El
contradictorio fondo de la novela anidó en las tertulianas que no coincidieron
como en otros momentos sobre la satisfacción de haber acometido la lectura encomendada.
A algunas socias les pareció maravillosa, a otras un sin-objeto y entre ambas opiniones una
gran variedad de: me ha resultado difícil de leer, la traducción al español no
es buena, me parece bueno pero no me ha emocionado y un largo etcéteras de
variantes.
Hubo
una socia que confesó que le era muy difícil opinar por ser la laureada
Virginia Wollf la autora, personaje que se ha convertido en símbolo de
innovación y excelencia en la escritura y de compromiso con la mujer en lo
social. Y debe ser un hecho que contamina la opinión puesto que otra socia
argumentó que si es una escritora tan admirada se debía haber buscado el porqué
en la obra que tratábamos.
Varias socias han observado que Tánatos rondaba la novela desde el
principio y que Séptimus materializó como una de las opciones de su
desequilibrada vida. El suicidio, la muerte del compañero y reflexiones sobre
qué pasará en el mundo cuando ella ya no esté palpitan en la obra. Séptimus le ha servido a la autora para traer
a esta historia de un día, los horrores de la guerra, la muerte de jóvenes que
truncan sus vidas, los síndromes post-traumáticos de guerra, la homosexualidad
y la situación de la atención a la enfermedad mental a principio de Siglo.
En
otra novela que leímos sobre Leonora Carrington, la artista surrealista, de la
autora Elena Poniatowska, pudimos también tener un mapa del desconocimiento y
el tratamiento de las enfermedades mentales. Y es que hasta hace poco los
enfermos eran recluidos, muchas veces en clínicas privada que suponían un gasto
crónico ya que muy pocos mejoraban con las drogas anulantes y los electroshocks.
El
personaje de Clarissa resultó bastante polémico porque alguna socia lo encontró
superficial, que vivía en el pasado, deprimente y cobarde, mientras que otras
socias la percibieron como un ser común lleno de contradicciones pero con un
rico mundo interior. Una mujer que ha elegido un camino, que probablemente no
se arrepiente de él porque en su colección de valores están los tradicionales
británicos, pero que echa de menos las emociones que hubiera disfrutado si
hubiera hecho otras elecciones, como haberse casado con el aventurero Peter
Walsh, o si hubiera seguido sus pulsiones homosexuales con la chispeante Sally.
Hubo quien pensó que Sally se aterrorizó ante la petición de Peter de
matrimonio porque él deseaba que fuese algo más que la función de mujer de un
hombre importante, pretendía su amor, la quería de compañera para andar la vida
y eso no era propio de los contratos matrimoniales de la época.
Como
es común de Virginia Woolf, el tema de la situación de la mujer está presente
en toda la historia. Aparece la esposa sufridora que se echa su familia a la
espalda, como la mujer de Séptimus, las que tienen oficios femeninos,
costureras, floristas, las que deben alquilar parte de su casa para subsistir o
la perfecta ama de casa, “la hostess” que
señaló otra socia, mujer de un señor influyente y que está a la sombra,
perdiendo hasta su nombre como le ocurre a Ms. Dalloway, por otra parte están
las mujeres peligrosas, esas que no se atienen a comportamientos tradicionales,
como la profesora de historia y finalmente las mujeres con poder como la Sra. Bruton
que utiliza la puerta trasera de las influencias, como manera de conseguir sus
intromisiones en cuestiones de estado, al estarle vedado el derecho por su
condición de mujer.

Una
interesante reflexión que nos ocupó unos cuantos minutos tuvo como protagonista a la propia autora que
pertenecía a esa clase alta y que pudiera haber sido una Clarissa. Sin embargo, la muerte de su padre, la
independencia de pensamiento y económica que esto le produjo, el respaldo del
grupo de Bloomsbury y su propia valentía la llevaron a vivir de otra manera más
creativa, alejada de las normas sociales, de la zona femenina de confort y de
los mandatos programados tradicionalmente para la mujer. Este hecho nos pareció
muy reseñable debido a la debilidad por su enfermedad mental.
Varias socias se hicieron eco del simbolismo que suponía el paso de las
horas, el uso del tiempo, la historia en un día, dos vidas, dos historias, el
presente, el pasado, todo en una linealidad de horas que se suceden en el libro
sin ruptura.
En
fin, fue una muy interesante tertulia que nos descubre que los mejores libros para
dialogar son los que nos provocan diferencias de opiniones. El mes que viene
nos reuniremos el día 22 para tertuliear sobre “La Ciudad de los Prodigios” de
Eduardo Mendoza, ¡¡¡menudo cambio de tercio!!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario