Ser invisible, a veces, muy pocas veces
tiene beneficios para las mujeres. En aquellos momentos, cuando los nazis
ocuparon París, fue muy conveniente para el patrimonio artístico francés contar
con la presencia discreta y aparentemente inofensiva de una mujer menuda
escondida tras unas gafas de miope.
Rose Valand, historiadora del arte, con
títulos para empapelar mi despacho, fue tomada por una simple ayudante por las
fuerzas invasoras, oh, una mujer, no podía tener nada en ese cerebro, lo
impedía sus dos pechos y otras cosas, en fin, que hay más tontos que botellines
y siempre los ha habido.
Cuando los nazis empezaron a utilizar el
edificio anejo al Louvre, el Museo Jeu de Paume, como lugar de recepción y preparación para el
transporte del expolio de arte francés, el “degenerado” también, Rose mantuvo
su puesto, todos los demás empleados fueron despedidos, pero ella era tan invisible
que no se dieron cuenta de su capacidad intelectual, su formación, su valentía
y de un pequeño detalle “sin importancia” que ella también ocultó para ahondar
en la estupidez de aquellos hombres tan poderosos, sabía alemán y había leído a
los clásicos alemanes, una fruslería.
Lo que ocurrió es que Rose hizo un
inventario de todas las obras que pasaban por ese lugar de expolio, contactó
con la Resistencia francesa e impidió que miles de obras del Louvre y otros
centros de arte llegaran a Alemania, algunas no salieron ni de París. Con un
par…
Tanto la desestimaron que acabó la guerra y
ella quedó indemne, ni siquiera se “coscaron” de que la mujer pusilánime detrás
de las gafas de miope les había desmantelado el plan. Fue reconocida por el
gobierno francés y encargada de los programas de recuperación del patrimonio
artístico. En 1961, escribió sobre sus experiencias durante la guerra en un
libro publicado bajo el título Le delante de l'art (reeditado
en 1997).
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