El pasado sábado visitamos al pintor Felipe
Romero en su estudio de Marbella para descubrir que aquí entre nuestras
ilusorias fronteras tenemos a un hombre
del Renacimiento.
Como una invasión, tomamos la plaza a las
diez de la mañana con puntualidad británica. Enseguida descubrimos que la casa
de Felipe está repleta de obras de arte y de genialidades propias de Leonardo
Da Vincci: Inventos y herramientas realizadas ad hoc para cualquier trabajo
casero, de jardín o artístico, muros con piedras fabricadas por él, inventos de
aprovechamiento de energía con material reciclable, ingenios para impedir que
los insectos se coman su fruta ecológica, artilugios de cocina y hasta la casa
que nos contenía, enteramente diseñada y construida por el propio artista.
Lo que habíamos pensado sería una visita de
una o dos horas se convirtió en la aventura de descubrir las obras de Felipe a
través de las habitaciones, pasillos y salones de su casa y para quedar
perplejos completamente al bajar a su estudio. Allí pudimos contemplar cientos
de obras perfectamente conservadas y materiales que ni siquiera conocíamos
porque son de invención propia.
Una vez, un pintor consagrado me dijo que si
quería ver si alguien era un verdadero artista tenía que visitar su estudio. Y
he de decir que si esa es la medida, Felipe le gana la mano a todos los que he
visitado. No es sólo el tamaño, ni la conciencia de las horas invertidas en la
obra, ni las anotaciones investigando en los movimientos pictóricos y sus
representantes, ni la cantidad de máquinas, herramientas, mesas de trabajo o
pigmentos, es la certeza de que toda esa vorágine corresponde a una mente
diversa, alguien que no comprende el mundo como la mayoría de las personas,
alguien que continuamente se pone retos para continuar en una búsqueda que
acaba para parir otra y otra, en un empeño sin fin.
Felipe
Romero nos puede atrapar con sus pinturas hiperrealistas, copias de la realidad
como él dice, pero que encierran millones de pinceladas estudiadas,
aportaciones de varios colores que el pintor aplica sin ensuciarlas lo más
mínimo porque controla la técnica como nadie. Es un perfeccionista obsesivo y
creativo que nos ofrece sus hipnóticos
trampantojos que se salen del formato y nos acercan peligrosamente a la
sensación 3D.
Pero, el gran tesoro de Felipe son sus
abstractos, semánticas encerradas en manchas controladas en lo que parece un
juego de disoluciones que juega con la densidad, las mezclas imposible de
aceites y otros líquidos, los colores y las herramientas ingeniosamente
utilizadas para crear fantásticas creaciones de composición equilibrada, obras
que afectan el estado de ánimo y que aún no teniendo información del origen de
su creación nos estimulan las emociones.
Felipe tiene estas obras colgadas en
paneles con raíles, de manera que se pueden disfrutar con una visita, también
hay muchas otras metidas en cajas o colgadas por las paredes. El caso es que la
sensación de barbaridad no se nos quita del pensamiento, qué barbaridad de
obras, qué barbaridad de belleza, qué barbaridad de talento, qué barbaridad de
trabajo, qué barbaridad de modestia. Si yo fuese capaz de esto me pondría en la
plaza del pueblo a gritarlo para que todo el mundo me apreciara
Texto y maquetación: Ana
E.Venegas
Fotografía: José
A.Correa
Todo un artista!
ResponderEliminarLa verdad mecenas acomplejado. A mi me dicen algunos conocidos q pintó muchos .Pero viendo esto me siento enano. Y ser capaz de pasar del hiper al abstracto. NO todos pueden hacerlo.
ResponderEliminarMagustaooo. El trabajo de la reportera intrépida y su fotógrafo también.
Felipe eres genial, siento gran admiración por tu capacidad polifacética y gran variedad de conocimientos y estilos que manejas con absoluta maestría.
ResponderEliminar