1928 es el año de publicación de esta obra
de un atrevimiento e inteligencia descomunal. Una prosa prodigiosa que se
aventura en la fantasía para hablar de la identidad, de Literatura y de la
mujer a través de situaciones que ponen en tela de juicio el encorsetamiento y
la costumbre junto con cierta irracionalidad social del ser humano.
Orlando es un hombre que sufre una
metamorfosis y se despierta mujer. “Oh, he is a woman”, es la frase que dijeron
los presentes cuando volvió de un sueño de siete días, tras una revuelta derroquista,
cuando era embajador en Turquía. Y esta sentencia reúne toda la enjundia
metafísica. ¿Se es hombre o mujer?, ¿se es aparte de ser hombre o mujer?, ¿se
es por encima de ser hombre o mujer?, ¿el ser nace y su característica de mujer
lo va marcando?, y si es así, ¿la característica mujer marca tan profundamente
o es la social la que hace a la mujer como apuntó Simone de Beauvoir? Esta diatriba
es tan complicada, diversa y necesaria como poco atendida y es que este mismo
libro, en su traducción al español, la que hizo José Luís Borges, no consigue
el matiz insidioso que quiso darle Virginia Woolf, porque Borges lo tradujo
como “¡¡¡Es una mujer!!!”. Apreciamos la sorpresa del cambio de sexo, pero Virginia
dijo “Él es una mujer”, un atrevimiento que nos hace cuestionar si el SER es independiente
del sexo, si la esencia humana, al igual que carece de la particularidad física
de ser alto o bajo, carece de esa particularidad masculina o femenina, “pienso,
luego existo”, el yo de este postulado cartesiano no contiene trazas de sexo.
También hay que reconocer que la traducción de Borges es una intervención
maravillosa, de prosa preciosista y que excepto por aspectos como este, lógicos,
pues aún hoy muchas personas no están preparadas para trabajar sobre estos aspectos
tan tatuados en nuestra socialización, el resultado es una lectura deliciosa.
Para poner en jaque el pensamiento único,
para permitir la trasgresión, Virginia Wolf recorre acontecimientos durante
cinco siglos, del XVI a principios del XX, como la gran helada de Londres, con una
Orlando que permanece joven, atendiendo la orden que le dio Elizabeth I en su lecho
de muerte, no envejezcas, y no envejece, pero vive, una licencia fantástica que
se suma a la de la elongación y contracción del tiempo. Una serie de figuras y
licencias literarias que el lector admite con gusto para deslizarse junto a un
personaje que nace hombre y rico, un privilegiado social que sufre una
transformación. A través de su nueva condición de mujer, somos capaces de
sufrir las pérdidas de estatus, las incomodidades y trabas de lo “femenino” en
el día a día, su lucha por mantener su patrimonio al que deja de tener derecho
por no ser varón, su dificultad para ser poeta porque “está bien que la mujer piense
siempre que sea en un hombre y está bien que escriba siempre que sea de amor”,
de hecho su obra que creaba y destejía cada día como la Penélope de Homero se
pensaba que era obra de su primo. En fin, que gracias a la comparación con el cotidiano
más simple del hombre, se encuentra la complicación y los impedimentos de ejercer
de mujer en todos esos siglos que la obra ocupa.
Mención aparte merece la
vestimenta femenina de Orlando, por el sunami que ha desatado en mí. Ropas y
zapatos que hacen de la mujer una discapacitada física, miriñaques y corsés,
faldas largas y zapatos diminutos. Orlando no conseguía adaptarse a tanto
preparativo y constricción del vestir femenino y en realidad, actualmente, las
mujeres en general y muchas en particular, seguimos usando ropas, zapatos,
accesorios y maquillajes que no nos hacen un favor a la hora de ser dinámicas.
Mea culpa, pero es tan divertido y nos hace tan especiales que es una elección
que acogemos con gusto, gusto que no quita el dolor de pies, espalda y la poca
velocidad que podemos alcanzar con una falda estrecha y unos tacones altos, lo
que por otra parte significa que sin tanto arreo sí tendríamos esa agilidad.
