Patricia Highsmith es una escritora perturbadora,
consigue plantearnos extremos morales que nos inquietan. En este caso lo más
llamativo es si “todos tenemos un precio” y sí, según la torturada mente de la
autora, las historias donde hay malos muy malos que además corrompen a los
buenos, hasta los más envanecidos de su sentido del bien y del mal, son
posibles y les ocurren a la gente normal, a nosotros, a nuestros vecinos y
familiares. Si no fuese poco trastorno para nuestra serenidad, además, Patricia
nos interpela sobre el valor de una vida, ¿es más válida la vida de un hombre
de bien que la de un mafioso? ¿Puede acallar la conciencia que el muerto sea un
mafioso o que el dinero del “trabajito” tenga como destino la viuda y el hijo
de un desahuciado del cáncer? Y, sobre todo, ¿quién lo decide?, ¿estamos
impregnados de la capacidad moral para dilucidarlo? Finalmente, acaba su novela
con la victoria del mal, de la pérdida de la moral y la vida y lo que es peor,
la impunidad y el triunfo de un mundo muy feo, cruel y deshumanizado. Al lector
le sigue perturbando todo lo que no confirme la sentencia “crime is paid”, el delito
se paga.
Aunque valoramos las sentencias y
reflexiones que la autora hace en la exposición de la historia, nos ha
resultado increíble, casi grotesca, no es lógico que criminales con experiencia
paguen una gran cantidad de dinero a un novato para que mate por ellos. Y si la
excusa de mantener la distancia con los crímenes tuviera consistencia, el
novato, hombre con una enfermedad terminal, Jonathan Trevanny, no debiera haber
tenido relación directa con los instigadores, ni otros posibles testigos como el
chófer o el médico, ni tener conversaciones comprometidas por teléfono. Alguna
compañera nos asegura que es necesario leer otros libros de Patricia Highsmith,
como “El Talento de Mr. Repley”, también con el mismo personaje corrompido y corruptor.
Al parecer, la autora describe mejor la psicología maligna del individuo que la
del colectivo de la Mafia, la diferencia está en la conciencia, la Mafia hace
el mal para las víctimas, pero el bien para la organización, sin embargo, la
maldad del individuo, la que domina la escritora es psicopatológica, no son
motivos materiales los que satisfacen sino la maldad en sí, el regocijo en el
dolor y corrupción del ser ético.
Algunas habíamos leído a Highsmith en la
época en que nos apasionaba la novela negra, la de crímenes e intriga,
devoramos a Agatha Christie, a Conan Doyle, Maurice Lèblanc y por supuesto nos
abrimos camino entre Patricia Highsmith, Graham Green, Henning Mankell y luego
los nórdicos de la última hornada. Y claro, esta novela no está a la altura de
nuestras últimas lecturas, ni siquiera de las del género que se le atribuye. Se
madura con la edad y los libros que se han leído vuelven al lector exigente, es
una pena, pero hay algunos libros y autores que no aguantan el paso del tiempo
o no resisten una lectura en la madurez. Sin embargo, es posible que le demos
otra oportunidad a la autora, pero con otro libro en el que la Mafia no
intervenga y sí su innegable talento del retrato psicológico del mal. Una socia
nos aconsejó un artículo muy interesante publicado en la Nación titulado “Los
Placeres Crueles de Patricia Highsmith” y que pueden leer aquí:
Una compañera apuntó la idea de que el mal
no sólo está en acabar con la vida de alguien, también en el perjuicio que
ocasionan los rumores, en comunidades pequeñas donde todos se conocen y son vigilantes
de la moral y el status quo. ¿Cuántos pecados se cometen cada día por la
satisfacción de hacer sufrir o de mostrar una superioridad, un poder sobre
otros vulnerables? El rumor que hace extender Ripley sobre la salud de Trevenny
lo lleva a la vulnerabilidad, al miedo, al extremo, a enfrentarse con el no
tener nada que perder, unos alicientes suficientes para cometer asesinatos a sueldo.
También se observó que la autora hace una
diferencia entre las sociedades francesas, alemanas y americanas a través de
los diferentes personajes y localizaciones, las dota de peculiaridades que
pueden resultar interesantes.
En fin, no encontramos ante una novela que mantiene
una tensión psicológica, que nos hace plantearnos de qué seríamos capaces, con
un buen inglés para las que leyeron en V.O. y que nos hace sentirnos empáticos con
la Sra. Trevenny, para confirmar que no tenemos remedio y exclamar como César “TU
QUOQUE BRUTUS FILI MI”, tú también hijo mío.
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