yo sólo conseguí escuchar su característico craqueteo.
Mi padre, maestro de la escuela unitaria del pueblo, me enseñó a leer y escribir los caracteres visuales ordinarios cuando aún tenía cuatro años. Pese a que a partir de los siete años, mi visión fue deteriorándose muy rápidamente, asistía a su escuela, y con buen aprovechamiento. Cuando tenía aproximadamente nueve años, mis padres decidieron, de acuerdo con el oftalmólogo que me atendía desde los dos años, hacer las gestiones oportunas para que entrase en una escuela internado de la ONCE. El curso 1958-59, a los diez años, ingresé en el Colegio Santiago Apóstol de la ONCE en Pontevedra.
Ese hecho tuvo para mí un significado ambivalente. Fui víctima de la educación segregada, que supuso un alejamiento indudable de mi entorno familiar, cosa siempre indeseable, pero también tuve la oportunidad de reanudar el aprendizaje en un ambiente dotado de recursos adaptados a mis necesidades específicas. Quedó patentemente demostrado que lo que mi padre había hecho por mí en el terreno educativo no había sido inútil, pues el primer año escolar convalidaron los cuatro primeros grados de la enseñanza primaria.
Hasta tal punto había sabido mi padre formarme, y yo aplicarme, que al segundo año podía haber pasado ya a los estudios secundarios, pero la dirección del colegio de Pontevedra estimó que era demasiado pronto para trasladarme al colegio de Madrid, donde se cursaba el Bachillerato. Así pues, para no perder el tiempo, inicié estudios de francés como materia complementaria, y así descubrí una cierta aptitud y una inequívoca pasión por las lenguas extranjeras.
Este interés muy especial se puso muy de manifiesto cuando en 1961 fui transferido al Colegio Inmaculada Concepción de la ONCE en Madrid. Como no me permitían hacer más de un curso por año, me dediqué progresivamente al aprendizaje de lenguas, además de a los programas escolares. Seguí con el francés y enseguida inicié el estudio del inglés. Logré que se me autorizase a asistir a la Escuela Central de Idiomas y a clases de inglés con profesores particulares, y allí continué con francés e inglés y rápidamente comencé alemán, ruso e italiano. Cuando llegué a la Universidad , tenía ya un dominio aceptable de estos idiomas, que completé sucesivamente con cursos de verano en Francia, Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Austria, Italia y Rusia.
Cuando estaba aún en el colegio de la ONCE en Madrid, un profesor ciego de enseñanza media, Ángel Figuerola, me atrajo al esperanto. Me di cuenta muy pronto de que esta lengua no sólo es fácil sino que tiene una capacidad expresiva inmensa. Sigo siendo aún un entusiasta defensor de la nobleza del movimiento esperantista, que, respetando todas las lenguas locales, quiere que se emplee una lengua auxiliar internacional, sencilla, sin excepciones ni ambigüedades, para promover una comunicación sin ninguna discriminación entre personas de distintas culturas y estratos lingüísticos.
El dominio de lenguas se convirtió enseguida en un medio muy valioso para la actividad internacional. Ya en la época universitaria, aprendí bastante bien el portugués y el catalán, y algo de griego moderno, japonés, polaco y serbio. En los últimos años, mi gran reto es aprender chino, y perfecciono polaco, rumano y búlgaro. Estoy procurando asimilar también el asturiano, que en mi región, quiere promoverse como lengua de uso cotidiano que vaya más allá de las manifestaciones folclóricas.
A través del mundo
Mi periplo internacional se inició con la asistencia a cursillos de verano en el extranjero, y a partir de 1968 se complementó con la participación en congresos internacionales de esperantistas. En septiembre de 1973, asistí por primera vez como miembro de la delegación española a una conferencia europea sobre el Braille en Oslo y, en años sucesivos, a coloquios en Suecia, Grecia, Holanda, Francia, Alemania, Brasil, Italia, Panamá, Rusia, las Antillas Holandesas, Kenia, Arabia Saudí... Fui designado para formar parte de diversos comités y comisiones internacionales hasta que, en octubre de 1986, el Ejecutivo de la Unión Mundial de Ciegos me eligió como secretario general de la organización.
