Soy una escéptica, lo reconozco, en cuanto un libro huele a best seller
huyo de él como del caimán, pero en esta ocasión he de reconocer mi error y
agradezco a amigos que han insistido en que lea esta obra que para mí tiene el
mérito de ser literaria, al margen de lo conmovedora y reflejo de una época, parece
que superada.
En cuanto empecé a leerla sentí, primero que me había enganchado como
una bellaca y segundo que la novela tenía graves errores gramaticales. En mi aversión
a las novelas de éxito de ventas, tardé en darme cuenta de los recursos que
utiliza el autor para reflejar el uso del español por el hablante vasco, las
particularidades con el leísmo y sobre todo el uso del condicional por el
subjuntivo. Este hecho que no deja de ser anecdótico es un reflejo del esfuerzo
que ha realizado el autor al mostrarnos una realidad vasca, un lenguaje, unas
formas, unos personajes con sus motivaciones personales y que nos resultan
cercanos porque forman parte de nuestra vida, porque el conflicto ha crecido
con nosotros.
La obra cuenta la historia de dos familias en el País Vasco, en momentos
terribles de generación de la violencia, del asesinato, de la infelicidad, el sacrificio,
el lavado de cerebro, la falta de libertad, la deshumanización, las vidas
sesgadas y las inutilizadas, el miedo, el miedo, el miedo. A través de estas
familias conocemos al joven que se integra en grupos violentos y que acaba
siendo un asesino de ETA, una madre que lo justifica todo por amor, un padre
destrozado ante la falta de futuro de su hijo, una hermana que no alcanza a
comprender el odio, un homosexual que no puede ni plantearse ni pedir ayuda en
su proceso de autoconocimiento ante la urgencia de otros acontecimientos, un
asesinado por ETA, un hijo sin vida propia volcado en la amargura de su madre,
una hija escapista del dolor y una esposa-madre muerta en vida.
Fernando Aramburu atesora nueve protagonistas que cuentan sus historias
a veces desde un narrador omnisciente, a veces desde sus propias voces, además
no lo hacen de forma lineal, sino que intercalada, de manera que el lector
siente haber estado en un lugar ya común, pero esperando algo más y desde otro
punto de vista. En cuanto a eso, los puntos de vista, el asesinato del
empresario extorsionado por ETA está contado desde cómo lo vivieron los nueve
personajes, recuerda al efecto Rashomon de Kurosawa.
Esta estructura es una verdadera obra de arte en sí, de una gran
dificultad y maestría pero que al espectador normal y corriente no le supone un
sobreesfuerzo, al contario lo alenta a conocer cómo el mismo hecho se puede
vivir de maneras diferentes. Si de la lectura de un libro debe nacer un
cultivo, no hay duda de que la comprensión y la empatía anida en nosotros con “Patria”,
despertando momentos de misericordia incluso con el propio asesino o con los
que lo protegen.
Sólo hay un personaje que no tiene perdón de Dios y es precisamente el
cura, un cura abertzale que no sabemos dónde ha podido aprenderse los
Mandamientos de la Santa Madre Iglesia, ni cuándo Dios bajó para contarle que
bajo según qué ideales matar no es el Quinto. Recordemos que esta figura no es
ni mucho menos exagerada y que cierto clero vasco se portó muy mal en el
conflicto, no olvidemos al obispo que se negaba a abrir la iglesia para hacer
el funeral de una víctima, ni el apoyo y la disculpa y una serie de
despropósitos que según sus creencias deberán ser juzgadas ante Dios, a ver cómo
lo explican.
Ya sabemos del dolor de las víctimas, de un pueblo aleccionado o acojonado,
ya sabemos de las muertes y también de las vidas desperdiciadas, de familias destruidas
por ser víctimas de extorsión o/u atentados, pero también conocemos las
familias con hijos en la cárcel por decenios, asesinos que ven jugar a la Real
y al Atletic año tras año desde una cárcel, sin futuro, sin proyecto, un
despropósito.
Aramburu no lo dice, pero la tierra no es de nadie, nacer en un lugar es
un accidente, de hecho, él vive en Alemania. Mucho podríamos reflexionar con
este libro, mucho, pero hay algunos que deben quedar abatidos con lo que se ha
hecho en tierras de bien con una población de grandes valores. El final nos da
un resquicio a la esperanza, a que las heridas dentro de muchos años puedan
llegar a curarse, a que un día en esas tierras verdes del norte, la gente pueda
salir a crearse un futuro, disfrutar con todos y de todos, no estar preso del
miedo, del rencor, por ahora, la sangre parece estar aún fresca y con que no se
produzcan más explosiones o tiros en la nuca, nos damos un trecho para sacar la
mercromina e ir poniendo tiritas al alma.
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