Hoy os vengo a hablar de un libro que es la ópera prima novelesca del
poeta y antropólogo Mariano Peyrou. Una obra deliciosa sobre las aristas del
ser humano y donde la forma es tan importante que si no estuviera
escrito en prosa pensaríamos que muchos de sus pasajes son líricos. A lo mejor,
lo son…
Una portada expresionista, trazos someros que recortan colores excitantes
dan la entrada a una obra de gran profundidad por mucho que en variadas
ocasiones nos encontremos riendo a carcajadas, el humor es cosa seria. Se trata de un músico que se
reúne un fin de semana con amigos en una casa rural. Allí, sin televisión,
dispuestos a la conversación se desarrollan los temas más profundos del ser
humano, se ponen en cuestión los ideales políticos, la necesidad de ser padres,
lo popular/elitista/mediocre, la socialización, la domesticación social, la
semántica de las cosas, de las palabras como ente físico, como significante,
los juegos como medio de expansión de la libertad, el capital cultural como
riqueza al margen de la herencia pecuniaria, la estupidez de posicionarse en
etiquetas políticas o sociales, la gastronomía y los placeres de Baco, el
sibaritismo, la puesta en tela de juicio de todo lo que se menee y por
supuesto, la imposibilidad de definición del sujeto, porque el individuo está
conformado por muchos, por otros, como tantos otros hay en el mundo exterior a
la persona. Si algo nos queda claro es que “no sabemos nada con certidumbre”.
Para ello, Peyrou se vale de los diálogos de un músico culto con todos los demás personajes y consigo mismo. Tico es un
intelectual que se lo cuestiona todo y al que atormentan ideas de indefinición.
Comparte con una amiga, Pola, que representa al sentido común y una niña que lo
reta con el pensamiento no contaminado. Los comentarios son hilarantes
pero no debemos pasarlos a la ligera porque ellos encierran la tremenda diversidad
de razones, las que son y han sido siempre, las que contradicen a las
anteriores y las que ponen en tela de
juicio a estas últimas. Nada es seguro, hay tantas respuestas como individuos
en sus muchas situaciones. (Si a alguien no le apetecen los tratos con la
policía, que le desaparezca un hijo, a los primeros que llamará será a ellos,
así todo).
Al autor le encanta el juego, como a Cortázar, juego como instrumento de surrealismo, como
desbarre de su imaginación, como experiencia de lo antagónico, como factoría de contingencias. En la obra provocan discursos contradictorios
y aperturistas en el lector, son tantas las posibilidades... Las comparaciones,
yuxtaposiciones, los símbolos se suceden en un juego que ahonda en el
contenido. Hay uno que el autor se trae durante todo el libro con el lector y
es que llama a los protagonistas con variaciones de sus nombres que ya son
motes de por sí, mostrando infinitas caras del poliedro humano.
La forma es revolucionaria, diálogos
sin guiones, que además ni falta que hacen, una osadía que nos demuestra que
hay más caminos que los ya trillados y que como en los buenos poemas, se ponen de
manifiesto que la forma es parte del contenido, porque lo hace ágil, rápido,
sin pausas, como es el pensamiento o como es el diálogo entre amigos, un paso
más al que ya diera James Joyce.
Por otra parte Mariano consigue repasar el pensamiento contemporáneo en
el arte a través de los gustos y disgustos de los protagonistas, la música, la
poesía, la pintura y todos esos movimientos que surgieron por oposición a la
idea única, por las grandes posibilidades de que el significado sea vario.
Si les gusta la buena literatura, la que te hace pensar, la que te lleva
a tener una buena discusión con el libro, la que da para una tertulia literaria
de altura no dudes en disfrutar de esta obra. Los lectores de historias manidas
y formatos sencillos absténganse, luego no quiero quejas.
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