Hoy os
traigo la biografía novelada de una niña que llenó periódicos, televisiones y
quedó grabada en nuestra historia por aquellos años setenta del pasado siglo
que tanto marcaron a la generación a la que pertenezco. Todavía recuerdo los
ejercicios en barras asimétricas, perfectos. Yo quería ser esa niña porque
quería que mi padre, que veía aquellos Juegos Olímpicos de Montreal a mi lado,
estuviese tan orgulloso de mí como lo estaría el padre de aquella chiquilla
perfecta.
Luego
crecí, también lo hizo Nadia Comanecci, ya no quiero ser ella aunque sigo
fascinada por su historia, porque es historia
de mucho sacrificio, de mucha hambre, de obedecer con disciplina férrea y de
haber sido utilizada por la Rumanía de Ceaucescu que la convirtió en un icono y
por el dinero en el paraíso occidental.
La biografía,
aunque interesante no abre nuevas vías de conocimiento, de hecho, todo lo que
cuenta ya lo sabíamos, y es que Lola Lafon ha recopilado su documentación de
material publicado en la prensa, esto no quita que haya realizado un gran
esfuerzo de recopilación.
Lo que
sí merece la lectura es la forma en que la autora desgrana los hitos más
importantes de la biografía de la Comanecci y cómo rellena los huecos,
novelando lo que posiblemente fue la historia más particular y privada de Nadia.
Aun así, he de reconocer que me quedan muchas interrogantes y nunca he
comprendido al personaje, no consigo saber si le gustaba su vida, si mereció la
pena el esfuerzo, por qué no se fue antes de Rumanía y por qué se escapó cuando
ya agonizaba el régimen del padre del que supuestamente fue su amante, o
acosador, o abusador de poder, no nos queda claro, ¿es un defecto del libro?,
habrá diferentes opiniones, creo que la autora no ha querido faltar a la verdad
y ha tenido la prudencia de no inventar más allá de lo permitido por la veracidad
de la figura de Nadia y que la incomodidad que produce no tener la imagen
completa, puede llegar a ser una virtud si nos moviliza a investigar, a
reflexionar, a imaginar.
La
novela nos recuerda o nos lleva a esa época del Telón de Acero, de los países
de la onda comunista, los aliados de la URSS, sus organizaciones, sus desfiles,
sus carestías y las muestras de que su sistema funcionaba, aunque como se ha
demostrado tenía grandes defectos, también el nuestro. Es por un motivo
político que se utiliza la imagen de la pequeña gimnasta, para demostrar al
mundo cómo se consigue la excelencia si se sigue ese modelo, y es también por
política que se ocultan los grandes abusos, la cosificación de la infancia y la
corrupción que encierra cualquier tipo de poder que no esté fiscalizado hasta
lo más profundo.
El
relato también nos trae a la memoria a tantas personas que consiguieron escapar
del aura soviética, atletas, músicos, intelectuales, científicos que sentían
que el ser humano necesita libertad e incentivo para desarrollarse pero que, de
alguna manera, también sentimos que fueron propaganda del oeste, la prueba
fidedigna de que los países del este y su tirano comunismo conculcaban los
derechos más básicos del ser humano que pasan por todas las vertientes de la
Libertad.
La
cosificación de la infancia queda sobre el tapete, además, no es un pecado que
cometieran en especial en el régimen de Ceaucescu, la utilización de los niños
como pequeños adultos ha estado y está extendida, para sus desgracias y nuestra
vergüenza. Los niños y niñas son unas monadas capaces de torear, cantar, sacar
dieces en las barras asimétricas y otras perversiones no menores que continúan
dándose en muchos lugares, a los que, por cierto, acuden a disfrutar ciudadanos
de nuestros países civilizados. Y una vez más, cuando la monada crece, cuando
el cachorro de Golden Retriever deja de ser un peluchito blanco y desarrolla
una mandíbula con caninos de tres centímetros, sencillamente apartamos la
cámara y enfocamos otra atracción que venda bien. Claro que ni un perro es un peluche
ni un niño ni una niña dejan de tener sentimientos y necesidades porque “la
magia se haya acabado”, y ¿cómo quedan esas personas que han sido el centro de
atención que han perdido su infancia trabajando, entrenando, haciendo
sacrificios? Ahora, que le ponemos nombre a todo y remedio a poca cosa, les
llamamos “muñecas rotas”.
La
autora cuenta que cuando Nadia creció cayó en las zarpas de un depredador conocido
por sus juergas y su vida cara, en un país donde la gente pasaba graves
problemas de hambre y frío. Nicu Ceauciescu, el hijo del dictador y la
Comanecci tuvieron una relación, se cree entrever a través de las líneas que no
era satisfactoria, pero con mucho subterfugio, de nuevo no sabemos si la
protagonista estuvo con él por su gusto, porque se abandonó la la buena vida o
por obligación y si finalmente se escapó de Rumanía gracias a información
reservada conseguida por sus “amistades” o porque pudo escapar de las garras de
esta familia que gobernó un país del ala soviética pero sin perder la
soberanía, una cuestión interesante a mi entender.
Cuando
Nadia llegó a Estados Unidos fue considerada un trofeo, la niña por la que
tuvieron que rehacer los marcadores para que pudieran dar un diez, el orgullo
comunista, se había escapado y de manera épica había conseguido llegar al
centro neurálgico de la Democracia y las Libertades. El dinero no se casa con
nadie y menos con Nadia, los paparazis la persiguieron y los artículos
señalaban el fracaso el régimen comunista.
En fin,
tenemos una galería de obviedades que no nos sorprenden pero que hasta cierto
punto pueden interesar por el hecho emocional de que el tiempo de Nadia fue el
nuestro, o por lo menos el mío y el de una generación extensa. Además, tiene el
atractivo de hacernos reflexionar sobre temas como el abuso de la infancia, la obsesión
actual por el deporte, el deporte de competición, aquellos años del Telón de
Acero y los Medios de Comunicación como negocio.
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