Hoy me permito
traerles la obra de un vecino de Marbella curtido en barras nocturnas, la de
Puente Romano, la de su propio tablao flamenco y otras más, con estas
vivencias, como poco, singulares, una conciencia social combativa, un gusto por
los clásicos, las historias de los pueblos contada por sus mayores, sus
fantasías eróticas y el gusto por la estética del cine de los 50, Antonio nos
ha recopilado una colección de relatos para pasar el rato que no para perderlo.
El libro está
compuesto por un prólogo preciosista y
acertado de Alejandro Pedregosa, una presentación con sus objetivos, una serie
de relatos divididos por áreas semánticas y un epílogo indicio de la bonhomía
del Autor, al incluir el relato de un amigo desaparecido. Destacaría el
vaticinio de Pedregosa donde se anuncia el compromiso de Antonio con el
lenguaje y la ética, ya que estas premisas dirigen como columna vertebral el
estilo y la temática, acertadísimo sobre todo el primero en cuentos franceses, el segundo en sus cuentos sociales y alguno de susto como el titulado “Asustaviejas”.
He de reconocer
que a mí el formato de relato corto me gusta mucho, tanto como lectora y
autora, siempre me han parecido una maravilla este tipo de lectura que puedes
leer de una vez, con la que puedes experimentar iniciando en una acción ya
comenzada, deslizándote por el nudo que lo llena todo y minimizando un
desenlace, ya que el relato no es más que uno de esos episodios de la vida,
terminado el cual, inmediatamente empieza otro. Recuerdo las lecturas de Poe en
mi adolescencia, cómo después de haber leído “Berenice” no me podía dormir, por
la impresión de pensar en la caja llena
de dientes perfectos y es que en una lectura de diez minutos se pueden
condensar las sensaciones de toda una novela y a veces era incapaz de empezar
otro, necesitaba hacer la digestión del chuletón de buey en comparación con
otras lecturas que son verduras a la plancha.
En fin, Antonio ha
realizado una colección heterogénea en la
más amplia accesión de la palabra, hay relatos antiguos, nuevos, de él, de Javier
Lorenzo, franceses con ambiente bohemio, populares, clásicos, eróticos, costumbristas,
empáticos, de mar y de montaña y de denuncia social. Su prosa también es
cambiante, desde la estética bohemia del primer cuento a la burda de sus
relatos eróticos, con los que no me “pongo” nada y es que está claro que el
concepto de erótica de Antonio y el mío no son el mismo, su vocabulario y temas
me recuerdan demasiado a una adolescencia que no disfruté por la brutalidad de
ciertos compañeros de clase y por el castillo de cristal donde me tenía recluida
mi familia. Tengo que reconocer que tampoco me gusta la erótica de otras
publicaciones contemporáneas en las que el uso explícito de los órganos
genitales de la manera más bruta es su leitmotiv, debe ser porque mi sexualidad
no la concibo sin el sentido lúdico que se imprime por la influencia de la
camaradería y el cariño.
Encuentro que en
estos cuentos hay mucho del autor, lo veo, lo
veo en su adolescencia, en su infancia, en las personas que han influido
en él, siento que ha debido ser un buen “escuchador” y que esas historias y
anécdotas que ha oído se han quedado en su acervo personal, porque consigue
ponerse en el lugar del otro y quedarse afectado por su historia. En el cuento “4
de Diciembre” se percibe la ideación adolescente de un chico con inquietudes
por valores progresistas al que su padre baja de las nubes, me doy cuenta que
vivió y magnificó la prohibición de su padre para que fuese a esa manifestación,
igual que se le ha marcado para los restos, la muerte de Caparrós, como un
impacto, una tragedia y una evidencia de la putrefacción del sistema.
Antonio es un “culture
vulture”, absorbe cultura de cada expresión, así descubrimos guiños a Shakespeare,
en el propio título o al cine de Truffaux, de la cultura popular y sus tradiciones
boca a boca, se rodea de amigos interesantes y tiene el acierto de completar su
libro con las ilustaciones de Pedro Molina, algunas de ellas me han parecido
preciosas, como la del puerto de Marbella.
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