miércoles, 17 de septiembre de 2014

“La Venus de las Pieles” de Roman Polanski

   La Imagen inicial nos aproxima a las tablas de un teatro donde cansado de mediocridad, un actor que recuerda físicamente al propio Polanski interpreta al adaptador de una obra austríaca del siglo XIX. En breve, un segundo personaje completará el reparto, Vanda, interpretada estelarmente por la mujer del propio director, Emanuelle Signer, iniciando desde ese momento un juego retorcido de roles reales y ficticios que envuelve a los personajes y al público, exigiendo la total consciencia para comprender qué está pasando y a quien.

    La fascinante Psique Polanskiana concibe una suerte de metateatro lleno de simbolismo en los diálogos, la acción e incluso en los decorados. Utilizando signos inequívocos de la estabilidad familiar como la chimenea junto a una acción reveladora de deseos masoquistas que se desarrolla en la obra del precursor de esta cinta Leopold von Sacher-Masoch, el autor de la novela dieciochesca del mismo título aunque en alemán, “Venus in Pelz”.

    La presencia de la aspirante a actriz principal, en el papel de Wanda von Dunajew, es una muestra más del intelecto rebuscado de Polanski, es más bien una aparición un ser propio de una ensoñación con cambios tan importantes en su personalidad culta/ordinaria que hacen imposible su compatibilidad, porta además un bolsón a lo Mary Poppins del que saca vestuarios propios del siglo XIX, el libreto completo y no publicado de la obra y el ejemplar de la novela avejentado por el uso. La incoherencia entre un personaje vulgar y el que ha leído el libreto y la novela es muestra de la no existencia de la aspirante, salvo en el delirio del protagonista masculino.

    Aprovechando esta situación, el director nos presenta un autoconocimiento del protagonista que teniendo una vida convencional desea tener relaciones propias del control y dominación sadomasoquista. El inconsciente aflora a partir del desarrollo de su obra, descubriendo un gusto por la tensión psicosexual en un ambiente claustrofóbico con diálogos obsesivos y fascinantemente inteligentes que producen en el espectador un terror por los recovecos de la mente, de los que no nos salvamos y que nos pueden llevar a un cambio de vida, de familia, de entorno o a permanecer encerrados en nuestro propio teatro con la obra representándose dentro.


    El film está lleno de detalles maquiavélicos como “la Cabalgata de las Valkirias” de Wagner, el músico de gusto nazi, en el tono del teléfono móvil de un ser que recuerda al propio Polanski, judío por nacimiento; el contrato de esclavitud por seis meses que tras ser firmado por mor de la propia potestad de la dómine se convierte en “de por vida”, atendiendo a la discusión sobre la libertad real, la propia decisión de las personas que realizan estas prácticas; o el detalle del café que ella primero le arrebata a él en la ficción, le desprecia en la realidad y finalmente se lo sirve ella misma cuando y como ella desea, en una demostración perfecta de control del poder.

    La música se emplea en pocos momentos pero con mucho significado, probablemente el director la considere tan importante que prefiere no prostituirla como afirma Manolo García el cantante que fue de “El último de la Fila”, sosteniendo que hay tanta música y en cualquier sitio, que estamos comprando papel de cocina y suena una melodía que apreciamos como ruido inherente, despreciando la música por saturación.

    En cuanto a la fotografía, es obsesiva, opresiva, con contrapicados que muestran la perversidad propia del personaje dominante, que pueden ser los dos dependiendo del rol del momento, también hay picados empequeñecedores  demostrando el sometimiento del esclavo, ese picado se va haciendo cada vez más intenso a la par que el personaje está más sometido. El plano final de Severine/Thomas como una piltrafa humana, atado al cactus gigante, símbolo fálico, dejado por los autores de la obra western representada con anterioridad, podría ser un comienzo o un final, el creador de la película no se siente interesado por lo que le pasa a alguien tras su catarsis, le va cerrando puertas, lo deja dentro, con su inquietud, su terror, su evidencia, ahí se las apañe….   

Ana E.Venegas


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