
En cuanto empecé a leerla sentí, primero que me había enganchado como
una bellaca y segundo que la novela tenía graves errores gramaticales. En mi aversión
a las novelas de éxito de ventas, tardé en darme cuenta de los recursos que
utiliza el autor para reflejar el uso del español por el hablante vasco, las
particularidades con el leísmo y sobre todo el uso del condicional por el
subjuntivo. Este hecho que no deja de ser anecdótico es un reflejo del esfuerzo
que ha realizado el autor al mostrarnos una realidad vasca, un lenguaje, unas
formas, unos personajes con sus motivaciones personales y que nos resultan
cercanos porque forman parte de nuestra vida, porque el conflicto ha crecido
con nosotros.
Fernando Aramburu atesora nueve protagonistas que cuentan sus historias
a veces desde un narrador omnisciente, a veces desde sus propias voces, además
no lo hacen de forma lineal, sino que intercalada, de manera que el lector
siente haber estado en un lugar ya común, pero esperando algo más y desde otro
punto de vista. En cuanto a eso, los puntos de vista, el asesinato del
empresario extorsionado por ETA está contado desde cómo lo vivieron los nueve
personajes, recuerda al efecto Rashomon de Kurosawa.

Sólo hay un personaje que no tiene perdón de Dios y es precisamente el
cura, un cura abertzale que no sabemos dónde ha podido aprenderse los
Mandamientos de la Santa Madre Iglesia, ni cuándo Dios bajó para contarle que
bajo según qué ideales matar no es el Quinto. Recordemos que esta figura no es
ni mucho menos exagerada y que cierto clero vasco se portó muy mal en el
conflicto, no olvidemos al obispo que se negaba a abrir la iglesia para hacer
el funeral de una víctima, ni el apoyo y la disculpa y una serie de
despropósitos que según sus creencias deberán ser juzgadas ante Dios, a ver cómo
lo explican.
Ya sabemos del dolor de las víctimas, de un pueblo aleccionado o acojonado,
ya sabemos de las muertes y también de las vidas desperdiciadas, de familias destruidas
por ser víctimas de extorsión o/u atentados, pero también conocemos las
familias con hijos en la cárcel por decenios, asesinos que ven jugar a la Real
y al Atletic año tras año desde una cárcel, sin futuro, sin proyecto, un
despropósito.
Aramburu no lo dice, pero la tierra no es de nadie, nacer en un lugar es
un accidente, de hecho, él vive en Alemania. Mucho podríamos reflexionar con
este libro, mucho, pero hay algunos que deben quedar abatidos con lo que se ha
hecho en tierras de bien con una población de grandes valores. El final nos da
un resquicio a la esperanza, a que las heridas dentro de muchos años puedan
llegar a curarse, a que un día en esas tierras verdes del norte, la gente pueda
salir a crearse un futuro, disfrutar con todos y de todos, no estar preso del
miedo, del rencor, por ahora, la sangre parece estar aún fresca y con que no se
produzcan más explosiones o tiros en la nuca, nos damos un trecho para sacar la
mercromina e ir poniendo tiritas al alma.
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