El general es el personaje omnipresente,
cuya infancia y recuerdos completan una historia, los demás personajes son sólo
una excusa para no considerarla un monólogo. Esta licencia narrativa es difícil
de conceder y el lector transige por la necesidad de llegar a la verdad en ese
encuentro entre dos que acapara de manera inverosímil un solo individuo.
La visita de un amigo de juventud en las
postrimerías de la vida de ambos, sirve como escenario para una historia llena
de disertaciones formidables sobre la amistad, la traición, la aceptación, la
inevitabilidad de los sentimientos, la guerra, la pasión versus la razón, las raíces,
la cobardía, la verdad, la realidad y cómo las relacionamos con nuestras
emociones.
Éste fue un autor denostado, sus textos
estuvieron prohibidos en su Hungría transformada en República Soviética, su
pensamiento divergente de la burguesía le valió la incomprensión de su familia
en su juventud y nuevamente fue ultrajado tras la invasión rusa por su posición
liberal, era en realidad un espíritu crítico, alguien con quien me identifico,
un ser que se obsesiona por analizar los acontecimientos, por mirarlos en la
pureza de su producción, sin dejarse llevar por ideales heredados o socializantes.
Así nos traslada en el tiempo y en su
evolución mental, con un hilo de pensamiento que se enreda alrededor de nosotros
produciendo la tensión de la verdad oculta, una verdad que se conoce, se adivina y no importa.
De esta forma llegamos a saber que Conrad no
lo mató, gracias a ese sentido profundo de la amistad, no pudo asesinar a su
amigo a pesar de que su amor por Kristina era inevitable y decidió irse al Trópico, lejos de la culpa, lejos de la tentación, abandonarlo todo. Llegados a este momento podríamos decir que la historia está finiquitada, pero hay tantos temas subyacentes, tantos hechos dolorosos, guerras, muertes, melancolías que realmente lo que me sorprende es el final, en esta recopilación de hechos y escenas vividas, el protagonista pudo agotarse, pero sutilmente comprendemos que no se acabó, aunque, sí quedó marcado.
La lectura de “El último Encuentro” es una
experiencia sensorial, hay colores en las descripciones, un lenguaje visual, como en un cuadro, los olores nos envuelven, y lo consigue sin caer en aburridas descripciones, con la brevedad óptima para el propósito de acercarnos a los
objetos, las casas, como muestra de una decadencia social y económica de su
nación, que a esas alturas no debía saber ni cómo llamarla. El escritor es capaz de
concretar en símbolos lingüísticos, como hacen los grandes pintores en pulcras
pinceladas de colores perfectos, reproduciendo una realidad tamizada por su
filtro maltratado.
El autor se suicidó al caer el Muro de
Berlín, puede que pensara que ya había vivido lo suficiente, o que su vida
había sido desperdiciada, o que no encontraba su sentimiento nacional en este
mundo, donde su casa a bandazos políticos y bélicos había cambiado de manos
como prostituta vieja.
Ana E.Venegas
No hay comentarios:
Publicar un comentario