Comisariada por Sema D'Acosta
Para un pintor que evita los argumentos narrativos de la figuración, la búsqueda de un lenguaje propio desde lo sintáctico es el camino. Equilibrar forma, color y luz. Tener en cuenta la textura de la superficie, los volúmenes, los bordes y hasta la posición de un posible espectador. El asunto clave es saber mantener una cierta tensión, tener control sobre el resultado, no abandonar nunca una actitud escéptica con cada obra, que no es más que un paso necesario para afrontar la siguiente. Bien entendido, un cuadro debe ser un terreno de pruebas donde nunca se consiguen estados definitivos. Una pieza lleva a otra y a otra y a otra... Y así, semana tras semana, mes tras mes. Lejos de los focos, en la soledad del estudio y al margen de las pantallas. De hecho, las buenas pinturas no se interpretan bien a través de una interfaz. Por suerte, lo primordial, eso humano que prevalece vinculado a una idea abstracta o un sentimiento, no se capta con una fotografía y apenas se entiende haciendo scrolling con el móvil. Instagram tiene ventajas e inconvenientes para los pintores. A unos los potencia esa planitud, sobre todo a los que apuestan por el impacto visual; a otros los aminora, en particular a los que optan por la sutileza de una poética ininteligible. Este tipo de trabajos que necesitan de la relación directa con el público, podríamos enlazarlos con los planteamientos del filósofo ingles John Locke, cuyo argumento principal sostenía que el verdadero conocimiento se centra en nuestra experiencia de las cosas; no en el mundo en sí, sino en cómo nosotros experimentamos el mundo, una afirmación que antepone la percepción de la realidad al sucedáneo RGB que promueven las redes sociales. (Sema D´Acosta)
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