En 1966, comencé mi actividad laboral como profesor de inglés y francés en la escuela de Fisioterapia de la ONCE , y un año más tarde, complementé esa actividad mediante la enseñanza de inglés en su colegio de Madrid. En 1973, fui nombrado oficialmente jefe del Departamento de Relaciones Internacionales de la estructura central de la organización nacional de ciegos españoles, entidad en la cual entre octubre de 1985 y junio de 1986, desempeñé la jefatura de su sección de Acción Social.
En los catorce años en que ocupé la responsabilidad de Secretario General de la Unión Mundial de Ciegos y en los treinta y cinco que trabajé con una u otra misión en las relaciones internacionales de la ONCE , procuré cooperar con quienes en distintas partes del mundo se empeñan en luchar por la consecución de la utopía de construir una sociedad auténticamente para todos, en la que cualquier ser humano con sus características individuales pueda vivir e interaccionar positivamente.
El grave accidente de coche que sufrí en un viaje de trabajo en Marruecos el 9 de enero de 1997 me impulsó enseguida a no presentarme a la reelección en el cargo que ocupaba en la Unión Mundial de Ciegos en la asamblea general de 2000. Estaba obligado de veras a llevar una vida más tranquila.
Al dejar la secretaría general de la UMC , volví a dedicarme a tiempo completo a la ONCE. Fue entonces cuando este organismo, que a lo largo de mi responsabilidad internacional me proporcionó generosamente los medios para que el trabajo en la oficina de Madrid se desarrollara en condiciones eficaces y pudiera viajar allí donde yo estimara que mi presencia podría ser útil, me destinó como Director de la oficina técnica de Asuntos Europeos del Consejo General de la ONCE , de julio de 1999 a junio de 2000, en marzo de 2001, al CIDAT, su centro de tecnología; y, en marzo de 2004, a la Dirección de Educación de su Dirección General, donde colaboré como traductor hasta mi jubilación a finales de abril de 2005 y disfruté de amistad y afecto evidentes por parte de mis jefes y compañeros.
Distinciones
En el trabajo internacional, he vivido como pez en el agua. Al haber decidido yo mismo no presentarme de nuevo a la reelección como Secretario General de la UMC en noviembre de 2000, aporté una donación con mis recursos personales a ese organismo internacional para que contribuyese a la promoción de las aspiraciones vitales de los jóvenes ciegos, sobre todo, de los países en vías de desarrollo. En 1999, el Ejecutivo de la UMC resolvió unánimemente constituir el “Fondo de Juventud Pedro Zurita”. Yo, al dejar mi cargo en ella, asumí la obligación moral de dar una cantidad cada año a ese Fondo.
-La Federación de Discapacitados Visuales de Francia, dos organizaciones de ciegos polacas, la Asociación Húngara de Ciegos, la Unión de Ciegos de Bulgaria me otorgaron distinciones.
-En 1984, el Ayuntamiento de París me impuso su Medalla de Plata.
-La Delegación Territorial de la ONCE en Madrid me distinguió en 1997 con su condecoración "Bastón de Plata".
-En 1996, la Unión Latinoamericana de Ciegos me otorgó su medalla de oro "Jorge Taramona"
-En 2002, el Centro Asturiano de Madrid me entregó su máximo galardón, "la Manzana de Oro".
-En la V Asamblea de la UMC en Melbourne (Australia) en noviembre de 2000, los delegados decidieron concederme la “Medalla de Oro Luis Braille” y hacerme “Miembro Honorario Vitalicio” de ese organismo internacional.
-Para mí adquirió un significado muy especial el que la Asociación Nacional de Sordociegos de España me hiciese socio de honor en marzo de 1998.
