
Flora Tristán o Madame la Colère fue una
mujer de ascendencia peruano-andaluza que se casó por cuestiones económicas,
como era costumbre en la época, con un señor que la aburría, la humillaba y
maltrataba, otra costumbre de la época. Por vicisitudes personales entra en el
ambiente de la lucha social, una reacción a los abusos de la Revolución
Industrial y del capitalismo buitre que explotaba a los obreros por horarios
inhumanos, con salarios de miseria, sin seguridad, ni protección hacia la enfermedad
o la vejez. Flora, además, por el hecho de ser mujer y adentrarse en este mundo
de lucha que nos ha dejado un panorama de sociedad del bienestar, nos muestra
testimonio de la dificultad de visibilización, falta de derechos y respeto al
ser humano mujer, de hecho, vivió gran parte de su vida con una bala que su
marido le alojó junto al corazón y que fue una de las causas de su muerte,
debiendo renunciar, a pesar de todo, a sus derechos de madre porque las autoridades prefirieron que sus
hijos crecieran en una institución pública y con su padre, después en vez de
con una mujer “que había abandonado el hogar”. Aun así, escribió publicaciones
como “The Worker Unions” o “Peregrinaciones de una Paria”, conoció a los
dirigentes más destaca dos del incipiente socialismo y marxismo, viajó y llevó
su concepto de fuerza colectiva del obrero por el Reino Unido y Francia.


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Esta especie de cercanía al personaje la
consigue Vargas Llosa con una obra en segunda persona, un narrador, en el que
yo veo a Mario y no me importa, me alegra muchísimo pues desmiente a muchos
detractores que lo consideran un hombre ultraconservador, aunque tras leer casi
todos sus libros y escuchar muchos de sus discursos, clases y entrevistas, yo
lo veo como un amante de la libertad individual, un liberal convencido, término que en nuestra sociedad se empeñan
en enturbiarlo para que la libertad y la tolerancia quede secuestrada por
ciertas ideologías neo marxistas que por otro lado ya han demostrado lo que
pueden hacer con la libertad individual. En fin, que me gusta que alguien pueda
escribir un libro y expresar su modo de ver el mundo, de aceptar la diferencia, la tolerancia ante la libertad de elección, las opciones sexuales, de apreciar la lucha por la justicia o la simple
decisión de vivir su vida a su manera, aceptando también las consecuencias de
sus acciones. Vargas Llosa utiliza, como decíamos, la segunda persona para alentar
y dialogar con los personajes, como si les contara a ellos sus descubrimientos para confirmar la historia, y claro, al no
haber respuesta se deduce que el argumento es acertado, una técnica ingeniosa,
llena de ritmo, de repeticiones, de apelativos e interpelaciones de una gran
dificultad, que el escritor acrecienta con un aparente desorden temporal, que
comprendo pueda resultar apabullante para muchos lectores porque cuenta con el
bagaje del lector, y que da muestra del esqueleto de una obra en la que todo
está medido.
Frente a esta obra, el lector se encuentra
con una etapa histórica, un siglo XIX efervescente de movimientos sociales y de
pensamiento: el marxismo, el feminismo, el fourierismo, los ateísmos, los
sansimonianos, el capitalismo, el liberalismo... Pero también, seremos testigos
de la excrecencia humana en las explotaciones de obreros, los tratos
humillantes a las clases bajas y el uso del cuerpo y el alma de mujeres en los “finishes”,
“afterhours” donde muchos hombres que exigían una conducta intachable a sus
mujeres e hijas terminaban el día tomando de todo y haciendo de todo a pobres
mujeres que lo soportaban por llevar dinero a sus casas. Hay una escena que es
dolorosísima en el libro, cuando hacen beber a estas mujeres porquerías de todo
tipo para verlas vomitar y hacerse pis en ellas, lo peor es que esto aún
existe.
En una alternancia de personajes, Flora
recorre su camino vital que la lleva también a Perú y al Reino Unido, mientras
que Gauguin vive el desarrollo del impresionismo, conoce a Pissarro, Cèzanne Van Gogh, a Degas, a Mallarmé, a Poe, se queda
obnubilado con la odalisca de Manet, conoce los “Salons” donde se exponían las
obras impresionistas al margen del arte oficial y emprende una ruta hacia el
primitivismo en la Martinica, Tahití y en
las Marquesas donde creó obras pictóricas maravillosas y dejó un rastro como
ser humano bastante indeseable. Aunque hasta para eso nada es blanco o negro,
en cierto sentido Paul también intentó ayudar a los nativos defendiéndolos o
incitándolos a pedir sus derechos que ni siquiera sabían que tenían, por
ejemplo, en cuanto al pago de impuestos o a la obligación de llevar a sus hijos
al colegio, que puede ser estupendo si lo miramos como que se trasmite cultura
a estas personas sin posibilidades, pero que acaba con su forma de
socialización en las culturas propias.
Quizás muchos lectores pensarán que esta
obra es una excusa para pavonearse mostrando conocimientos en Historia del
Pensamiento y Historia del Arte, no lo sé, lo que sé es que a mí me vale,
porque disfruto con temas que me apasionan, descubro hechos que no sabía y me
alienta a investigar.


Durante la obra tenemos varios encuentros
con Eros, pero desde luego, lo que vertebra la obra es la meta en Tánatos, la
enfermedad, la penosa enfermedad, enfermedades, de ambos protagonistas y esa
burla continua, aprovechando hasta el último aliento sin haber tirado la toalla, como en el juego de El Paraíso: -toc toc, -¡quién es?, -soy la muerte, -ah, -¿es este el Paraíso?, -no señora, en la otra esquina.
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