Maravillosa narración de una saga familiar
durante los siglos XIX y XX, desde Odesa, a París, Viena e incluso Japón,
siguiendo la pista de unos delicados objetos de arte llamados Netsukes, para
presentarnos varios conflictos bélicos, varios movimientos artísticos, un
retrato social y la persecución del pueblo judío. Es una historia de la pérdida
y la ganancia, de la belleza y de los que la hacen posible.
Los Netsukes son unas pequeñas piezas, del
tamaño de una caja de cerillas. Los japoneses la ponían en el extremo de la
cuerda de la “bolsa” que se enganchaba a su fajín, para impedir que se cayera.
Los hubo muy bellos y de muy variados materiales: de hueso, madera con piedra incrustada,
metales… Puestos a ser preciosistas los nipones son ejemplares, así que la
riqueza de estos pequeños objetos se hizo merecedora de la atención de los
coleccionistas adinerados de la Europa de final del siglo XIX, creándose colecciones
tan interesantes como la de la familia Ephrussi, protagonista de nuestra saga.
Edmund de Waal, el autor, es un Ephrussi que
ha perdido su apellido como es habitual en la cultura anglosajona al no
respetarse el de la madre. Así, que tras la muerte de su tío-abuelo Iggi, que
vivía con su pareja homosexual en Japón, recibe como herencia lo poco que queda
del patrimonio de su familia, 264 Netsukes que había coleccionado Charles
Ephrussi cuando llegó de la antigua Rusia huyendo de los Pógromos y de la
presión antisionista.
De esta forma, el autor, como descendiente
comienza una peregrinación por los asentamientos donde ha vivido su familia, se
documenta y nos narra unos hechos que convulsionaron esa etapa de la historia de
Europa, como la huída de los judíos de Rusia y el asentamiento en otras
ciudades como París, donde hicieron fortuna gracias a sus negocios de banca.
Con mención especial a Charles Ephrussi que reunió la colección iniciando un
gusto por el japonismo que se extendió a los impresionistas, con los que tenía
relación y a los que compró muchas obras. Tenía relación con Renoir, Degas,
Monet, Manet y escritores como Marcel Proust.
La colección viajó a Viena como regalo de
bodas, lo que nos permite conocer los palacetes de la familia, su relación con
la sociedad vienesa y ver la trasformación hacia el odio al “judío” que se fue
generando en la primera mitad del siglo XX en muchos países del Viejo
Continente. El peregrinaje se hace un camino hacia la pérdida de poder, de medios
económicos de la familia, vemos la decadencia de una dinastía.
En mi opinión por mucho que el autor diga
que no se siente cómodo como escritor, pues él es ceramista, gracias a su
sensibilidad hacia estas pequeñas esculturas y al arte ha conseguido acercarnos
a un punto de vista distinto del arte moderno y de sus creadores, al prisma del
hombre adinerado tan sensible que pudo ver lo que otros muchos tardaron años.
Por otra parte su lectura es deliciosa en
descripciones de estos y otros objetos, nos permite apreciar la belleza en lo
pequeño, lo que detecta el tacto refinado, los ojos educados. Sin embargo
comprendo, que aunque su lectura es fácil, para apreciarlo en su auténtica
importancia y disfrutarlo sería conveniente amar el arte y conocer la pintura,
la escultura e incluso la literatura de estos tiempos.
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