“Autorretrato del otro” es la espeluznante
exposición que el Museo Reina Sofía mantiene en el Palacio de Velázquez, en el
Retiro, hasta el próximo ocho de septiembre. Esta muestra nos conmueve
profundamente y nos deja doloridos por más que el surrealismo y la estética Manga
envuelvan un concepto que no puede dejar de perturbarnos porque compete a la
existencia poco humana del hombre actual.
La colección reúne setenta obras del pintor
TETSUYA ISHIDA, setenta que son la mayor parte de su producción, ya que murió
atropellado por un tren a los 32 años, posiblemente de manera voluntaria.
Durante su corta pero torturada existencia
creó un lenguaje figurativo donde un solo individuo joven, repetido y repetido,
se encarna como el joven tipo actual, el que tiene que formar parte de
instituciones educativas para perder su individualidad y fracturarse en piezas
que formarán parte del edificio. Una fagocitación que continuará durante la
etapa laboral del hombre que se convierte en parte de una máquina, parte de una
cadena de montaje, perdiendo igualmente la posibilidad de ser un ser humano y
perteneciendo a la factoría, a la empresa como “Gran Familia” que lo repudiará
cuando no lo necesite. Esta condición deshumanizada, favorable a los intereses
de la producción como engranaje hace que el individuo devenga insecto, pierda
sus cualidades y el aprecio social como tal, el respeto que merece el ser
especial que somos cada uno. Recuerda en este sentido a Gregorio Samsa que
había servido a los intereses de su comunidad familiar y que, al cambiar, al
mutar, fue abandonado a la soledad más alienante pues ya no servía a la
máquina.
Ante esta imagen de ser alejado de las emociones
más comunes, al que no se le permite crear con espontaneidad ni salirse de las
pautas de esta sociedad consumista y productora de consumismo, el hombre queda
aún más desposeído por culpa de las crisis económicas, crisis del sistema, las que
vivió Ishida en los 90, las que hacen perder el sentido del individuo que de
repente no tiene objetivo ni dentro del engranaje. ¿Para qué sirve un tornillo
cuando la producción ha parado?
La obra de Tetsuya Ishida es icónica para
los jóvenes japoneses y es la primera vez que se muestra en Europa, aunque
auguramos que no será la última y que sus piezas que ahora rondan el millón de euros
subirán de precio por su valor artístico y ante la imposibilidad de ser
ampliada.
La acidez de las imágenes, en gran formato
en su mayoría, que Testuya Ishida muestra en el Velázquez se componen de
individuos cortados por el mismo patrón que forman parte de máquinas, de
edificios, de insectos, que están fracturados, aplastados, embalados, metáforas
de una inocencia mordaz, cruel, que se te aloja en el estómago y no puedes más
que sentir una empatía profunda por ese joven que no es más que unos pocos
músculos con articulaciones, asientos, brazos, cuerpos de microscopio, palas de
excavadora.
Hay quien mira la muestra desde los pecados
del neoliberalismo, la “lacra del keynesianismo”, pero este ser en cadena, en
serie, socializado para ser otro ladrillo en el muro, no se aleja tampoco de
esos elementos que forman la colectividad de los países marxistas, ni de la
condición de elemento en las organizaciones tribales o familiares. Habla del
poder de los sistemas sobre el individuo, sobre la pérdida de identidad, la
soledad, la fractura, de encajarnos en el puzle y también, de la posibilidad de
ser una pieza que no encuentra lugar o está repetida, por lo que puede
desecharse sin problemas de conciencia. Esta máquina no está bajo los influjos
del esquema de la CULPA, el individuo sí.
El japonés es un individuo que ha sufrido
como nadie esta marea disciplinaria y productiva, raro es el que se rebela, su
tradición, su cultura los envuelve y los constriñe para que su honor tenga
mucho que ver con la docilidad. De manera que los outsiders en vez de
levantarse o emigrar, o hacer unas barricadas, en muchas ocasiones se
convierten en recluidos en pequeños espacios con una ventana tecnológica, de la
que son tan dependientes, surgen los jóvenes solos, en aislamiento social
agudo, sin contacto de piel, son los llamados “hikimoris”. Aunque también queda
otra posibilidad, la de tirarse a un tren y acabar una existencia que aprecian
como una herida abierta de insatisfacción.
La obra de Tetsuya es virtuosa en la
ejecución, las composiciones son equilibradas, el uso de líneas, el color, el
realismo es a veces fotográfico. Aunque por su carga narrativa ya valdría la
pena el diálogo con las piezas su factura añade solidez a un artista que nos ha
conmocionado como las obras de Edgar Alan Poe o el horror del que hablaba
Joseph Conrad. Porque para qué queremos espíritus, monstruos, extraterrestres o
bacterias violentas cuando el horror parte del propio ser humano y de lo que
hace con el único tesoro que realmente tiene que es la posibilidad de VIVIR. Lo
peor es que el proceso de amoldamiento es tan riguroso que el joven se
transmuta en el objeto, es el objeto, una herramienta, alienado como humano, un
estándar de hombre asalariado, desposeído, encerrado, desorientado y abrazado a
su rol, el miedo a lo desconocido es más amenazador que el soma de una vida sumisa
y miserable pero conocida.
Esta es una exposición imprescindible, sí, Tetsuya Ishida lo consigue, cuando sales del Palacio de Velázquez, caminas por los jardines del Retiro como si parte del peso del mundo te hubiera caído sobre los hombros, pero es un examen médico necesario porque si se conoce, si hemos reconocido los síntomas de la enfermedad que padecemos, lo mismo podemos tomarnos el antibiótico y no dejarla cronificarse.
***Fotografía de José A.Correa
Como dijo nuestro paisano, poco ilustre... In presionante.
ResponderEliminarMagnífico, Ana E.
ResponderEliminarImpresiona ver esta pintura... Algo así intentaba yo en mis primeros tiempos... Pero como veía que me faltaba apredizaje, comencé a pintar lo que mas me gusta Naturaleza, cruda, frita o medio pensionista yyy ahí me quedé... Por ahora al menos.
ResponderEliminarUna pena no poder admirar in situ la muestra, pero gracias a tus atinados comentarios en este blog, una puede hacerse una ligera idea de ese universo pictórico tan personal. Gracias, AnaE
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