(Página en construcción)
I think, it is a very witty poem, the author get identify the fither roosters with the men. She makes them responsible of wars because their aggressive nature and their ambition for controling their henhouses. That is to much that it is worse the Maria Magdalena's crime than Saint Peter's one, and so because this is a patrialchal culture and society.All in all , it is a clever critic of the patriarcal power.
At four o’clock
in the gun-metal blue dark
we hear the first crow of the first cock
just below
the gun-metal blue window
and immediately there is an echo
off in the distance,
then one from the backyard fence,
then one, with horrible insistence,
grates like a wet match
from the broccoli patch,
flares, and all over town begins to catch.
Cries galore
come from the water-closet door,
from the dropping-plastered henhouse floor,
where in the blue blur
their rustling wives admire,
the roosters brace their cruel feet and glare
with stupid eyes
while from their beaks there rise
the uncontrolled, traditional cries.
Deep from protruding chests
in green-gold medals dressed,
planned to command and terrorize the rest,
the many wives
who lead hens’ lives
of being courted and despised;
deep from raw throats
a senseless order floats
all over town. A rooster gloats
over our beds
from rusty iron sheds
and fences made from old bedsteads,
over our churches
where the tin rooster perches,
over our little wooden northern houses,
making sallies
from all the muddy alleys,
marking out maps like Rand McNally’s:
glass-headed pins,
oil-golds and copper greens,
anthracite blues, alizarins,
each one an active
displacement in perspective;
each screaming, “This is where I live!”
Each screaming
“Get up! Stop dreaming!”
Roosters, what are you projecting?
You, whom the Greeks elected
to shoot at on a post, who struggled
when sacrificed, you whom they labeled
“Very combative ...”
what right have you to give
commands and tell us how to live,
cry “Here!” and “Here!”
and wake us here where are
unwanted love, conceit and war?
The crown of red
set on your little head
is charged with all your fighting blood.
Yes, that excrescence
makes a most virile presence,
plus all that vulgar beauty of iridescence.
Now in mid-air
by twos they fight each other.
Down comes a first flame-feather,
and one is flying,
with raging heroism defying
even the sensation of dying.
And one has fallen,
but still above the town
his torn-out, bloodied feathers drift down;
and what he sung
no matter. He is flung
on the gray ash-heap, lies in dung
with his dead wives
with open, bloody eyes,
while those metallic feathers oxidize.
St. Peter’s sin
was worse than that of Magdalen
whose sin was of the flesh alone;
of spirit, Peter’s,
falling, beneath the flares,
among the “servants and officers.”
Old holy sculpture
could set it all together
in one small scene, past and future:
Christ stands amazed,
Peter, two fingers raised
to surprised lips, both as if dazed.
But in between
a little cock is seen
carved on a dim column in the travertine,
explained by gallus canit;
flet Petrus underneath it.
There is inescapable hope, the pivot;
yes, and there Peter’s tears
run down our chanticleer’s
sides and gem his spurs.
Tear-encrusted thick
as a medieval relic
he waits. Poor Peter, heart-sick,
still cannot guess
those cock-a-doodles yet might bless,
his dreadful rooster come to mean forgiveness,
a new weathervane
on basilica and barn,
and that outside the Lateran
there would always be
a bronze cock on a porphyry
pillar so the people and the Pope might see
that even the Prince
of the Apostles long since
had been forgiven, and to convince
all the assembly
that “Deny deny deny”
is not all the roosters cry.
In the morning
a low light is floating
in the backyard, and gilding
from underneath
the broccoli, leaf by leaf;
how could the night have come to grief?
gilding the tiny
floating swallow’s belly
and lines of pink cloud in the sky,
the day’s preamble
like wandering lines in marble.
The cocks are now almost inaudible.
The sun climbs in,
following “to see the end,”
faithful as enemy, or friend.
Traducción:
A las cuatro en punto, en la oscuridad metálica azul revolver, escuchamos el cacareo del primer gallo. Justo debajo de la ventana metálica azul revolver, inmediatamente el primer eco más lejano, otro desde la verja del patio trasero y finalmente otro de horrible insistencia chirría como un fósforo mojado, desde el sembrado de brócolis centellea, y todos empezamos a comprender.
Desde lo más hondo de su hinchados pechos, condecorados con medallas verdes y doradas,
han planeado cómo manejar y aterrorizar el descanso, los que gobiernan la vida de las gallinas, sus esposas, las cortejan y las desprecian.
