La conexión
de dos etapas vitales de Marx Booker es la muerte, el tan bien traído símil
produce efectos curativos no sin las cicatrices que la experiencias de la vida
dejan en nuestra pobre alma. El autor nos muestra el efecto de la memoria sobre
los sentires humanos, nos hace más desconfiados pero a la vez más encallecidos.
El
flamante Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2014 nos ofrece una
estructura ingeniosa basada en la comparación de dos hitos en la historia de su
vida: El primero es el despertar pubescente en el verano que más le marcó,
cuando sintió las primeras pulsiones sexuales, enamorándose de la madre de una
compañera de juegos, sintiéndose atraído por una institutriz y teniendo los
primeros contactos con una Cloe adolescente. Esas emociones intensas quedan
potenciadas por el trascurrir de una vida en pareja convertida finalmente en monotonía y enfermedad. Ambos
momentos son equiparables por la presencia de la muerte, de forma que el autor
nos presenta la posible reconciliación con los hechos luctuosos del presente
por la experiencia del pasado.
La
desaparición de un ser querido es un dolor intenso, desesperado en sus inicios
pero debe dar lugar a una aceptación que nos lleve a seguir viviendo
optimizando los recursos, marcados, amputados, pero con la posibilidad de seguir
adelante. El protagonista, tras perder a su esposa, viaja a su lugar de veraneo de la infancia junto al
mar, donde encontrará los recuerdos suficientes para comprender que la muerte
le ha visitado igual que aquel verano, verano que lo dejó marcado constituyendo
una circunstancia trascendental pero con la que ha vivido todo el resto de su
vida, de igual manera tendrá que seguir respirando en esta ocasión.
Esta obra
galardonada con el premio Man Booker presenta una historia reflexiva, intimista
e inquietante desde una prosa preciosa, equilibrada, bella y llena de matices
expresivos, mezclando hechos con reflexión, abstrayéndose. Su lectura es una delicia que se disfruta en sus 224 páginas de
reflexión sobre la pérdida, la soledad, la monotonía, la enfermedad, la comprensión de la juventud desde la madurez y la reconciliación con el pasado y la vida. Es una narración triste que encierra
la alegría de la vida, de los despertares, la aceptación, la sabiduría que da
la experiencia, un retrato de las emociones que provoca la existencia desde el punto
de vista de la tolerancia y la coexistencia inevitable de Eros y Tánatos.
John Banville
es un mago de las letras, incluso tiene un alter ego, Benjamin Black que narra
novela negra tan preocupado por la forma como en sus creaciones más intimistas.
Su virtuosismo no es sólo formal sino que la intensidad del retrato de los
personajes es prodigiosa, en “El Mar” dibuja a Cloe como una iniciática
adolescente, en la que las preocupaciones estéticas aún no se han desarrollado,
la presenta niña, niña corretona, con olores a juegos sudorosos, con dientes
poco cuidados por la urgencia del disfrute pueril e iniciándose en las
pulsiones de su cuerpo, la adolescencia no llega de golpe y el autor tiene la
sensibilidad especial para mostrarnos a una Cloe en plena transición a la
transición. Lo mismo ocurre con un Max que se siente inmaduramente inseguro, avergonzándose
de sus padres, de su casa o aplastado por la culpa del pecado carnal, de palabra u obra.
En fin que
he disfrutado de una novela que me ha hecho reflexionar y me ha sobrecogido con
una prosa cuidada. Ahora toca una buena comedia.
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