viernes, 1 de noviembre de 2019

“Orlando” de Virginia Woolf, reseña


    1928 es el año de publicación de esta obra de un atrevimiento e inteligencia descomunal. Una prosa prodigiosa que se aventura en la fantasía para hablar de la identidad, de Literatura y de la mujer a través de situaciones que ponen en tela de juicio el encorsetamiento y la costumbre junto con cierta irracionalidad social del ser humano.

    Orlando es un hombre que sufre una metamorfosis y se despierta mujer. “Oh, he is a woman”, es la frase que dijeron los presentes cuando volvió de un sueño de siete días, tras una revuelta derroquista, cuando era embajador en Turquía. Y esta sentencia reúne toda la enjundia metafísica. ¿Se es hombre o mujer?, ¿se es aparte de ser hombre o mujer?, ¿se es por encima de ser hombre o mujer?, ¿el ser nace y su característica de mujer lo va marcando?, y si es así, ¿la característica mujer marca tan profundamente o es la social la que hace a la mujer como apuntó Simone de Beauvoir? Esta diatriba es tan complicada, diversa y necesaria como poco atendida y es que este mismo libro, en su traducción al español, la que hizo José Luís Borges, no consigue el matiz insidioso que quiso darle Virginia Woolf, porque Borges lo tradujo como “¡¡¡Es una mujer!!!”. Apreciamos la sorpresa del cambio de sexo, pero Virginia dijo “Él es una mujer”, un atrevimiento que nos hace cuestionar si el SER es independiente del sexo, si la esencia humana, al igual que carece de la particularidad física de ser alto o bajo, carece de esa particularidad masculina o femenina, “pienso, luego existo”, el yo de este postulado cartesiano no contiene trazas de sexo. También hay que reconocer que la traducción de Borges es una intervención maravillosa, de prosa preciosista y que excepto por aspectos como este, lógicos, pues aún hoy muchas personas no están preparadas para trabajar sobre estos aspectos tan tatuados en nuestra socialización, el resultado es una lectura deliciosa.

    Para poner en jaque el pensamiento único, para permitir la trasgresión, Virginia Wolf recorre acontecimientos durante cinco siglos, del XVI a principios del XX,  como la gran helada de Londres, con una Orlando que permanece joven, atendiendo la orden que le dio Elizabeth I en su lecho de muerte, no envejezcas, y no envejece, pero vive, una licencia fantástica que se suma a la de la elongación y contracción del tiempo. Una serie de figuras y licencias literarias que el lector admite con gusto para deslizarse junto a un personaje que nace hombre y rico, un privilegiado social que sufre una transformación. A través de su nueva condición de mujer, somos capaces de sufrir las pérdidas de estatus, las incomodidades y trabas de lo “femenino” en el día a día, su lucha por mantener su patrimonio al que deja de tener derecho por no ser varón, su dificultad para ser poeta porque “está bien que la mujer piense siempre que sea en un hombre y está bien que escriba siempre que sea de amor”, de hecho su obra que creaba y destejía cada día como la Penélope de Homero se pensaba que era obra de su primo. En fin, que gracias a la comparación con el cotidiano más simple del hombre, se encuentra la complicación y los impedimentos de ejercer de mujer en todos esos siglos que la obra ocupa.

    Mención aparte merece la vestimenta femenina de Orlando, por el sunami que ha desatado en mí. Ropas y zapatos que hacen de la mujer una discapacitada física, miriñaques y corsés, faldas largas y zapatos diminutos. Orlando no conseguía adaptarse a tanto preparativo y constricción del vestir femenino y en realidad, actualmente, las mujeres en general y muchas en particular, seguimos usando ropas, zapatos, accesorios y maquillajes que no nos hacen un favor a la hora de ser dinámicas. Mea culpa, pero es tan divertido y nos hace tan especiales que es una elección que acogemos con gusto, gusto que no quita el dolor de pies, espalda y la poca velocidad que podemos alcanzar con una falda estrecha y unos tacones altos, lo que por otra parte significa que sin tanto arreo sí tendríamos esa agilidad.

