viernes, 23 de enero de 2015

“24 Horas en la Vida de Una Mujer” de Stephan Zweig

    Esta pequeña novela o casi “novella” tiene la virtud de narrar los acontecimientos vitales de dos mujeres, los que nos llevan a reflexionar si pueden existir impulsos incontrolados que mueven a cualquiera de nosotras en un lugar y momento justo. Y lo que es más profundo, que esta sociedad que nos juzga por nuestras acciones puede no estar tan capacitada moralmente para hacerlo.

    La estructura de la narración es muy ingeniosa, en un hotel en Montecarlo una señora abandona a su marido e hijas al parecer víctima de un impulso repentino e irrefrenable.  Como es lógico, las habladurías se suceden y los juicios crueles se ceban contra la adúltera. Sin embargo, hay un hombre que alaba la valentía y se siente incapaz de condenar a la fugada. Gracias a esta acción el autor consigue meter una segunda trama en la que éste hombre que funciona como narrador testigo es interpelado por otra señora que le cuenta la historia realmente conmovedora de la obra.

    Mediante este hecho, esta señora de clase alta y de moral aparentemente intachable, confiesa su momento impulsivo, años atrás, cuando estuvo a punto de dejar a su familia, su honor y todas sus relaciones por seguir a otro hombre. Esta locura transitoria duró un día, 24 horas, y no se frenó por la sensatez de la mujer, sino por la incapacidad del amado para querer a nadie más que a su dependencia al juego.

    La ludopatía es otro tema escalofriante del pequeño libro que en mi opinión contiene un tesoro de reflexiones. Una de ellas es la debilidad y cómo un ser absolutamente encantador se transforma en una alimaña movido por la química que su propio cuerpo produce cuando juega, cómo es incapaz de percibir la entrega más irracional de parte de la mujer y cómo miente, jura y defrauda a los que más lo quieren. Por este motivo he tenido en mente todo el tiempo la gran obra de Dostoievski, “El Jugador”, que tan profunda emoción causó en mí cuando la leí con poco menos de veinte años.


    La narración es una maravilla y llega a su punto culmen en la descripción de las manos del ludópata ante la ruleta. No se la pierdan, sobrecoge, te hace sentir y en momentos en que tenemos tantos estímulos que nos convierten en seres insensibilizados es necesario sentirse persona.

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