En algún lugar he leído que Joanathan
Franzen se ha descubierto como el uno de los mejores autores de la nueva novela
americana. No sé, parece que este mensaje escrito en la solapilla de un libro
aumenta sus ventas. Dicen que es una obra maestra. Lo asegura su editor. A mí me
parece exagerado, teniendo en cuenta la historia de la literatura, este tipo de
aseveraciones me producen un poco de pudor.
Sin embargo, sí creo que es una novela
interesante, que no deja títere con cabeza en la absurda organización de la
sociedad occidental, de las otras no se habla, aunque también tienen sus
propias incoherencias. Su tono ácido, irónico, corrosivo arremete contra la
familia de clase media-alta americana, envuelta en eventos que tienen que ver
con el dinero y donde la moral está muy establecida, aunque parece existir para
que sea pervertida.
La vejez y la enfermedad se presentan como
un problema que desde luego tienen su solución menos emocional con el pago de
las facturas correspondientes a los hospitales, médicos, residencias de
ancianos, farmacéuticas y todos los cachivaches que puedan ser comprados para
facilitar la vida diaria y hacernos esclavos del consumismo.
Profundizando y realizando una reflexión
sobre la lectura, no al margen, sino junto a la historia de tres hijos que
tienen sus vidas y están convocados para pasar las últimas Navidades junto a
sus padres, encontramos temas que preocupan al ser humano cuando la vida lo
deja pararse o lo para en seco. La moral de los hijos está tan llena de claros
y oscuros como la de cualquier ser humano, personas que son capaces de tener
relaciones sexuales con una alumna o timar
con negocios sucios sufren y cuidan de sus padres en momentos de crisis
familiar. Sin embargo, los hijos de los que sentirse orgullosos, con esposas, vástagos y trabajos
modélicos tienen sus agujeros negros de carácter, sus universos son más esquemáticos
y cualquier perturbación humana es vista como una contrariedad.
La mujer, como tema problemático también
tiene su parcela en la obra. Encontramos la idea subterránea de que son las
hijas las que deben cuidar a sus padres, una reminiscencia de sociedad machista
que aunque pretenda haber superado ciertos estereotipos, la verdad es que en
cuanto escarbas un poco encuentras que está muy presente. Pero el hecho más
escalofriante de la corrección vital lo ofrece la venganza patética y malvada
que la esposa imprime al marido enfermo. Un marido que ha pasado toda su vida
haciendo ver a la esposa lo equivocada, lo estúpida que era y lo mal que hacía
todo, para tener que llegar a la corrección rastrera, al “bazinga”, o “zas, en
toda la boca”, de una mujer que lo maltrata psicológicamente cuando está enfermo
de demencia e incontinencia: “tú estás equivocado”, “lo has hecho mal”, “no
vales para nada”. Las correcciones del equilibrio que a veces nos ofrece la
vida para envilecernos más.
Es una novela larga, sin embargo, en realidad encierra cuatro historias que dan para una novela corta, las vidas de cada uno de los hijos y la historia de los padres. Si alguien se pregunta si los hijos corrigen la vida de los padres, yo no lo he sentido así. Pienso y me ha quedado claro que es la vida la que nos corrige a todos, aunque muchas veces cuando lo hace, ya no sirve para nada.
La historia es tan amplia y refleja tan bien la familia americana que va a ser llevada a la televisión mediante una serie de la HBO. Tendremos el placer de ver a Ewan McGregor en el papel de Chip, el profesor de vida disoluta.
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