viernes, 21 de junio de 2013

El Miedo

es un fósil emocional, un mecanismo de defensa ancestral que nos prevenía de los peligros reales que la agreste naturaleza nos deparaba como especie. Cuando se siente miedo te pones alerta, te tensas, la química del cuerpo, en especial, la adrenalina, te prepara para reaccionar. Ante el enemigo se presentan actitudes diversas, todas ellas probadamente eficaces. La primera es correr, escapar, subirte a un árbol, saltar la valla, hacerte el récord de los 1000 metros. La segunda es enfrentar, crecerte, que tu voz y tu cuerpo denoten la persona fuerte que eres y lo poco inteligente que sería que alguien te atacara. Y finalmente, la tercera sería bloquearse, quedar en shock, hacerse el muerto, el escondido, el rendido, de forma que no merezca la pena tenerte por contrincante.

  Este tipo de reacciones, puramente físicas y animales, las sufrimos ante un riesgo,  nos alertan de un daño en nuestro cuerpo, una posible quemadura, el ataque de un perro, a las olas en plenas mareas de “Santiago y Santa Ana”, a caerte del edificio mientras limpias los cristales, en estos casos el miedo nos serviría para prevenir y enfrentar, para ser más cauto. Pero estas amenazas reales como a las que estaban expuestos nuestros antepasados, ya no son tan habituales, nuestro cuerpo sufre el miedo y nos pone en alerta ante una llamada del jefe de igual manera que si nos fuese a atacar un león.

    La cuestión es que ante un auditorio expectante, una chica que nos gusta, una factura desorbitada, o la remota posibilidad de caer enfermos, tensamos nuestros músculos, nos sube la presión arterial, la adrenalina recorre alertando cada órgano de nuestro cuerpo, dilatamos las pupilas, afinamos los labios, detenemos nuestro sistema inmunológico, cortamos nuestra respiración… Y con este estado físico se hace difícil resolver una situación en la que seríamos más efectivos relajados, calmados, con respiración pausada, sientiéndonos seguros de nosotros mismos y de nuestras posibilidades. En esos momentos la energía, la atención de nuestro cuerpo, no está en la flexibilidad de nuestra mente, sino en un instinto animal de enfrentamiento, huida o evasión. Nos ponemos, pues, ante una situación actual, libre de amenazas físicas, armados hasta las cejas, sin motivo, dispuestos para gastar físicamente todas las energías y la química generada, sin ningún hecho que nos obligue a correr, saltar o golpear.  

    Los problemas actuales no se resuelven en un momento, son situaciones que se solucionan lentamente o persisten en el tiempo, no es cuestión de subirse con la máxima velocidad a un árbol ante el conflicto del desempleo, es más la reacción animal empeora el estado de las cosas: nos enfermamos de ansiedad, úlceras de estómago, enfermedades coronarias, de tensión arterial y en el colmo de la complicación, del miedo al miedo. Los terrores actuales pasan por "no ser adecuado para...", no tener éxito económico, a la enfermedad, a la soledad. El ser humano está tan evolucionado y a la vez es tan enrevesado que todos estos miedos los podemos sentir incluso sin que haya una causa, por "anticipación".


    Tengo una buena noticia, el hombre, es dueño de su mente, es capaz de amaestrarla, domarla, controlarla o darle rienda suelta y que ésta le lleve por caminos no deseados de inseguridad e infelicidad. El ser humano puede ser consciente de que está teniendo una reacción no adecuada al momento, para ello hay que observarse, estar alerta, hacer una parada de pensamiento. En ese punto debe tomar las riendas conscientemente y obligar al cuerpo a calmarse, dirigir la respiración, hacerla más profunda, relajada, sonreír, aflojar los músculos y concentrarse en la tarea en la que posiblemente será más efectivo poner a funcionar las neuronas que el tejido muscular.

Ana E.Venegas

1 comentario:

  1. Muy bueno!!!! y es cierto debemos aprender a dominar nuestra mente, pero no es tarea fácil.

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