La Imagen
inicial nos aproxima a las tablas de un teatro donde cansado de mediocridad, un
actor que recuerda físicamente al propio Polanski interpreta al adaptador de
una obra austríaca del siglo XIX. En breve, un segundo personaje completará el
reparto, Vanda, interpretada estelarmente por la mujer del propio director,
Emanuelle Signer, iniciando desde ese momento un juego retorcido de roles
reales y ficticios que envuelve a los personajes y al público, exigiendo la
total consciencia para comprender qué está pasando y a quien.
La
fascinante Psique Polanskiana concibe una suerte de metateatro lleno de
simbolismo en los diálogos, la acción e incluso en los decorados. Utilizando
signos inequívocos de la estabilidad familiar como la chimenea junto a una
acción reveladora de deseos masoquistas que se desarrolla en la obra del
precursor de esta cinta Leopold von Sacher-Masoch, el autor de la novela
dieciochesca del mismo título aunque en alemán, “Venus in Pelz”.
La
presencia de la aspirante a actriz principal, en el papel de Wanda von Dunajew,
es una muestra más del intelecto rebuscado de Polanski, es más bien una
aparición un ser propio de una ensoñación con cambios tan importantes en su
personalidad culta/ordinaria que hacen imposible su compatibilidad, porta
además un bolsón a lo Mary Poppins del que saca vestuarios propios del siglo XIX,
el libreto completo y no publicado de la obra y el ejemplar de la novela avejentado
por el uso. La incoherencia entre un personaje vulgar y el que ha leído el
libreto y la novela es muestra de la no existencia de la aspirante, salvo en el
delirio del protagonista masculino.
Aprovechando esta situación, el director nos presenta un autoconocimiento
del protagonista que teniendo una vida convencional desea tener relaciones
propias del control y dominación sadomasoquista. El inconsciente aflora a
partir del desarrollo de su obra, descubriendo un gusto por la tensión
psicosexual en un ambiente claustrofóbico con diálogos obsesivos y
fascinantemente inteligentes que producen en el espectador un terror por los
recovecos de la mente, de los que no nos salvamos y que nos pueden llevar a un
cambio de vida, de familia, de entorno o a permanecer encerrados en nuestro
propio teatro con la obra representándose dentro.
El film está lleno de detalles maquiavélicos como “la Cabalgata de las Valkirias” de Wagner, el músico de gusto nazi, en el tono del teléfono móvil de un ser que recuerda al propio Polanski, judío por nacimiento; el contrato de esclavitud por seis meses que tras ser firmado por mor de la propia potestad de la dómine se convierte en “de por vida”, atendiendo a la discusión sobre la libertad real, la propia decisión de las personas que realizan estas prácticas; o el detalle del café que ella primero le arrebata a él en la ficción, le desprecia en la realidad y finalmente se lo sirve ella misma cuando y como ella desea, en una demostración perfecta de control del poder.
La música
se emplea en pocos momentos pero con mucho significado, probablemente el
director la considere tan importante que prefiere no prostituirla como afirma
Manolo García el cantante que fue de “El último de la Fila”, sosteniendo que
hay tanta música y en cualquier sitio, que estamos comprando papel de cocina y
suena una melodía que apreciamos como ruido inherente, despreciando la música
por saturación.
En cuanto
a la fotografía, es obsesiva, opresiva, con contrapicados que muestran la
perversidad propia del personaje dominante, que pueden ser los dos
dependiendo del rol del momento, también hay picados empequeñecedores demostrando el sometimiento del esclavo, ese
picado se va haciendo cada vez más intenso a la par que el personaje está más sometido.
El plano final de Severine/Thomas como una piltrafa humana, atado al cactus
gigante, símbolo fálico, dejado por los autores de la obra western representada con anterioridad, podría ser
un comienzo o un final, el creador de la película no se siente interesado por
lo que le pasa a alguien tras su catarsis, le va cerrando puertas, lo deja dentro,
con su inquietud, su terror, su evidencia, ahí se las apañe….
Ana E.Venegas
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