El 16, en pleno
puente de agosto, los Vivancos actuaron en Marbella en el ciclo de conciertos y
espectáculos de Starlite en la Cantera de Nagüeles. Un aforo casi al completo
asistió con distintos objetivos a un derroche de siete artistas completos que
desarrollaron creativas e innovadoras coreografías entre arreglos musicales,
luminosos, de vestuario y atrezzo de gran impacto sensorial.
Los Vivancos son
un grupo de músicos, bailarines, bailaores y expertos en artes marciales,
hombres instruidos y entrenados, hombres sensibles y entusiastas que por culpa
de la televisión basura nos han llegados desvirtuados. Pero yo no me conformo, el despliegue de talentos que vimos en el
escenario del Starlite no me ha dejado impasible y reivindico el trabajo serio
y duro de estos artistas disciplinados, porque nadie que se dedique a la
farándula frívola puede desarrollar semejantes hazañas creativas.
Durante casi dos
horas, los siete hermanos con nombres bíblicos fusionaron el flamenco más
estilizado, el clásico español, el clásico, el contemporáneo y la belleza de
movimientos propios del circo y las artes marciales. Se atrevieron con obras
musicales clásicas, con el flamenco virtuoso del Camarón y con algunas fusiones
de sonidos orientales. Todo, mientras se alternaban en solitario, en tríos, en
cuartetos o al completo. El vestuario tuvo momentos del romántico español,
pasando por el music hall, el bourlesque, el clásico leotardo o los vaqueros
ajustadísimos. Sin embargo el que me cautivó por su diseño y por el efectismo
que produjo fue el Drácula de Bram Stoker, un abrigo, negro, largo, sobrio que
escondía un interior de volantes rojo sangre que el Vivanco hizo bailar como la
bata de cola o la capa de torero más espectacular que se puedan imaginar.
Los hermanos
bailaron, tocaron, en muchos momentos a
la vez, hacían equilibrios sobre cajones flamencos mientras zapateaban y
alternaban con toques, sacaron instrumentos de percusión propios de la semana
santa más sobria, se colgaron de estructuras metálicas y zapatearon hacia el
cielo, representaron tragedias clásicas, historias cortas representativas de la
cultura más selecta y todo sin perder el compás.
Personas
entendidas, gente del teatro y de la danza de toda la vida, no salían de su
asombro ante lo que habíamos visto y oído. Qué talento, qué gran trabajo,
cuántas horas de ensayo, “estos no tienen vida”!!!
Lamentablemente
en el mundo hay de todo, eso también puede pensar ese “todo” de mí, pero es que
hay gente que es como para darle con tipex y borrarla del mapa. Había un buen
grupo de mujeres, muchas extranjeras que habían ido a ver tíos “buenorros”,
estas fenómenas hacían grititos cuando se ponían de espaldas, grabaron con sus
móviles todo el tiempo, perturbando el efecto de la luminotécnia, cuchicheaban
y les daba la risa flojo mientras se desarrollaban los acordes perfectos de un
violonchelista con las piernas abiertas, absolutamente estiradas, colgando de
la estructura circense. No menos lamentable fue la huída en plena actuación de
hombres, seguidos o no por mujeres que se sentían o bien aburridos o bien
atacados en su virilidad más posesiva.
El caso es que en ciertos momentos tuve que hacer un esfuerzo de
concentración para poder disfrutar de lo que me ofrecían los Vivancos y no
dejarme llevar por la vergüenza ajena o los instintos agresivos que a todos nos
salen de debajo de la impotencia. En un momento determinado incluso le dije a
un acomodador si podía decirle algo a las que grabaron todo, poniéndome el
móvil a la altura de los ojos, y su respuesta era que si no grababan con una réflex
no podía hacer nada. Así que me aguanté, pero por no liarla y darle un mal rato
a mi marido que es hombre tranquilo.
En fin, que la
próxima vez espero poder ir a ver a este espectacular grupo de hombres
prodigiosos a un teatro o que tenga la suerte de que a mi alrededor se sientes
personas con un cierto nivel de sensibilidad y podamos disfrutar todos de este
despliegue de arte.
Texto: Ana E.Venegas
Fotografía: José A.Correa
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