En un escenario desnudo, negro, sin
cortinas ni escenografía, con dos sillas, un mueble escueto una mesa con las
patas para arriba se desenvuelve una historia de historias, una matryoshka en
rojos fresón, el color del vestuario y de todo el atrezzo.
Blanca Portillo, una mujer dolorida, con
herida propia, descubre una exposición de fotografías de la Varsovia ocupada
por las fuerzas del III Reich. Se sumerge y comprende que son imágenes del
Gueto, lo que le lleva a otro misterio, una leyenda entre los supervivientes,
la existencia de un anciano que hace un plano del Gueto con la información que
le aporta su nieta, una niña que se arriesga y pone sus sentidos en contar los
pasos como medida de un plano a escalar.
En cuanto a José Luís García-Pérez, que
conocíamos de papeles menores, en esta obra realiza un trabajo soberbio, hace
de marido en la actualidad, de padre de la niña, de abuelo de la niña, de
trabajador de la galería, de la propia Blanca, de dueño de una tienda de antigüedades,
en fin, un despliegue de recursos de voz, corporales, de expresión que ponen en
pie una historia de historias de gran complicación y profundidad.
El
texto es impresionante, cuanto talento poseen nuestros creadores, Juan Mayorga
lo escribe y lo dirige, una mente privilegiada para no perderle la estela. Y es
que Juan no sólo nos trae una gran historia, nos conmueve con el dolor humano,
las tragedias de la vida, más aún cuando la humanidad se vuelve inhumana y se
fagocita a sí misma, como una enfermedad autoinmune, el corazón se come a los
pulmones.
Sin duda, esta obra de teatro es de gran
nivel, si la vives, si la sientes, ya no puedes seguir siendo la misma persona.
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