Está bien que nos hayamos acordado de Antonio Machado en el 75 aniversario de su muerte. Confía uno siempre en que, más allá del ruido mediático, de las simplezas que se dicen al efecto y del oportunismo de quienes aprovechan la ocasión para salir en la foto, alguien, puede que uno entre un millón, aprovechara el recordatorio para abrir un libro del poeta y leer algún poema suyo. El poeta nada perderá o ganará con ello, pero la persona que haya cedido a ese impulso seguramente sí habrá ganado para sí algo que, a falta de mejor explicación, llamaré simplemente autoconocimiento, por cuanto esa penetración en el sentido de las cosas que proporciona la gran poesía, la verdadera, la que no distrae ni aturde, redunda siempre en un mejor conocimiento de uno mismo. Dejémoslo ahí.
De Machado dijo Juan Ramón Jiménez, no sin una punta de malicia, que era el mejor poeta español... de la segunda mitad del siglo XIX. Y tenía razón, por cuanto Machado es en la poesía española, y al lado de Bécquer, lo que los poetas de la segunda generación romántica fueron en los países donde sí hubo un auténtico Romanticismo: los que depuraron el movimiento de sus aspectos superficiales y ahondaron en sus intuiciones fundamentales. Que Antonio Machado lo hiciera en el primer tercio del siglo XX, y no a finales del siglo anterior, poco importa. Lo acompañaba en ello otro gran postromántico desmesurado y trágico: Miguel de Unamuno. Y quiso el azar que ese movimiento de depuración del Romanticismo coincidiera en el tiempo con la depuración del Modernismo que estaba llevando a cabo el propio Juan Ramón Jiménez: de ahí que éste reconociera la esencial afinidad que lo unía a esos dos poetas mayores, y que frecuentemente los postulara como los mejores de la poesía española del momento.
Antonio Machado empezó explorando las galerías del alma que Bécquer había transitado antes que él y terminó encontrando esa misma cualidad de mundo trascendido en la pura realidad, en ese "huerto claro donde madura el limonero" de su infancia o en las líneas límpidas, claras, hirientes de sus "Campos de Soria", que posiblemente sea el mejor poema que se ha escrito jamás en español sobre una tierra y un paisaje, y que, por eso mismo, ahora apenas se lee o se cita, porque exige del lector el esfuerzo de abrir sus ojos hacia dentro para ver en su interior lo que el poeta describe con esa precisión visionaria que trasciende la mera visualidad. Eso ya lo hicieron antes que él Wordsworth y otros románticos, y después de él sólo Juan Ramón ha logrado transmitir mediante la poesía ese modo intenso de mirar hasta transfigurar lo visto en... otra cosa, que ya no es ni simplemente real ni meramente mental, sino una especie de realidad más intensa y verdadera que la que percibimos con nuestro mirar distraído de todos los días. Se dirá que Machado es algo más que un poeta descriptivo. Por supuesto. Pero la profundidad filosófica y moral que tan frecuentemente se le atribuye, y que ha hecho que algunos lo confundan con una especie de santo laico o tomen su obra como un prontuario de máximas biempensantes, le viene de ahí, de esa mirada limpia y diáfana.
Ya sé que nada de lo que precede vale para salvar el trance de pronunciar unas pocas palabras ocasionales sobre el poeta conmemorado. Bien está lo que hayan querido decir quienes hayan participado en esos homenajes. Yo me quedé en casa y recordé -no diré que leí- algunos de los poemas de Machado que me han acompañado siempre.
José Manuel Benítez Ariza
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