lunes, 27 de octubre de 2014

Mi Madame Bovary del Siglo XXI

    Yo he conocido a varias Emmas, sin ir más lejos, en mi gimnasio había una, desapareció, creo que volvió a su pueblo. La primera vez que la vi iba con su marido, un señor de estatura media, quizás bajito, su cara era tan normal, tan poco memorable que si no hubiera sido porque iba junto a ella, nunca me hubiera llamado la atención. Antonio García, el que fue su marido, era una buena persona, pero pese a su profesión, arquitecto, no parecía seguro de sí mismo y pasó por la ciudad sin pena ni gloria, tan soso, tan huevo sin sal que daba la impresión de ser un pobre hombre.

    Aquel día en el paseo nos encontramos de frente, ella caminaba derecha, con gran afectación, sabiendo que la miraban, sólo y únicamente porque estaba alerta de ir despertando sensaciones. Su indumentaria era informal, falda vaquera beig, camiseta blanca, jersey marinero anudado en el pecho y mocasines rojos. Se sabía estilosa y el ángulo de su barbilla sugería cierta consideración de superioridad con la media de las hembras que caminábamos el espacio playero.

   La oí hablar, su tono era ligeramente engolado, sus eses se prolongaban y dejaban mis continuos ceceos a la altura más proletaria.
— ¡Ponte derecho Antonio, que pareces un pobre!

    Y el alma cándida del marido se erguía, sin conseguir el punto de dignidad que ella exigía.

    Aquel invierno fue bueno para la construcción, la compañía para la que trabajaba el clon de Monsieur Bovary ganó mucho dinero. En alguna fiesta de la empresa, en la que se invitaba a las mujeres, Emma pudo comprobar el charme de Luís Mora Figueroa, su posición desenvuelta, los gemelos de rubíes, la increíble caída de un pantalón a medida y el ajuste más imponente de esa chaqueta empacando los hombros. Fue cuando me la presentaron, a mi marido, al ser socio de una empresa de ascensores lo invitaban a todos esos saraos donde se impresionaba a los proveedores para que desearan ser considerados bajo el ala de semejantes empresas de postín. La vi mirando de manera subverticia al empresario, incluso lo siguió para hacerse la encontradiza cuando bajó a la bodega para traer uno de sus tesoros de la Ribera del Duero. Me quedé con la mosca detrás de la oreja, para estos temas soy muy “larga” pero también muy discreta, sólo mi marido fue eco de mis impresiones:

—La mujer del arquitecto no me gusta un pelo, se va a meter en un lío y van a acabar mal. —Susurré.

    En Febrero saltó el escándalo, el pobre Antonio García, había estado firmando obras al margen de la empresa a cambio de pingües beneficios netos:

—Ella merece más de lo que le doy, por mí no ha sido, yo no necesito más de lo que tengo. —Fue lo único que acertó a declarar cuando lo detuvo la policía.

    El problema fue que uno de los proyectos que firmó contenía un muro de contención que se desplomó el mismo día que entregaron la obra, con tan mala suerte que sepultó un par de chicos que estaban debajo persiguiendo lagartijas. Antonio está en la cárcel pero no lo visita Emma, ella aún cree que es un desgraciado, lo sé porque yo leí la obra de Flaubert, también “La Mujer Insustancial de Chéjov”, ella piensa que su insignificancia la obligó a tener relaciones adúlteras con Luís Mora. El hastío y el aburrimiento de la mediocre vida que él le proporcionaba la arrojaron en pos de emociones apropiadas a su alto espíritu. El alboroto que se montó fue tremendo.

    Se citaban en el Hotel Sultán, casi todas las semanas, se convirtió en una ocupación rutinaria pero emocionante que compaginaba con el salón de belleza, el gimnasio y el SPA, el trabajo no iba con ella, eso era para otras que no tuvieran sus virtudes genéticas, su padre, un ganadero de la meseta castellana la crió como a una princesa caprichosa, fue a los mejores colegios a costa de las becas que se le concedía a los hijos del campo, se codeó con la crème de la crème pero sin sentirse una de ellas, refugiaba sus fantasías en la literatura de ficción, habitualmente romántica, cine, teatro, estaba acostumbrada a la ociosidad y tenía tablas, aunque su conversación era inquietante, nunca se sabía qué puñetas estaba pensando.

    Finalmente, cuando llamó a Luís para contarle que estaba embarazada de él debió sentir que el mundo era un ecosistema agreste:
—Tú estás loca si crees que voy a dejar a mi mujer por ti, nos hemos divertido, no has supuesto para mí otra cosa. —El mismo Luis se lo contó a todo el que lo quiso oír, como penitencia para conseguir el perdón de su amantísima y cincuenta-por-ciento-de-su-empresa esposa.


   Debió quedar como aturdida y así, bajó las escaleras que conducían al paseo marítimo, buscando una boqueadas de aire que la sanara, pero en su inconsciencia fue presa de su vista nublada y calló peldaños abajo hasta estrellarse con el mismo suelo por donde la vi la primera vez, mi amigo Paco que iba paseando a  Currito, su perro, la vio desplomarse, como una marioneta, el pobre perro acudió al rescate, le dio con su hocico varios empujoncitos mientras su dueño llamaba al 061, luego le lamió la mejilla, ella abrió los ojos y lo miró con ira, Currito le ladró varias veces, se dio la vuelta y se escondió detrás de su amigo humano.

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