En estos días en que se celebra la fiesta
de San Valentín me planteo ciertas cuestiones que nos están rondando como
buitres abusadores de las térmicas. La soledad, el cambio de pareja, la
familia, la estabilidad, la necesidad… Me adentro someramente en todos estos
vericuetos emocionales para aportar mi conocimiento y elaborar mi opinión.
Hace unos días leí en una entrevista al
Psicólogo Rafael Santandreu asegurar que para ser feliz hay que cambiar de
pareja cada cinco años. Se basa en la estadística actual que nos indica que el
50% de las parejas no superan los diez años y que de las que se mantienen el
30% asegura no ser feliz.
Claro, visto así, es evidente que podríamos
generalizar e instar al personal a buscar nuevos horizontes a partir de quinto
año, pues es por esas fechas donde el enamoramiento como curva hormonal y
emocional empieza a decaer al pasarse la fase de enamoramiento y entrar en una
cada vez más aplastante de rutina.
Sin embargo, la pareja puede ser mucho más
que una curva que sube y que baja en una estadística y cuando ocurre es
maravilloso. Lo bueno es que podemos trabajar para que ocurra. Es cuestión de
ir sustituyendo el cóctel químico de los primeros momentos por una gran
amistad, por gustos comunes o conciliables, una buena sexualidad, un gran
respeto, un compromiso por el bienestar del otro que nos lleve a motivarlo
alegrándonos de sus logros y acompañándolo en sus fracasos, un abuso de la
complicidad en sus formas más divertidas y una consciencia de los beneficios de
la especialización de tareas, “yo plancho estupendamente y tus paellas son las
mejores del mundo mundial”.
La cuestión era más frustrante cuando no existe
este tipo de relación de igual a igual entre marido y mujer, de forma que la
mujer pertenece al hogar del hombre como un enser más. En estos momentos muchas
parejas se separan porque la mujer es independiente económicamente y además el
divorcio ha dejado de estar mal visto socialmente. Muchos serán los casos en
que estos señores no se hayan adaptado a las nuevas circunstancias de la sociedad,
otros en que la convivencia sea insoportable y sobre todo que los integrantes
de la pareja no hayan conseguido sustituir el cóctel químico del enamoramiento
por los cimientos de la relación estable de la que hablábamos antes.
¿Pero dónde quedan otros aspectos humanos
de gran importancia? Me refiero a los hijos y a la estabilidad emocional para
desarrollarse en otros aspectos del ser humano. Es evidente que la persona no
sólo vive de amor, de hecho es una barbaridad el uso del lenguaje en extremo
dramático para hablar de él. Tenemos literatura, canciones, refranes y frases
extremas extraídas de ella en los que decimos en diferentes versiones “sin ti
me muero”. Esta radicalidad nos lleva a pensar que la soledad es perniciosa,
cuando es muy recomendable y hay grandes ejemplos de personas que hacen grandes
cosas por ellos y por los demás sin tener pareja. Se puede vivir solo, porque
además la soledad tampoco es radical, somos seres sociales y estamos rodeados
de compañeros de trabajo, amigos, familia, vecinos, ONGs con “necesidades de
mano de obra gratis”. La soledad es muy relajante, motor de creación e introspección, la cuestión
es no ir de víctima por esta vida, que por otra parte es una forma de
desperdiciarla. Un “single” no es una tragedia es un ser con grandes actitudes
y posibilidades, no es una discapacidad anulante, muchos son felices viviendo
así y todos tienen la posibilidad de viajar a su antojo, de organizar sus
asuntos a su antojo, de tener amigos a su antojo, de aprender, crear… una
ruptura es una adversidad pequeña.
Los hijos necesitan una familia estable,
aunque es mejor una familia reconstruida que una familia tóxica, sin lugar a
dudas. Lo que ocurre es que si cada cinco años rompemos la familia y
organizamos otras, estamos llevando a los hijos de un núcleo a otro, con el que
no deben tener grandes lazos porque no durará. Tendrán hermanos de otros padres
cada cinco años, luego cortarán la convivencia con ellos y conocerán otros, con
los que tendrán mejor o peor convivencia y todo esto puede se maravillosos o
una catástrofe, depende del nivel de adaptación de cada uno de los miembros a
situaciones nuevas. En mi opinión es una situación de riesgo aunque haya
familias, mayormente, matriarcados que consigan desarrollarse en plenitud a
través de estas vivencias.
La estabilidad puede ser muy beneficiosa
para la evolución de los integrantes de la pareja y sus descendientes, porque
nos permite salirnos del yo-yo emocional que suponen las relaciones nuevas y sus
decadencias. Como decíamos, el ser humano no sólo vive de enamoramientos y la
confianza en un ecosistema estable y motivador puede ser muy buena base para centrarnos en
una carrera laboral, creativa, social, de aprendizaje… Y además este estado
sereno puede encontrarse tanto en pareja como solo, lo que no puede ser bueno
es estar eternamente dependiendo de las descargas de endorfinas que se producen
en el enamoramiento, consumiéndolas o deseando consumirlas. Algunos psicólogos
declaran que esta dependencia de enajenaciones emocionales que son los
enamoramientos), viene directamente de nuestra baja capacidad a las
frustraciones y del deseo de tener el cuento de hadas completo, marido-mujer,
hijos, trabajo, coches-perfectos. Cuando lo que de verdad da el mayor número de
momentos de felicidad es aceptar la vida como venga y disfrutar con la mochila
que se lleve.
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