es un
fósil emocional, un mecanismo de defensa ancestral que nos prevenía de los
peligros reales que la agreste naturaleza nos deparaba como especie. Cuando se
siente miedo te pones alerta, te tensas, la química del cuerpo, en especial, la adrenalina, te prepara para reaccionar. Ante el enemigo se presentan
actitudes diversas, todas ellas probadamente eficaces. La primera es correr,
escapar, subirte a un árbol, saltar la valla, hacerte el récord de los 1000
metros. La segunda es enfrentar, crecerte, que tu voz y tu cuerpo denoten la
persona fuerte que eres y lo poco inteligente que sería que alguien te atacara.
Y finalmente, la tercera sería bloquearse, quedar en shock, hacerse el muerto,
el escondido, el rendido, de forma que no merezca la pena tenerte por
contrincante.
Este tipo de reacciones, puramente físicas y animales, las sufrimos ante un riesgo, nos alertan de un daño en nuestro cuerpo, una
posible quemadura, el ataque de un perro, a las olas en plenas mareas de “Santiago
y Santa Ana”, a caerte del edificio mientras limpias los cristales, en estos casos
el miedo nos serviría para prevenir y enfrentar, para ser más cauto. Pero estas amenazas
reales como a las que estaban expuestos nuestros antepasados, ya no son tan
habituales, nuestro cuerpo sufre el miedo y nos pone en alerta ante
una llamada del jefe de igual manera que si nos fuese a atacar un león.
La cuestión es que
ante un auditorio expectante, una chica que nos gusta, una factura desorbitada,
o la remota posibilidad de caer enfermos, tensamos nuestros músculos, nos sube
la presión arterial, la adrenalina recorre alertando cada órgano de nuestro
cuerpo, dilatamos las pupilas, afinamos los labios, detenemos nuestro sistema
inmunológico, cortamos nuestra respiración… Y con este estado físico se hace
difícil resolver una situación en la que seríamos más efectivos relajados,
calmados, con respiración pausada, sientiéndonos seguros de nosotros mismos y
de nuestras posibilidades. En esos momentos la energía, la atención de nuestro
cuerpo, no está en la flexibilidad de nuestra mente, sino en un instinto animal
de enfrentamiento, huida o evasión. Nos ponemos, pues, ante una situación
actual, libre de amenazas físicas, armados hasta las cejas, sin motivo, dispuestos
para gastar físicamente todas las energías y la química generada, sin ningún
hecho que nos obligue a correr, saltar o golpear.
Los problemas
actuales no se resuelven en un momento, son situaciones que se solucionan lentamente o
persisten en el tiempo, no es cuestión de subirse con la máxima velocidad a un
árbol ante el conflicto del desempleo, es más la reacción animal empeora el
estado de las cosas: nos enfermamos de ansiedad, úlceras de estómago, enfermedades
coronarias, de tensión arterial y en el colmo de la complicación, del miedo al
miedo. Los terrores actuales pasan por "no ser adecuado para...", no tener éxito
económico, a la enfermedad, a la soledad. El ser humano está tan evolucionado y
a la vez es tan enrevesado que todos estos miedos los podemos sentir incluso sin
que haya una causa, por "anticipación".
Tengo una buena
noticia, el hombre, es dueño de su mente, es capaz de amaestrarla, domarla,
controlarla o darle rienda suelta y que ésta le lleve por caminos no deseados de inseguridad e infelicidad.
El ser humano puede ser consciente de que está teniendo una reacción no
adecuada al momento, para ello hay que observarse, estar alerta, hacer una parada de pensamiento. En ese punto debe
tomar las riendas conscientemente y obligar al cuerpo a calmarse, dirigir la
respiración, hacerla más profunda, relajada, sonreír, aflojar los músculos y
concentrarse en la tarea en la que posiblemente será más efectivo poner a
funcionar las neuronas que el tejido muscular.
Ana E.Venegas
Ana E.Venegas
Muy bueno!!!! y es cierto debemos aprender a dominar nuestra mente, pero no es tarea fácil.
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