La Asociación de Mujeres Universitarias de
Marbella se reunió el pasado lunes en el Marbella Club para hacer tertulia
sobre esta obra considerada el orto del “Realismo Mágico” y a la que el Premio
Nobel Gabriel García Márquez consideraba una de las obras más importantes de la
Historia de la Literatura, la que le abrió el camino para crear su Macondo y de
la que se sabía párrafos enteros.
La
consideración de obra de arte de “Pedro Páramo” no es baladí, fueron muchos los
argumentos que las tertulianas expusieron sobre ello, en especial una estructura
magnífica, complicada y a la vez comprensible, original, pionera, una forma
experimental con grandes cimientos donde no perderse. Este trabajo se desliza
sobre idas y venidas al pasado y al presente, viajes a la historia desde un
narrador en tercera persona omnisciente y otros a la primera persona del
narrador Pedro Páramo. Pero si la dificultad y el interés fuese poco, la
belleza del lenguaje es tan poética que más de una socia lo ha releído para no
prestar atención a la estructura ni al argumento, liberadas de la tensión
provocada por la intriga, se han dejado mecer en los brazos de las
construcciones poéticas, las figuras literarias, las repeticiones, la belleza
de vocablos latinoamericanos, de vulgarismos inspiradores, de las escenas
delicadas de sexo.
Alguien nos trajo la equivalencia de la
sensación que produce un cuadro abstracto, formado por líneas sugerentes, que
gusta, que espanta, que no se entiende del todo, ni falta que hace, pero que
desde luego no se duda de que es una creación artística, Arte.
El realismo mágico que eclosiona en esta única
novela de Juan Rulfo, no es un invento de la Literatura, más bien, es la
Literatura la que se atreve por fin a mediados del siglo XX a poner en letra
impresa una idiosincrasia de los pueblos latino-americanos, donde confluyen creencias
naturalistas con las católicas que llevaron los españoles del siglo XV y XVI.
De tal forma que su tratamiento de la muerte, de los muertos a los que se
sienten tan próximos, con los que hablan, con los que conviven, de la
simbología en las acciones, de las atribuciones de propiedades a las cosas, a los
alimentos, los olores, el agua, junto con su enorme fe en las vírgenes, los santos,
modelados por ese sincretismo particular y mágico, hacen una existencia en la
que lo terreno y lo espiritual están indudablemente complementados, sin
fricciones. Y desde luego, es su realidad, porque la realidad es lo que uno
vive, con el mito de cada uno, del que habla el filósofo Rafael Argullol, sus
experiencias, su educación, sus creencias, porque por más que existan verdades
absolutas, por ejemplo, la Física Nuclear, esa realidad no existe para quien no
la conozca y sí es verdad, ese Dios al que se dirigen todos los días en busca
de auxilio.
En cuanto a los personajes, conforman el
teatro del mundo en la sociedad mexicana de aquel tiempo, donde los caciques
endiosados eran dueños no sólo de sus tierras, sino que también, del servilismo
superviviente de sus trabajadores; amos de la voluntad del campesino que
malvive con penosos ingresos, que sufre humillaciones, entre las que se
encuentran los derechos de pernada, una vez más la mujer es el eslabón más débil.
Y este Pedro Páramo consigue siempre hacer su voluntad, apropiarse del trabajo,
del cuerpo y del alma de todos, de todos menos de Susana que nunca es suya en
plenitud porque está en manos de la locura, la locura como salvavidas, como
único escape a la posesión. Incluso los incipientes revolucionarios caen en la
trampa de patrón, porque sólo a los locos no les importa no comer.
La historia de México es triste, reflexionó
una tertuliana, siempre sometido, siempre en revolución, siempre aprovechada
por los mismos, por los Pedros Páramos que dicen “siempre hay que ir con el que
gane”, propio de hombres sin moral. Y qué grandeza la del pueblo mexicano que
aprende a gozar con la muerte, restando su tragedia, disfrutando con los
pequeños momentos, con los dones de la supervivencia.
Esta narración no es contraria a la fe, de
hecho, está cimentada en ella, en las creencias, en las esperanzas, porque en
realidad, entre los abusos, las miserias, la mortalidad infantil, esta vida “no
vale un carajo” y algunos optan por el suicidio, aunque cercenan la posibilidad
de subir al cielo y su víctimas dedicarán la eternidad a vagar por la tierra como
almas en pena, serán muertos “que viven en una cobija”.
Qué importante es el agua, la sed, en la
obra, cuántas veces Juan Preciados se siente sediento en un páramo que es en
lo que Pedro ha convertido a Comala. Pedro fue contrariado a la muerte de
Susana, realmente, nunca la poseyó por entero y decidió dejar que esa tierra
que fue vergel se convirtiera en un desierto de tierras polvorientas y casas
caídas, un lugar donde sólo los espíritus pueden vivir, los que no tienen
necesidades corporales, ni frío, ni sed, ni calor, ni hambre. El agua cae del
cielo como un siseo, pero no hace crecer nada, Comala se convierte en un
no-lugar, el capricho-venganza de un ser desabrido.
Esta obra magnífica nos ha dado momentos
excelentes de disfrute literario y una estupenda tertulia que esperamos tenga
parangón en la del próximo mes, en la que trabajaremos sobre “La Tregua” de
Mario Benedetti.
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