

La crítica de algunas de nuestras socias
deviene de la forma en que Marcela plantea la obra, quizás en un ecosistema
poco creíble y que no profundiza en temas de gran intensidad, aunque eso sí, nos
deja la patata caliente de cuestiones muy interesantes y que necesitan un
debate, como qué pasa con los imperativos de la biología en hombres y mujeres y
cómo acomodamos la supervivencia de la especie a los derechos de las mujeres a
decidir si quieren ser madre, cuanto quieren ser de madre y cómo y quién se
ocupará de la prole.
Ante el conflicto sugerido de que en esto
de la incorporación de la mujer a todos los ámbitos de la sociedad, los hombres
y las mujeres, en general porque hay hombres que enseguida se han subido al
carro y mujeres que seguimos poniendo palos en nuestras propias ruedas, los
hombres y las mujeres, decía, llevan dos velocidades diferentes y esto tiene
consecuencias a la hora de los nuevos roles que todos debemos adquirir y dejar
de imponer. Pero ¿qué sucede a la hora de relacionarnos emocionalmente,
amorosamente, sexualmente? Pues que hay quien no sabe cómo encajarlo y reacciona
con aversión, con miedo, con violencia, con inseguridad, como el doctor del a
novela, encontramos insatisfacciones y carencias emocionales que como seres
humanos no nos hacen infelices. Y es que toda la variedad de mujeres, todas las
representadas por los personajes estereotipos de Marcela Serrano en “El
Albergue de las Mujeres Tristes” necesitamos que nos amen.
Nos puede surgir la duda de si nos estamos equivocando
en el camino de igualdad de derechos, de demanda de supresión de roles
arbitrarios de imposición ancestral. Una socia nos adelantó una sabia
respuesta: cuando dudes, piensa en las mujeres de los países árabes y en
nosotras mismas no hace ni setenta años. Hay una necesidad de cambio, pero
también hay una necesidad de adaptación al cambio que nos lleve a una sociedad
mejor, más justa pero también más feliz.
Para este aislamiento necesario, la autora
elige una isla al sur de Chile, saca a personajes televisivos, mujeres
poderosas, o más comunes del mundo en el que se sienten desbordadas y con
cierta perspectiva que da la distancia y el tiempo para meditar pretende una
curación a través de la palabra, la palabra como vómito de la toxicidad
almacenada, como experiencia vicaria, un uso terapéutico que entre mujeres se
pude llevar con cuatro conversaciones a la vez, porque no es tan importante que
te oigan como poderse expresar, drenar el absceso infectado.
Esta obra fue para muchas tertulianas una
delicia, con un español de Chile delicioso (un poco cursi para otras,) en la
que se respira un universo femenino y en la que podemos apreciar la complejidad
de la mujer, las que estamos a la espera de gestos, detalles, como el que espera
los frutos, por eso también la mujer se siente fracasada y defraudada a diferencia
de los hombres porque los frutos no llegan o no lo hacen como queremos, como
hemos fantaseado sobre ellos.

Hay algo que, por más que cada sexo tenga
sus particularidades y esta nueva situación haya que digerirla, es inexcusable,
pero el hombre debe tener como prioridad el respeto a la mujer, la mayoría lo
hace, deben atender a su yo evolucionado, exigirle control. Somos dueños de
nuestros actos, los animales tienen pulsiones y son necesidades, nosotros
tenemos el regalo de la moral y la inteligencia, podemos hablar, pedir y
también podemos aceptar la negativa y cambiar de dirección.
Es cierto que la novela no soluciona nada,
puede dar la sensación de que se ha perdido el tiempo con ella, pero plantea
problemas, muestra situaciones que los documenta, pero esto es una novela no
una tesis doctoral y si lo que pretende es producir emociones, dejarnos dudas,
crear conflicto, motivar discusión… Señora escritora, usted lo ha conseguido.
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