Esta pequeña novela o casi “novella” tiene
la virtud de narrar los acontecimientos vitales de dos mujeres, los que nos
llevan a reflexionar si pueden existir impulsos incontrolados que mueven a
cualquiera de nosotras en un lugar y momento justo. Y lo que es más profundo, que
esta sociedad que nos juzga por nuestras acciones puede no estar tan capacitada
moralmente para hacerlo.
La estructura de la narración es muy
ingeniosa, en un hotel en Montecarlo una señora abandona a su marido e hijas al
parecer víctima de un impulso repentino e irrefrenable. Como es lógico, las habladurías se suceden y
los juicios crueles se ceban contra la adúltera. Sin embargo, hay un hombre que
alaba la valentía y se siente incapaz de condenar a la fugada. Gracias a esta
acción el autor consigue meter una segunda trama en la que éste hombre que
funciona como narrador testigo es interpelado por otra señora que le cuenta la
historia realmente conmovedora de la obra.
Mediante este hecho, esta señora de clase
alta y de moral aparentemente intachable, confiesa su momento impulsivo, años atrás,
cuando estuvo a punto de dejar a su familia, su honor y todas sus relaciones
por seguir a otro hombre. Esta locura transitoria duró un día, 24 horas, y no
se frenó por la sensatez de la mujer, sino por la incapacidad del amado para
querer a nadie más que a su dependencia al juego.
La ludopatía es otro tema escalofriante del
pequeño libro que en mi opinión contiene un tesoro de reflexiones. Una de ellas
es la debilidad y cómo un ser absolutamente encantador se transforma en una
alimaña movido por la química que su propio cuerpo produce cuando juega, cómo
es incapaz de percibir la entrega más irracional de parte de la mujer y cómo
miente, jura y defrauda a los que más lo quieren. Por este motivo he tenido en
mente todo el tiempo la gran obra de Dostoievski, “El Jugador”, que tan
profunda emoción causó en mí cuando la leí con poco menos de veinte años.
La narración es una maravilla y llega a su
punto culmen en la descripción de las manos del ludópata ante la ruleta. No se
la pierdan, sobrecoge, te hace sentir y en momentos en que tenemos tantos
estímulos que nos convierten en seres insensibilizados es necesario sentirse
persona.
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