    Esta novela con tintes de ensayo está escrita en tercera persona, con un maravilloso narrador omnisciente que es capaz de estar en todos los escenarios, incluso los mentales. Esta técnica permite a la autora mostrar el devenir del pensamiento de Orlando y otros personajes y es ahí donde encontramos la elaboración de los hechos y el asalto al estatus quo, más a través de la interrogación y la presentación de otro pensamiento que a través de sentencias hechas. La tesis de Woolf se sostiene varios siglos, pero parece que los hechos se apresuran en el siglo XIX y XX, puede ser que el contenido ensayístico ya no diera más de sí y empezara a resultar repetitivo. Por ello, su autora, tan sensible al ritmo, decidió atajarlo con más brevedad hasta llegar al presente.

    El presente, al final de la obra, nos deja un momento furibundo en el que Orlando recopila sus yos atomizados, su yo poeta, el yo mujer, el de esposa, el de embajador, de gitana, el amante de los árboles, todos, para ser mujer, hombre, todo, para ser Orlando. ¿Es Orlando por encima de todos esos momentos y características diferentes o es Orlando con todos ellos? La verdad es que puede que no tengamos la respuesta, pero ya es un logro que tengamos la pregunta. Y lo que queda claro es que hombre o mujer, adora los libros, una posición como otras muchas para las que la identidad sexual no es importante o sí.

    Al parecer, Woolf se inspiró en la vida de Vita Sackville-West una mujer noble que tuvo grandes dificultades con su patrimonio y su obra literaria por ser mujer. Virginia y Vita fueron amantes, sus maridos, de sexualidad también relajada y miembros del Grupo de Bloomsbury, no fueron engañados y el hijo de la propia Vita escribió sobre la relación de ambas en su obra. No es de extrañar pues, que Orlando sea un ser rodeado de Literatura, inmerso en ella, que escriba y sea un lector obsesivo. Virginia aprovecha esta obra para homenajear a la Literatura y es uno de los hilos conductores a lo largo de los siglos que recorre la obra.



    También es un homenaje a aquel Castillo de Knole, en el que había crecido Vita rodeada de platerías y donde se habían alojado todos los reyes, tanto, que las sábanas reales estaban gastadas. Ironía y humor para poner sobre la mesa que Vita tuvo que dejar el Castillo en manos de un varón de la familia, pues ella era mujer, característica que impedía claramente sostener la propiedad de la casa donde había pasado su infancia y donde habían vivido todos sus ancestros.

    Hay quien piensa que esta obra estuvo concebida como un divertimento de ingenioso sentido del humor, pero en realidad es un divertimento de una ambición globalizadora, muy valioso y lleno de intenciones, un estímulo intelectual, pues presenta tantos momentos irracionales para el ser humano mujer que las anécdotas numerosas y atinadas nos despiertan al humor y a la amargura, a la aceptación, pero también a la reacción.

    Aparte de ese capítulo final de disgregación y soldadura de la identidad de Orlando tenemos otros momentos hilarantes como en el que Orlando se siente incómoda con su dedo anular hasta que descubre que le falta el anillo de casada, como si estar casada fuera una característica sine qua non para ser mujer; o la costumbre de ceñir con miriñaques a las mujeres embarazadas para esconder el fruto del amor, que es también la gracia de la supervivencia de la especie y consecuencia directísima de la acción del varón, hasta hace poco las mujeres pasaban su embarazo recluidas en casa, tratadas como inválidas y lejos de la vista de la sociedad moralizante que se avergonzaba de la prueba de su sexualidad activa, hoy encontramos que muchas embarazadas se ciñen o van a barriga descubierta y nos preguntamos si esta posición poco cómoda no será otra trampa, en esta ocasión la exhibición de la feminidad más cruda, en cualquier caso, también diferenciadora.

    El ambiente irónico, burlón, mordaz, recorre toda la obra, todas las pequeñas historias que conforman el esperpento. Los personajes son apropiaciones caricaturescas de personas que Virginia conoció y los utiliza para burlarse de muchos de ellos y del género biográfico. “Orlando es una biografía, que no tiene tiempo razonable ni personaje-objeto esquematizable. Recuerda en cierto sentido la fantasía y la alegoría de “El Barón Rampante” de Ítalo Calvino. Lo que sin duda es, es una lectura imprescindible para comprender a la autora, tan genial y dolorosamente bipolar, y la importancia de algunas mujeres que despertaron y supieron cómo encauzar su visión de una sociedad injusta.

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