Las siete de la mañana y ya estaba impaciente, los gozos de años
anteriores me predisponían para un día de emociones para el alma. Subimos la
carretera de San Pedro Alcántara en la esperanza poco realista de no encontrarnos
con muchos “giris” y autobuses a paso de tortuga. Fracaso absoluto, nos tocaron
todos los lentos del planeta, en fin que el ansia se iba amontonando. Cuando
por fin divisamos Ubrique desde el Agua Nueva en Benaocaz, sentí que habíamos
llegado a meta. Recogimos a tres generaciones de Venegas Moreno, mezclados con
Correas, Domínguez, Nieto y Garcías, dispuestos a quemar la calle.
Lo siguiente era el
avituallamiento que no fue empresa simple porque el pueblo estaba felizmente
invadido de artistas y “disfrutones”. Acabamos en el Amanoe, que no sé si se
escribe así, ni tampoco porqué, en fin, que llegamos al éxtasis cuando nos
zampamos un suculento plato de tortas típicas con su correspondiente
chorreoncito de miel, dirigiéndonos con posterioridad a la zona antigua de la
villa, la “Old Town”, ja.
Ya en el Convento nos encontramos a los primeros artistas, Manolo Lobato
estaba entre ellos, preparando su lienzo con figuras geométricas de colores a
lo Mondrian sobre las que esquematizó como bocetadas de los símbolos
arquitectónicos de Ubrique, me pareció una creación ingeniosa. En la esquina
siguiente estaba mi maestro Miguel López Salas, con el que aprendí los
fundamentos del carboncillo y a disfrutar con el color en aquellas clases de la
Escuela Redonda los sábados por la mañana a los que también se acercaban José
Luís López Núñez y Luís Cantos, cuanto les agradezco que me abrieran la puerta
de la creatividad, de la posibilidad, del disfrute de los sentidos…
En la esquina del Convento sentimos la presión del “Over-booking”, y es
que un total de setenta y dos suscripciones se habían recogido para el evento,
no sabíamos a dónde acudir de la cantidad de pintores que recorrían el Rodezno,
las tenerías, la fuente, las inmediaciones del Bar la Parra, muchos y buenos, de
todos los rincones de Andalucía, algunos no los vimos luego en la plaza pues
decidieron no participar en la competición ya que sus obras eran muy elaboradas
y necesitaban más días de trabajo.
Subiendo al Depósito, encontramos a María Clavijo, mi amiga de toda la vida que estaba implicada en dar color a unas flores que se había empeñado en reinventar. Pudimos apreciar distintos enfoques de la plasmación de las espléndidas rocas que conforman la montaña y muchas de nuestras calles y casas de la zona alta del pueblo. La belleza y tonos de estas rocas contrastadas con los blancos nucleares de las paredes y el intenso azul del cielo son fuente de inspiración para numerosos artistas que recurren a su inventiva con el objetivo de conseguir esos matices de color y luz en sus lienzos.
En las cuatro esquinas encontramos al Maestro Agüera con una extraña
composición esquemática en tonos marrones, muy simbolista y perturbadora, ¿el ser-vivo-montaña que protege a nuestro pueblo...?
Decidimos avituallarnos de nuevo entrando en el bar de Cristobal, “Las
Cuatro Esquinas” cuna originaria del concurso de pintura de Ubrique, ahora en
manos de la Concejalía de Cultura que Josefina Herrera concienzudamente dirige
intentando optimizar con pocos recursos, propios de los tiempos de crisis y con
las críticas normales porque hay opiniones para todo. Al entrar nos alegramos
con la escena de José Luís López Núñez, Maestro Pintor donde los haya y con un
estado físico estupendo aunque los cincuenta hace ya “algunos meses que los
cumplió”, ja, nos agrada saber que
podremos contar con él por mucho más tiempo. Estaba con su hijo Casiano López
Pacheco, otro artista plástico y poeta. Es curioso porque era mi compañero de
instituto, también Joaquín Domínguez y Juan Pedro Viruez, aumentando la proporción
ya noticiable de sensibilidades artísticas en una clase de veintitantos
estudiantes.
Los participantes se repartían por el Toledo, la Torre, El Caldereto, la
Plaza la Verdura, la del Ayuntamiento y de nuevo eclosión de pintores en el
Callejón del Norte donde tiene el estudio José Luís Mancilla que retrató a
Isabel, una señora conocida de todo el pueblo y que debe tomar las aguas en el
mismo sitio que José Luís López Núñez porque no envejecen y están en plena
consciencia.
Por la tarde los pintores se fueron aproximando hacia la Plaza del
Ayuntamiento donde dejaron expuestas las obras al público y al jurado, formado principalmente por profesores de arte de la Universidad de Sevilla. Allí
disfrutamos de un ambiente festivo, congregando artistas, aficionados, curiosos
y siendo una excusa “como otra cualquiera, pero ésta mejor” para reencontarme
con amigos de la infancia, compañeros de colegio y familiares con los que hacía
años que no me veía, me gustó encontrármelos a todos porque tienen un aspecto estupendo
y han sabido llevar la vida con habilidades prácticas, los vi en su mayoría
bastantes satisfechos, es para estar contenta y es que como dice mi marido “los
de Ubrique son muy listos, saben hacer una correa de reloj con una pata de
pollo” (El que no lo entienda que se pase por el Museo de la Piel y le pregunte
a Maribel Lobato, su creadora).
Para mí lo de menos es la competición aunque con tan buenos premios
supongo que es un aliciente, porque “los artistas comen”. Lo mejor es el
ambiente festivo, disfrutar de los sentidos, de las obras y de la belleza
natural de la sierra y de la arquitectura típica de los Pueblos Blancos. Muy productiva
fue la discusión entre los asistentes, los que preferían el realismo, lo
figurativo, las luces sobre las paredes y las rocas, las flores o los que se perdían
por las manchas, las distorsiones, los colores planos, el simbolismo, el
minimalismo y la abstracción, una de las más vehementes defensoras de la
pintura tradicional es mi madre, Ana María Moreno, que siempre dice “será muy
bueno pero a mí no me gusta” y se queda tan ancha.
Los niños participaron
haciendo fotos como mi sobrina Elena Venegas que disfrutó captando obras,
manos, pinceles, lugares, u otros chicos
que tenían sus propios lienzos, esa convivencia del arte y el pueblo nos lleva
a tener una apabullante proporción de artistas y de Licenciados en Bellas Artes,
muy por encima de la media nacional.
Hay que resaltar que uno de estos jóvenes fue galardonado, entre tanto
licenciado en Bellas Artes y pintor consagrado, Manuel Janeiro Menacho es un
alumno del Instituto Nuestra Sra. De los Remedios, toda una esperanza en la
cantera.
El IV Concurso de Pintura Rápida Villa de Ubrique fue una vez más un éxito, el primer
premio recayó en Juan Carlos
Porras Funes, con una discutida obra abstracta seguido de otros pintores ubriqueños y de otros puntos de la geografía andaluza. Fueron doce las obras premiadas
más las que se vendieron durante el evento llevándose su recompensa
económica, necesaria porque insistimos, “Los artistas comemos”.
Ana E.Venegas
Ana E.Venegas
Fotos de José A.Correa
Bonito pueblo y bonita iniciativa, por lo que se ve ya consolidada.Enhorabuena!
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