La obra está escrita engañosamente como una
epístola dirigida a Marco Aurelio, elegido por el propio Adriano como su
sucesor para gobernar un imperio que había tocado techo. En realidad la autora
nos presenta el estudio humano de un ser que se sabe justo al haber cumplido
con todos los valores que él mismo siente como imprescindibles en el ser que
dirige un imperio. Adriano fue un hombre culto, conocedor del pensamiento
griego al que veneraba recuperándolo, un estratega del poder que comprendió que
su imperio moriría manteniéndose a sí mismo y que quiso frenar su decadencia poniendo
fin a las conquistas de territorios, de ahí la decisión de no luchar más en el
norte de Britania y hacer el muro que llevó su nombre.

Con esta novela somos obsequiados con una
gran cantidad de hechos históricos y mucha naturaleza del hombre. Adriano era
un hombre empático, trabajador, noble según su concepto de valores. Contribuyó
a mejorar la vida de los esclavos, a hacer hombres libres, a parar la guerra,
era un ser comedido en la bebida y en la comida, austero en riquezas,
perfeccionista, complejo y atormentado; pero era emperador y bisexual y también
incluía en sus actitudes declarar guerras para llegar a la paz, mandar matar a
personas que pusieran en peligro su imperio y tenía un concepto de la
sexualidad que nos puede resultar incluso delictivo por sus relaciones con
menores. Pero el conjunto de su ser, lo que él veía de sí mismo con sus propias
reglas era un emperador justo, perfecto para la “cosa pública” y un hombre que
tenía derecho a ejercer sus relaciones amatorias como le apeteciera. De esta manera
la autora reivindica que se puede ser un buen gobernante, escritor o cualquier
otra profesión independientemente de la opción sexual de cada uno, esta obra es
un llamamiento al respeto de la diversidad sexual y de otro tipo de valores.
Otro tema importante en la obra es la
invisibilidad de la mujer, teniendo en cuenta que está escrita por una mujer
que tenía el control de su vida, su economía y sus relaciones. Este era un
mundo de hombres, sólo la mujer del emperador Trajano ejerció su autoridad en
la presencia de los españoles en Roma, por lo demás, los poderes y las
decisiones eran cosa de hombres.
Esta obra es una joya en cuanto a la
documentación empleada, la estructura que muchos momentos parece más un ensayo que
una novela, pero también lo es por la semántica actual que encierra y por su
prosa elaborada que parafraseando a Juan Marsé descubrimos en cada frase a
miles de chinos trabajando en un ferrocarril muy elaborado. A mí me parece
soberbia especialmente la documentación teniendo en cuenta los tiempos y los
medios en que la realizó la autora.
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