miércoles, 24 de julio de 2019

“El Castillo Blanco” de Orhan Pamuk, análisis AMUM

Resultado de imagen de el castillo blanco   La Asociación de Mujeres Universitarias de Marbella eligió esta novela de grandes rasgos históricos para su tertulia de julio-2019. Las credenciales que avalan a un Premio Nobel y el atractivo ideológico del autor turco fueron impulsos a tener en cuenta. Pero en realidad, no fue una lectura que gustase a todas las socias, aunque como es evidente, nuestro argumento tiene muchas más aristas que esta simple nota de examen.

    En principio, la lectura merece la pena porque nos enfrenta con la realidad histórica y de memoria alzheimerica de nuestra percepción. Y es que el imperio otomano no terminó hasta el siglo XX, pasada la Gran Guerra. Y que, aunque a veces, sintamos que los temas que se presentan en la obra son medievales, la esclavitud, la peste, los piratas, los sultanatos, a los que se refiere, están fechados en el siglo XVII.

    Aunque la apreciación que más se reiteró en la tertulia fue la de repetitivo, hemos encontrado numerosos temas de interés y comprensión por el tempo de la literatura de estas latitudes, menos dadas a la inmediatez. Cierto es que los devenires de la relación entre esclavo y maestro está marcada por sucesivas tandas de buena y mala relación, amor-odio, sobre todo de la actitud soberbia, de amo, acomplejada-insegura, poco estable, demandante, agradecida, exigente, intolerante, a ciclos del maestro que, en momentos de equilibrio, consigue, sumando con los conocimientos del esclavo, los más sonoros éxitos de su carrera de hombre de ciencias, de ingeniero. “El conjunto es más que la suma de las partes” como dirían los teóricos de la Gelstad. Esta idea, la siembra el autor en nuestras mentes y es cuando sospechamos que el compromiso ideológico del autor trabaja en función de apostolado. ¿No seríamos más productivos en todos los aspectos si trabajásemos juntos?

     Las distintas rachas de buen y mal entendimiento entre estos dos hombres que se parecen y no solo físicamente, sino también en su curiosidad intelectual, se desenvuelven por el texto de manera repetitiva, de modo que pueden cansar. Pero también se puede observar la evolución de una relación, la exploración de los estados de ánimo por el autor,  y cómo la simbiosis entre ambos protagonistas nos confunde y nos angustia, incluso a alguna tertuliana le hizo “un lío”, porque se empieza a temer la fusión o el intercambio. Esta preocupación por la identidad se ha tratado en numerosas ocasiones en la Literatura, en opinión de alguna socia, con más éxito que aquí. Y el hecho nos dio para preguntarnos por qué nos angustia y qué sentiríamos si nos encontrásemos a nosotros mismos en plena calle. ¿Somos únicos y por qué nos tranquiliza ser únicos?

    Una vez más, alguna socia sintió que el compromiso ideológico del autor, armenio de origen y a favor de la admisión del genocidio turco al pueblo armenio, muy interesado además en señalar que la frontera entre oriente y occidente, como la de la provincia de Cádiz con la de Málaga es una división política, de forma que en unos metros la sociedad no puede ser oriental u occidental y, por ende, como de Marte y de Plutón, diferentes e irreconciliables. Pero la verdad es que no sólo físicamente, sino también en la profundidad del ser humano, en su curiosidad intelectual, en los conocimientos universales que nos someten a todos, la física, la química, la medicina, somos muy intercambiables y como dice el propio Pamuk, por tanto, iguales (en boca del sultán).

    Alguna socia habló de síndrome de Estocolmo por parte del Veneciano que fue atrapado por los piratas (guiño a Cervantes) durante una travesía y regalado como esclavo al maestro. Una atracción grande debe haber, porque no intenta escapar, sólo se separa de él durante la epidemia de peste y vuelve sin resistencia. Lo que si es cierto es que hay una dependencia intelectual de ambos que fructifica e incluso crea una máquina de guerra (guiño a Leonardo Da Vinci) que queda atrapada en el barro como los tanques alemanes a las puertas de Varsovia. Como se puede apreciar, si no tienes ciertos conocimientos no se puede apreciar la obra en su valor.

    Una de nuestras socias señaló la licencia de comparar una cabeza con un armario, puertas que se abren cajones donde se guarda, una buena analogía que agradecimos pues la mayoría no la habíamos considerado, y señalo esta anécdota como muestra del valor de las tertulias, pues nos enriquece con las visiones individuales que se comparten.

    Se valoró mucho el personaje del sultán que va evolucionando al crecer desde niño y sobre todo el capítulo apostrófico final por el que se comprende gran parte de la obra.

    El Castillo Blanco es el lugar donde queda el arma que construyen los dos sosias, pero es también el lugar de la disociación y es muy curioso que estos hombres que no habían tenido nombre hasta ese momento, sólo maestro y esclavo, pasen en ese momento a ser otros, un “Él” (que aparecerá en mayúsculas, para el maestro que se va a vivir la vida del esclavo y un certeza del “Yo” como autor del manuscrito (el encuentro de un manuscrito es la técnica narrativa), para el esclavo que toma el lugar del maestro. Un documento donde se reflejan las conversaciones (guiño a Sócrates) y los acontecimientos de todos aquellos años de simbiosis o fusión.

    La próxima tertulia será el 12 de agosto y trabajaremos sobre “La Puerta” de Magda Szabó.
   
   


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