Al autor le encanta el juego, como a Cortázar, juego como instrumento de surrealismo, como
desbarre de su imaginación, como experiencia de lo antagónico, como factoría de contingencias. En la obra provocan discursos contradictorios
y aperturistas en el lector, son tantas las posibilidades... Las comparaciones,
yuxtaposiciones, los símbolos se suceden en un juego que ahonda en el
contenido. Hay uno que el autor se trae durante todo el libro con el lector y
es que llama a los protagonistas con variaciones de sus nombres que ya son
motes de por sí, mostrando infinitas caras del poliedro humano.
La forma es revolucionaria, diálogos
sin guiones, que además ni falta que hacen, una osadía que nos demuestra que
hay más caminos que los ya trillados y que como en los buenos poemas, se ponen de
manifiesto que la forma es parte del contenido, porque lo hace ágil, rápido,
sin pausas, como es el pensamiento o como es el diálogo entre amigos, un paso
más al que ya diera James Joyce.
Por otra parte Mariano consigue repasar el pensamiento contemporáneo en
el arte a través de los gustos y disgustos de los protagonistas, la música, la
poesía, la pintura y todos esos movimientos que surgieron por oposición a la
idea única, por las grandes posibilidades de que el significado sea vario.
Si les gusta la buena literatura, la que te hace pensar, la que te lleva
a tener una buena discusión con el libro, la que da para una tertulia literaria
de altura no dudes en disfrutar de esta obra. Los lectores de historias manidas
y formatos sencillos absténganse, luego no quiero quejas.
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