miércoles, 23 de julio de 2014

Agustín Casado, Pregonero Feria del Libro en Marbella

    En la tarde de ayer y con el incomparable escenario del remodelado y reconvertido Hospital Real de la Misericordia fue pregonada la Feria del Libro de Marbella por el singular rapsoda, poeta, pintor y personaje singular donde los haya, Agustín Casado.

    En el atrio central del magnífico edifico no cabía ni un alfiler, el aforo fue tempranamente agotado y hubo que poner sillas en los espacios laterales del claustro donde también pudieron disfrutar numerosos no sedentes que aunque menos cómodos no abandonaron la sala en ningún momento.

    El pregonero llegó temprano y recibió a los asistentes en la terraza delantera del “Hospitalillo” entre palmeras y jazmines, con un protocolario retraso, tomó asiento y se demandó a la alcaldesa en un tono mitad respetuoso, mitad jocoso, con un verso octosílabo demandante, la venia para dirigirse al respetable.

    Acto seguido nos regaló con una muestra de su talento como trovador contemporáneo, dramatizando versos de su cosecha mundana y reflexiva. Empezó con una declaración de amor a su esposa y a sus amigos que le habían ayudado a superar un pequeño contencioso con la mala salud por el que ha batallado recientemente, saliendo victorioso.  El público reía sus ocurrencias mientras intentaba contenerse para no perder la siguiente retahíla que en un no parar caudaloso, desgranaba sin ahogarse.

   Agustín llamó a los Marbellíes y a nuestros queridos visitantes a la fiesta del libro, invitó a la deambulación, a la compra en papel, que los artistas comen, y a la lectura como medio de transporte hacia lugares y aventuras insólitas, con la póliza de seguro del que viaja en primera desde su Chester, su mecedora de aneas o la tumbona de playa.

    Tuvo palabras para muchos de los compañeros escritores afincados o nacidos en Marbella y en especial para nuestro querido e inolvidable Ignacio García Valiño,  “domador de niños”, al que nuestra Concejala de Cultura, en la presentación del acto, dedicó toda la Feria del Libro en este año de su desaparición corporal.

    Fueron innumerables los guiños al libro como ser vivo, necesario, imprescindible, amigo, a sus autores más clásicamente célebres, a sus hojas, sus portadas, sus olores, su compañía, su consejo, y al emplazamiento sin igual de esta convención cultural que se convierte físicamente en el corazón de nuestra ciudad, latiendo entre niños y abuelos, entre empadronados y foráneos, en la Alameda principal del reino, cuyos árboles, Dios nos ayude a mantener muchos años.



    Agustín muchas gracias por existir, por crear y por compartir, las risas de mi madre y la admiración que le causaste vale un potosí, aún a la una de la mañana, ya sentados en la terraza de la Polaca, entre jazmines y alegrías, seguía riendo tus ocurrencias y maravillándose de tu prodigiosa memoria.

Ana E.Venegas

Carteles del propio Agustín Casado
Fotos de:
José A. Correa Coello y
 Miguel Rodríguez "Miguelón"



      Fragmento del pregón


"…Pero hoy ni por asomo

dejar quiero -digan cómo-

terminar este pregón

sin citar como dios Momo
de esta feria en comisión
el reparto, y son legión,
que interpreta esta función
pues no habiendo juanpalomos
en el libro están y son:

El que escribe escribidor,
el escriba, el escribano,
el escribiente, el autor,
el negro del escritor
al que presta pluma y mano.
Conceptistas, culteranos,
el librero de ocasión,
el de lance, tan ufano
que un incunable acunó,
el de viejo digo yo,
y no de segunda mano.

El visionario editor
que es quien se juega los cuartos
imprimiendo no sé cuántos
de un Harry Potter en pos
para luego vender cuatro
y quedarle allí un montón
que va el hombre regalando,
dice que de promoción.
También el distribuidor
si la nariz nos tapamos
y ese crítico feroz
al que nadie hace ni caso.

El artista ilustrador
portadista o de interior,
como el encuadernador
más artista que artesano.

El hábil maquetador
que es el gran Pepe Moyano,
literario comadrón
en cierta manera hermano
de quien dice este pregón,
que ambos juntos maridamos
edición tras edición;
autores al alimón
disfrutando como enanos.

El bendito traductor
que a golpe de diccionario
nos permite que leamos
en inglés, en coreano,
en sánscrito, en ucraniano,
en ruso, en alemán,
en turco, en catalán
y éstos hasta en castellano.
Y el pobrecito impresor
que obsoleto van dejando
los del pecado nefando
de leer en un tablón.