Profundo, desde sus abiertas gargantas, un mal presagio sobrevuela la ciudad. Un gallo se regodea sobre nuestras camas en el gallinero de hierro oxidado de vallas hechas de somieres antiguos, sobre nuestras iglesias donde se posa el gallo de hojalata (veleta), sobre nuestras pequeñas casa de madera anortadas, haciendo incursiones, a nuestro enfangado callejón, delineando mapas como los de Rand McNally: insignias de cristal, dorado aceitoso, verde cobre, azul antracita, y alizarina roja.
todas con un movimiento en perspectiva; cada alarada de los gallos¡"Así es como vivo"!, "¡Aupa! ¡Deja de soñar!", ¿qué pretenden? Vosotros, a quien los griegos eligieron para dispararles atados a una columna, que fuisteis probados durante el sacrificio, a vosotros a quien ellos catalogaron como muy combativos, ¿qué derecho tenéis para organizarnos la vida y decirnos cómo vivirla?
Gritad "Aquí", "Aquí" y nosotras nos despertaremos, ¡dónde está el maldito amor, arrogancia y guerra?
La corona roja luce en tu pequeña cabeza culpable de toda la sangre derramada. Sí, esa excrecencia te hace parecer más viril, esa belleza vulgar de lo brillantorro.
Ahora dos de ellos luchan entre sí. La primera pluma inflamada cae, uno vuela, con furioso y desafiante heroísmo incluso con peligro de muerte.
Uno ha caído sobre la ciudad, desgarrado, con plumas sangrientas, cae a la deriva; no importa lo que ha cacareado; es lanzado sobre el montón ceniciento, tumbado sobre el estiércol de sus esposas muertas con ojos abiertos y ensangrentados, mientras sus metálicas plumas se oxidan.
El pecado de San Pedro fue peor que el de María Magdalena, cuyo pecado sue sobre su propia carne; el de Pedro fue del alma, bajo las campanas, ente sirvientes y oficiales.
todas con un movimiento en perspectiva; cada alarada de los gallos¡"Así es como vivo"!, "¡Aupa! ¡Deja de soñar!", ¿qué pretenden? Vosotros, a quien los griegos eligieron para dispararles atados a una columna, que fuisteis probados durante el sacrificio, a vosotros a quien ellos catalogaron como muy combativos, ¿qué derecho tenéis para organizarnos la vida y decirnos cómo vivirla?
Gritad "Aquí", "Aquí" y nosotras nos despertaremos, ¡dónde está el maldito amor, arrogancia y guerra?
La corona roja luce en tu pequeña cabeza culpable de toda la sangre derramada. Sí, esa excrecencia te hace parecer más viril, esa belleza vulgar de lo brillantorro.
Ahora dos de ellos luchan entre sí. La primera pluma inflamada cae, uno vuela, con furioso y desafiante heroísmo incluso con peligro de muerte.
Uno ha caído sobre la ciudad, desgarrado, con plumas sangrientas, cae a la deriva; no importa lo que ha cacareado; es lanzado sobre el montón ceniciento, tumbado sobre el estiércol de sus esposas muertas con ojos abiertos y ensangrentados, mientras sus metálicas plumas se oxidan.
El pecado de San Pedro fue peor que el de María Magdalena, cuyo pecado sue sobre su propia carne; el de Pedro fue del alma, bajo las campanas, ente sirvientes y oficiales.
Hay una antigua y sagrada escultura que podría representar todo en una escena, el pasado y el futuro: Cristo escandalizado, Pedro con dos dedos elevados hasta sus sorprendidos labios, los dos, como aturdidos. Pero mientras, un pequeño gallo parece esculpir en una columna de mármol travertino, explicando el "Gallus Canit"; el bíblico Pedro sucumbió. Hay una inebitable esperanza, el giro de las cosas;Sí, aquí están las lágrimas de Pedro cayendo del gallo como piedra preciosa y estímulo. Lágrimas incrustadas como una reliquia medieval. Pobre Pedro, corazón enfermo, que aún no sabe si esos cacareos pueden bendecir, su gallo cacareando (su pecado) va a recordarse poco. Una nueva veleta, en la iglesia. en el granero y en otras construcciones será un gallo de bronce sobre un pilar de piedra, de forma que el pueblo y el Papa puedan ver que incluso el príncipe de los apóstoles ha sido olvidado, y convencido a la asamblea que "negar, negar, negar" no es todo el grito de los gallos.
A la mañana una leve luz flota en el patio de atrás, dorando oblicuamente el brócoli, hoja a hoja; ¿Cómo ha podido ser tan penosa la noche? Dorando el pequeño abultado vientre y líneas de las nubes rosadas en el cielo, el amanecer parece tener líneas marmóreas.
Los gallos están callados. El sol se eleva para mostrarnos el fin, tan fiel como el enemigo o el amigo.
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