El
pasado sábado se dio el pistoletazo de salida del Festival Internacional de
Cine Fantástico de la Costa del Sol que se celebra principalmente en Estepona,
pero que tiene eventos en otras sedes como Marbella, Benahavís y Málaga. El
inicio de esta semana cinematográfica tuvo a Luís Alberto de Cuenca y a José
Luís Garci en un “duelo dialéctico a
primera sangre” y la proyección de “Holmes y Watson, Madrid Days” del
oscarizado director de cine.
Ya por
la mañana en la rueda de prensa descubrimos la enorme afinidad
entre ambos talentos, Cuenca y Garci hablan a menudo, se nota, comparten
conceptos comunes sobre cuestiones esenciales de la vida, son unos amantes del
arte, versados en estilos y autores, amantes de la música y de la buena
literatura, por lo que el duelo hubiera persistido por horas sin que hubiera habido
lesión alguna. Eso sí, los espectadores pudimos disfrutar de sus pintores
favoritos, los museos, los libros más significativos de nuestra cultura,
personajes como el Quijote y Sancho que se reproducen incluso en la obra de
Conan Doyle y de una conversación que saltaba de un tema a otro y reconducían
en una generosa donación de saberes que sólo fue preámbulo de la maravillosa
película José Luís Garci y que pudimos disfrutar acto seguido al debate.
“Holmes
y Watson, Madrid Days” es una revisión del clásico, un pretexto para mostrar la
España de finales del XIX, pero, y en esto tenemos que felicitar al director,
con todas sus vertientes, lo bajos fondos, la corrupción y también la grandeza
de un pueblo trabajado, bullente de actividad, pleno de intelectuales, músicos
como Albéniz, literatos como Galdós o Pío Baroja que Garci nos presenta en
forma de fotografía antigua, la que se hacía con las cámaras oscuras y que
inmortalizaba momentos imprescindibles. La escenografía es una maravilla y el
vestuario magnífico. Los diálogos, escritos por el propio Garci vuelcan el
pensamiento, el profundo poso cultural español, nos reconcilia con nuestro
país, después de tanto harakiri antinacionalista, pero seguro que a muchos les
resulta un ejercicio pedante de la nostalgia, yo, me he dejado vanagloriar, una
vez cada doscientos años no puede ser malo.
La película tiene una trama reconocible en el universo sherlockiano, los
célebres británicos siguen a Jack The Ripper, pero esta vez en Madrid donde se
están sucediendo asesinatos de una factura muy parecida a la londinense. De
todas maneras, la historia es un pretexto para hablar de Madrid, para mostrar
el Madrid de los Austrias, para presentar a su gente, gente de todo tipo, pero
mucha de ella olvidada por cuestiones políticas partidistas. Esta ofuscación en
hacer diálogos descriptivos del ambiente ha resultado ridículo para muchos
espectadores que no la han elevado a obra taquillera y es que, estos diálogos
merecen ser oídos con calma, deleitarse con ellos, reconocer un pasado y sus
protagonistas aunque sí es verdad que a veces se nota que están en plena oda
panegírica lo que puede ir en contra de la credibilidad, yo lo acepto
como una licencia poética como cuando el revisor del tren entra tarareando obras de música clásica. A mí me han emocionado, quizás porque soy muy sensible
al halago y me ha gustado que me recreen el oído con lo que es la imagen de un
país que ya no se enseña y es una pena, porque no hay blancos ni negros puros
en la naturaleza.
El tema técnico sí que no tiene lugar a dudas, desde las iluminaciones
vainillas, sepia, hasta las escenas que llegan a sonar como escenarios de
teatros antiguos y que muestran imágenes bellísimas, muchas reconocibles de
pinturas y fotografía del XIX. Imágenes fijas son las que Garci monta como
intersecciones e incluso como información importante que cuenta mucho en un
solo plano, lo importante es que se funde sin discontinuidad y que en vez de
resultar una cutrez propia de un presupuesto escaso, es un recurso más para
mostrar las artes fotográficas y pictóricas de ese tiempo.
La intelectualidad de la época brilla como nunca en esta película, el
director ha procurado que estén presentes desde la música a la fotografía,
desde la pintura a la poesía, la filosofía y la dialéctica. Es delicioso poder
vanagloriarse con las obras de final del XIX y es estupendo asistir a la
madurez de un ser curioso que tiene la generosidad de compartir con nosotros lo
que ha aprendido y le apasiona en la vida, sobre todo si esos temas son los que
también nos interesan a nosotros. Comprendo que esta no haya sido una película
taquillera, es difícil de apreciar si no se llega a ella con un gusto educado y
unos conocimientos previos.
Al terminar una señora que ha sido Mujer Europea de la Cultura 2003 le
dijo a otra:
—Qué orgullosa me siento, ha sido
delicioso
A lo que la otra contestó:
—Sí, pero dudo que “esta vaya a ser la
canción del verano”
Buenísimo artículo,Gracias Ana
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