De biblioteca el ratón,
bibliotecario que cuando
descarga un buen chaparrón
ahí lo tienen, achicando
agua de la inundación;
bien sabéis qué estoy hablando.
Corrector imprescindible,
de todos el más humilde,
lápiz rojo y una goma;
¡esas uves, esas comas,
y esa broma de las tildes!
El que el códice robó
de la seo de Santiago,
que el que roba libros, cuadros,
creo merece más perdón
que otro tipo de ladrón
más frecuente y chabacano.

Cuántas veces no habré yo
tenido la tentación
por no tener nunca un chavo.
Y más que nadie el lector,
el que lee con pasión
o por pasar sólo el rato.
El que estudia, el empollón,
el niño con su catón,
el que sube en un avión
con su libro bajo el brazo.
El que como Ruiz Zafón
quisiera ser enterrado
en el cementerio animado
de los libros sin lector.

El que gusta de su olor,
como un vino o una flor,
y empieza los libros por
abrirlos y olfatearlos
en su aroma embriagador.
Quien se abandonó al sopor
de una siesta de verano
y aflojándose la mano
el libro se le cayó
tal que a guisa de tejado
así sobre el narizón
y que bajo tal sombrajo,
él tan a gusto roncando.

O en el extremo contrario,
el insomne que pasó
toda aquella noche en blanco
hasta ver salir el sol
abducido en la emoción
de acabar averiguando
si el mayordomo asesinó
él al conde, cómo y cuándo.

El febril como Quijano,
bibliófilo empedernido.
Inclusive ese gorrón
que el best seller se ha leído
en dos tardes de seguido
haciéndose el camastrón
y a lo tonto el distraído
de mostrador en mostrador,
en cada uno un capítulo.
El que terco busca un título
que al mudarse extravió.

El que leyó de un tirón
todo el Decamerón
cuando estaba aún prohibido,
el que lee ceguerón
en Braille con sus puntitos.
El que una vez, como yo,
juvenil enamorado,
quiso en libro transmutado
oír de cerca el corazón
de una niña de internado
que los llevaba abrazados
como se abraza a un amor
sobre el pecho deseado.

Me miró de refilón
y me puse colorado
porque creo que leyó
lo que estaba yo pensando.
El leído y escribido,
el gafotas consabido,
el que subrayó un renglón
que le tocó el corazón,
el poeta, el letraherido,
el súbdito de babelia
y el que aún vende enciclopedias
a pesar de Wikipedia:
sean todos bienvenidos.

Bienvenidos a esta feria.
Desde luego no el censor,
ni el que no me devolvió
nunca aquel libro prestado.
Ni el que jamás se creyó
que realmente es mejor
mil palabras que pintado
y que un día sin embargo
al salir de la función
de cine reconoció
un poco decepcionado
-a todos les ha pasado-
que aquel filme basado
en un libro estaba guapo,
¡pero el libro era mejor!,
lo que no es más que un gazapo
pues todo filme filmado
estuvo antes larvado
en el libro del guión.

Ni el moderno vendedor
al que pides por favor
El Romancero Gitano
y va el tío tan ufano
y pregunta ¿de qué autor?
y mira el ordenador
agarrado a su ratón,
“está descatalogado”.
Ni aquel maestro palmeta,
de siniestra silueta
y su mantra equivocado,
la letra con sangre entra.
Y tampoco está invitado,
-si no lo cuenta revienta-
aquél que me reventó
bocazas el muy cabrón
un final inesperado.

Ni ese vampiro chupón
del Gollum sosías clavado
que ni una letra escribió
y el veintiuno al contado
cual de Molière el avaro
buen alumno aventajado
te rebaña el julandrón
en textos de Educación;
ese socio espabilado,
medianero aprovechado,

montaraz Montoro iletrado
que se levanta un pastón
a costa de estos chalados
por la bendita pasión

de los libros maltratados…" 

Agustín Casado

1 comentario:

  1. Ana querida; yo creo que al final uno escribe no para escribir, ni por pulsión alguna, ni mucho menos para educar ni na de na. Si uno se toma la molestia de urdir palabras es, confieso, para acabar leyéndose cosas como las que acabo de leerme de tu mano que beso agradecido.
    A tu señora madre, un sombrerazo. Señoras, las de antes.
    Un beso.
    Agustín Casado

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