Visión social de la ceguera
No hay que engañarse. La ceguera o la disminución visual grave han de añadir a sus dificultades objetivas inequívocas, prejuicios injustos y concepciones erróneas en grados variables en todas las partes del mundo. No pretendo analizar aquí las respuestas adecuadas a esa problemática. Circunscribiéndome al caso español, puedo afirmar sin reservas que la ONCE es hoy bien conocida y admirada dentro del país y cada día aumenta su eco positivo en el extranjero. Pero tampoco quiero ahora detener mi atención en examinar los modelos de actuación que en los distintos países se vienen aplicando para tratar de resolver las necesidades e inquietudes correspondientes. Pese a que cada día se conocen mejor los enfoques positivos adoptados aquí y allá, los modelos concretos de actuación difieren mucho de una parte a otra, y suponen que entre las personas ciegas de países incluso próximos, las oportunidades vitales divergen más entre sí que entre los ciudadanos con vista de los respectivos estados.
Hoy, se habla mucho de mundialización, pero entendida sólo en una orientación neoliberal en el plano económico, que no es precisamente cosa trivial. A las personas o movimientos que no están de acuerdo con las formas que adopta ese enfoque se les tilda, generalmente, de antimundialistas. Pero eso no es exacto, pues muchos, aun admitiendo las ventajas e inconvenientes de la modalidad estrictamente económica, somos decididos partidarios de la mundialización con una orientación inequívocamente humanista y queremos que los factores sociales y de auténtica igualdad de oportunidades se tengan muy en cuenta.
En toda mi actividad profesional, y, sobre todo, en los años en que ocupé el puesto de Secretario General de la Unión Mundial de Ciegos, UMC, intenté sentir y pensar con una dimensión internacional, como ciudadano del mundo. Los problemas fundamentales que nos afectan, la mayoría de las veces, encuentran un mejor abordaje con un enfoque transnacional; pensemos, por ejemplo, en las soluciones tecnológicas, que están abriéndonos caminos de acceso a la información hasta hace poco vedados. Y ese mensaje de verdadera igualdad de oportunidades lo han entendido muy bien en todas las partes donde he podido difundirlo. Una persona de Singapur me decía que el valor inmenso que para él tenían los encuentros de nuestro movimiento internacional era la oportunidad de poder encontrar modelos dignos de imitación.
A veces, con sinceridad y energía, se ha hablado en la UMC de convertir a esta organización en una realidad verdaderamente democrática y dotarla de la independencia económica indispensable para ello. Así, por ejemplo, cuando se haya de elegir a alguien para ocupar un puesto importante primarán las cualidades que adornen a la persona y no el hecho de que detrás de ella haya una entidad con medios para apoyarla. Con el principio, no puedo estar más de acuerdo, pero viví con dolor que en nuestro movimiento internacional no hubiera una verdadera interacción entre iguales. Lejos de mí la pretensión de colgarme ninguna medalla, pero cuando en 1986 fui elegido por primera vez para el cargo de Secretario General, los países miembros de la UMC eran en torno a sesenta, y cuando dejé mi responsabilidad en noviembre de 2000 teníamos ya 156 estados miembros. Este crecimiento va indudablemente más allá de una mera manía de coleccionista de países. Me esforcé, pues, por identificar las teorías y prácticas que tuvieran validez en cualquier comunidad donde uno viviera, y por transmitir información sobre los referentes óptimos en servicios y productos, que en un punto determinado del espacio o del tiempo eran una utopía digna de que se luchase por alcanzarla.
Recuerdo que en 1981, Año Internacional de las Personas con Discapacidad, tras haber asistido a las reuniones de los ejecutivos de los organismos internacionales de la época en el campo de la prestación de servicios a los ciegos y de la propia representación de estas personas, el World Council for the Welfare of the Blind, WCWB, y la International Federation of the Blind, IFB, participé en una manifestación multitudinaria, que se organizó en Gotemburgo (Suecia), uno de cuyos eslóganes, exhibido de forma destacada en una pancarta decía: "Vuestra actitud es nuestra mayor discapacidad". Sé que el problema no es sencillo, pero lo fundamental es darse cuenta de que hay que dejar que las dificultades, las disminuciones reales, adquieran estrictamente su naturaleza objetiva sin complicarlas con inconvenientes imaginarios. Hemos de adoptar, pues, ante un obstáculo la actitud de plantearnos qué podemos hacer para contribuir a superarlo y no limitarnos a compadecer a esa persona por la crueldad de su suerte.