Esta novela con tintes de ensayo está
escrita en tercera persona, con un maravilloso narrador omnisciente que es
capaz de estar en todos los escenarios, incluso los mentales. Esta técnica
permite a la autora mostrar el devenir del pensamiento de Orlando y otros
personajes y es ahí donde encontramos la elaboración de los hechos y el asalto
al estatus quo, más a través de la interrogación y la presentación de otro
pensamiento que a través de sentencias hechas. La tesis de Woolf se sostiene
varios siglos, pero parece que los hechos se apresuran en el siglo XIX y XX,
puede ser que el contenido ensayístico ya no diera más de sí y empezara a
resultar repetitivo. Por ello, su autora, tan sensible al ritmo, decidió
atajarlo con más brevedad hasta llegar al presente.
El presente, al final de la obra, nos deja
un momento furibundo en el que Orlando recopila sus yos atomizados, su yo
poeta, el yo mujer, el de esposa, el de embajador, de gitana, el amante de los
árboles, todos, para ser mujer, hombre, todo, para ser Orlando. ¿Es Orlando por
encima de todos esos momentos y características diferentes o es Orlando con todos
ellos? La verdad es que puede que no tengamos la respuesta, pero ya es un logro
que tengamos la pregunta. Y lo que queda claro es que hombre o mujer, adora los
libros, una posición como otras muchas para las que la identidad sexual no es
importante o sí.
Al
parecer, Woolf se inspiró en la vida de Vita Sackville-West una mujer noble que
tuvo grandes dificultades con su patrimonio y su obra literaria por ser mujer. Virginia
y Vita fueron amantes, sus maridos, de sexualidad también relajada y miembros
del Grupo de Bloomsbury, no fueron engañados y el hijo de la propia Vita
escribió sobre la relación de ambas en su obra. No es de extrañar pues, que
Orlando sea un ser rodeado de Literatura, inmerso en ella, que escriba y sea un
lector obsesivo. Virginia aprovecha esta obra para homenajear a la Literatura y
es uno de los hilos conductores a lo largo de los siglos que recorre la obra.
También es un homenaje a aquel Castillo de
Knole, en el que había crecido Vita rodeada de platerías y donde se habían
alojado todos los reyes, tanto, que las sábanas reales estaban gastadas. Ironía
y humor para poner sobre la mesa que Vita tuvo que dejar el Castillo en manos
de un varón de la familia, pues ella era mujer, característica que impedía
claramente sostener la propiedad de la casa donde había pasado su infancia y
donde habían vivido todos sus ancestros.
Hay quien piensa que esta obra estuvo
concebida como un divertimento de ingenioso sentido del humor, pero en realidad
es un divertimento de una ambición globalizadora, muy valioso y lleno de
intenciones, un estímulo intelectual, pues presenta tantos momentos irracionales
para el ser humano mujer que las anécdotas numerosas y atinadas nos despiertan
al humor y a la amargura, a la aceptación, pero también a la reacción.
Aparte de ese capítulo final de
disgregación y soldadura de la identidad de Orlando tenemos otros momentos
hilarantes como en el que Orlando se siente incómoda con su dedo anular hasta
que descubre que le falta el anillo de casada, como si estar casada fuera una
característica sine qua non para ser mujer; o la costumbre de ceñir con
miriñaques a las mujeres embarazadas para esconder el fruto del amor, que es
también la gracia de la supervivencia de la especie y consecuencia directísima
de la acción del varón, hasta hace poco las mujeres pasaban su embarazo recluidas
en casa, tratadas como inválidas y lejos de la vista de la sociedad moralizante
que se avergonzaba de la prueba de su sexualidad activa, hoy encontramos que
muchas embarazadas se ciñen o van a barriga descubierta y nos preguntamos si
esta posición poco cómoda no será otra trampa, en esta ocasión la exhibición de
la feminidad más cruda, en cualquier caso, también diferenciadora.
El ambiente irónico, burlón, mordaz,
recorre toda la obra, todas las pequeñas historias que conforman el esperpento.
Los personajes son apropiaciones caricaturescas de personas que Virginia conoció
y los utiliza para burlarse de muchos de ellos y del género biográfico. “Orlando
es una biografía, que no tiene tiempo razonable ni personaje-objeto esquematizable.
Recuerda en cierto sentido la fantasía y la alegoría de “El Barón Rampante” de Ítalo
Calvino. Lo que sin duda es, es una lectura imprescindible para comprender a la
autora, tan genial y dolorosamente bipolar, y la importancia de algunas mujeres
que despertaron y supieron cómo encauzar su visión de una sociedad injusta.
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