es uno de los relatos más inquietantes a los que me
he enfrentado en mi vida de lectora. En él se presenta un problema sobre la existencia y la
percepción de la realidad. Gracias a la rotura del tiempo que se produce en la
mente de personas divergentes, los demás, nos hacemos preguntas sobre las certezas
que nos acompañan en la vida y las razones que nos llevan a apreciar la
genialidad de seres al margen de las variables de nuestro espacio “certero”.
El “perseguidor” podría haber sido
cualquier artista, no necesariamente un saxofonista de jazz y no precisamente
Charlie Parker. En Charlie Parker Cortázar encontró un "hombre" que pudiera haber
sentido la crudeza de la incertidumbre, que se pudiera haber cuestionado si
este mundo de verdades absolutas lo era por realidad o por convención, cuya
falta de empatía y cierta permisividad que la masa tiene con los artistas, le
hubieran impulsado a expresarlo, aunque pocos acertaran a vislumbrar siquiera
la posibilidad de un axioma coherente, su vida, sus desórdenes, sus adicciones,
su incapacidad para expresar sus sentimientos, ni siquiera con el saxo o el
sexo, lo invalidaban para presentar una alternativa.
Sólo Bruno, desde su profundidad
intelectual, consigue entrever, con cierta pena por Jonhny, resquicios de otra
opción a la razón general, los demás lo consideran simplemente un artista, un
genio del Saxo Bajo que como otros muchos talentos flaquea con sus defectos de carácter.
Este cuento largo es una joya intelectual,
un revulsivo para las conciencias y me sugiera una pregunta envenenada: ¿Si
consideramos que personajes como estos están desequilibrados, que su discurso
es producto de su locura y el abuso narcótico, porqué, sí, porqué nos fascinan
tanto, y sobre todo porqué sus producciones artísticas tienen ese punto de
genialidad que nos conmueven como no hacen otras?
Ana E.Venegas

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