Voy a citar algunos ejemplos ilustrativos reales, tomados de mi vida personal:
- Aquel profesor de italiano de la Escuela Central de Idiomas de Madrid que no quería admitirme en su clase, pues argüía que él no conocía la pertinente metodología especial. Al finalizar el curso, me otorgó el premio al alumno más destacado de la clase.
- El responsable en Roma de la organización de unos cursos veraniegos de ruso en Moscú, tampoco quiso aceptar mi inscripción; modificó totalmente su actitud cuando lo visité personalmente.
- En 1971, seguía unos cursos de verano de Lingüística en Cambridge y me apunté a un seminario de Semántica. El profesor de aquella parte del programa puso en mis manos esquemas en relieve que él había hecho, incluso con letreros en braille, escritos con un bolígrafo, utilizando al efecto un alfabeto del sistema táctil de lectoescritura que él me había pedido sin decirme para qué.
- Una profesora de ruso en la Escuela de Idiomas, allá por el año 1964, que al enterarse de que el libro que yo tenía en braille no era el mismo que el que se empleaba en la clase, se quedaba conmigo los recreos para ayudarme a superar dificultades.
- A principios de 1996, una casa de comidas a domicilio de Madrid, Dietcathering, al enterarse de que yo no veía, buscaron una fórmula para que identificara los contenedores en que me mandaban sus platos. Ante tamaña voluntad integradora, les regalé una mini-regleta Braille con el alfabeto de la escritura en relieve en caracteres visuales al dorso para que hicieran carteles que yo pudiera leer. Sin ninguna dilación, lo aplicaron satisfactoriamente durante todo el tiempo que estuvieron abiertos.
- Una dependiente de la sección de discos de los grandes almacenes El Corte Inglés, el de la Puerta del Sol de Madrid, cuando le manifesté mi dificultad para comprar los discos que quería por tener que encontrar a alguien dispuesto a leerme largas listas, se ofreció a prestarme la oportuna cooperación. Desde hace ya muchos años, me auxilia para que efectúe las oportunas indagaciones, incluso antes de ir, para que cuando acuda allí compre lo que quiera con los debidos antecedentes. Últimamente, sus supervisores le permiten hacer lo mismo cuando quiero adquirir cosas de cualquier departamento de esos almacenes.
Ya dije antes que mi deambular por el mundo me transmitió y reforzó la idea de que, esencialmente, los humanos somos iguales con independencia de la cultura o el sitio donde uno crezca. Pude comprobar que ciertos mensajes de esperanza y emancipación los entendían en todas partes, y cuando me aplaudían en las asambleas mundiales, africanos, asiáticos y latinoamericanos siempre estaban entre los que no ocultaban su entusiasmo.
Casos alentadores
En mi actuación internacional, siempre he querido difundir los ejemplos de personas que aquí y allá han aportado una lección alentadora por su afirmación vital y por la superación de obstáculos para conquistar un lugar satisfactorio en el medio en que les ha tocado vivir. Algunos piensan que la postura optimista de considerar a la ceguera ceguera una característica y no una limitación está en abierta contradicción con lo que habría de ser la prioridad número uno: que la ceguera y la disminución visual grave desaparezcan completamente. En realidad, ratificando el derecho prioritario a ver y, por tanto, la lucha sin cuartel para erradicar en todas partes la ceguera evitable, defendemos sin reservas la validez de la idea de que el no ver no es sinónimo de no poder. Salvo excepciones detectables en psicologías enfermizas, cualquier ser humano aspira de forma natural a alcanzar los niveles máximos y óptimos de su condición física y mental.
Con la preciosa ayuda de la ONCE , hacíamos en inglés, francés y español la revista "Los ciegos en el mundo", y a través de ella exhibíamos a las personas que aquí y allá lograron vencer al prejuicio que nos quiere atenazar e informábamos sobre aquello que estimábamos posee características superadoras. Nosotros pensamos que la excepción en este caso confirma que la regla no vale. He conocido ministros ciegos en Suecia, el Reino Unido, Zambia, Lesotho y Níger. Conocí parlamentarios en España, Italia, Rusia, Suecia, Perú, Costa Rica, Japón...; diplomáticos ciegos en Estados Unidos, Alemania, Panamá ...; intérpretes simultáneos en la Organización Europea de Seguridad y Cooperación en Viena, en la Unión Europea en Bruselas, en el Parlamento Europeo de Estrasburgo, en Argel...; profesores de todos los niveles de enseñanza. En este último dominio, los casos más alentadores los encontramos en Italia y la India , países en los que hay en cada uno de ellos más de mil personas ciegas que enseñan en escuelas para jóvenes que ven. Supe de un médico en Inglaterra, psiquiatras en Francia, Estados unidos, Japón..., fisioterapeutas y masajistas en muchos países europeos y masajistas y acupunturistas en varios estados de Extremo Oriente…
En octubre de 2000, en una conferencia mundial en París sobre masaje y fisioterapia para ciegos, sobre todo, en Europa, realicé mi sueño de que se dedicara una sesión para que expertos de Extremo Oriente compartieran su experiencia con los occidentales en el campo de los tratamientos médicos manuales, y de esa manera se estableciera un vínculo en este dominio entre el Este y el Oeste.
Conocí también a un magnífico actor francés, que tras quedar sin vista muy joven, logró rehabilitarse y volver con éxito a los escenarios; programadores informáticos a distintos niveles los encontramos en muchos países. Pese a que la introducción de nuevas tecnologías esté cambiando esta actividad, en el Este y en el Oeste, hay muchas personas ciegas que trabajan en profesiones relacionadas con el uso del teléfono; el caso más notorio es el de Italia, donde es la actividad ocupacional más popular entre los ciegos.
Es errónea la percepción bastante extendida de hacer una ecuación entre ceguera y buena aptitud para la música. Sin embargo, es innegable que la práctica de ese arte es bastante accesible a las personas que no ven o tienen una limitación visual grave. No faltan casos de personas que en la música de todo tipo han alcanzado fama incluso mundial. Yo he tenido la dicha de conocer personalmente a varios de ellos.
Obreros industriales hay todavía en muchas partes, y en Japón vi a algunos que manejaban máquinas herramientas digitalizadas; hay agricultores en zonas rurales de los países en vías de desarrollo, pero también incluso en Bretaña (Francia). Es de sobra conocida la positiva experiencia de la ONCE a través de la venta de su lotería específica, y mediante la creación de oportunidades de trabajo en su compleja red administrativa y de servicios, incluida su corporación empresarial y la Fundación ONCE , entidad esta que se propone ampliar las oportunidades reales de personas con discapacidades distintas de la ceguera...
Aun cuando haya actividades profesionales indudablemente más idóneas para ser practicadas sin vista o poca visión, no es válida la afirmación de que existen ocupaciones para ciegos. En una parte u otra, podemos hallar personas ciegas que desempeñan satisfactoriamente actividades profesionales insólitas. Muy a menudo, esos casos se etiquetan sencillamente como excepciones. Lo realmente verdadero es que las cualidades e intereses personales han de ser los factores determinantes en la elección de opciones ocupacionales. Esos casos muestran que la ceguera no es un obstáculo insuperable. Hoy día, es también importante un uso inteligente de las posibilidades que brindan las nuevas tecnologías.
Conclusión
Muchos en los puestos internacionales, también incluso en nuestro movimiento, se ven motivados, sobre todo, por cuestiones de prestigio; les encanta estar en los escenarios y tener una tarjeta de visita con muchísimos cargos. Yo siempre he procurado que me vieran como a un igual, y sé que los participantes en las asambleas mundiales valoraban mucho el que los conociera personalmente a casi todos. Siempre he pensado que en un trabajo como el que yo desempeñaba, los efectos de las actuaciones no eran inmediatamente visibles; mas, transcurrido el tiempo, muchas veces se encuentran los frutos de buenas semillas. En diciembre de 2001 recibí una carta de Costa de Marfil de alguien que me había conocido cuando él era alumno en la escuela de Abidján, que visité en 1987. Concluía su misiva con un mensaje que me resulta muy alentador: "El que toca el tam-tam no conoce el alcance de los sonidos que produce".
Estoy firmemente convencido de que vale la pena seguir luchando por conseguir la utopía de un mundo verdaderamente para todos.
Pedro A. Zurita
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