Esta es una
novela corta que puede abanderar perfectamente al escritor francés. En ella
viajamos a la memoria, recorriendo el París de los 60s, a través de personajes
bohemios que se atienen a la ley del “eterno retorno” por la evocación de sus
vivencias en una de esas zonas neutras que hay en todas las ciudades.
En el Café Condé,
zona neutra donde las haya, se reúnen escritores, estudiantes y personajes
singulares cuya único punto de intersección es ese lugar, donde pasan mucho e intenso
tiempo en un espacio de sus vidas. Las personas solitarias, desarraigadas,
enigmáticas y tristes tienen un sitio en esa zona neutra donde se convierten en
un aderezo exótico, Louki es ese personaje que marcó a todos, como parte del
café y cuyo final no es más final que el de las relaciones de todos ellos en
ese lugar tras el paso de los años. No hay pasado, no hay futuro, sólo la
memoria es capaz de poner en marcha la ley del eterno retorno de la que “apologaba”
Nietzche.
La obra puede
parecer más o menos excitante, a mí me ha apasionado la cartografía de París,
el callejeo por los lugares de vagancia de Louki y sus puntos de confluencia
con los demás personajes. También me ha sorprendido el uso de los distintos
puntos de vista en la narración, cuatro narradores conforman la historia de un
tiempo que miran con nostalgia, en un lugar marcado por la tragedia de un
personaje que no supo vivir fuera de esas zonas neutras bohemias, que se curan
con la edad y la adaptación a los mercados y las familias.
Louki no es uno
de ellos pero habita la misma zona, los otros, son artistas, estudiantes,
viviendo una juventud de excesos por diversión, ella, es un ser desubicado,
errante, no conocemos si tenía alguna ocupación, sólo sabemos de su soledad
personal y de su alivio con estupefacientes y huídas. Su final impresionó a los
narradores-espectadores de le Condé, pero no por eso era menos lógico. Me
recuerda al sentimiento que dejó en mí “El Extranjero” de falta de solución, de
aceptación existencialista, dura, cruda pero habitual y quizás enormemente deshumanizada.
Me parece una
lectura muy interesante, por la estructura contada desde cuatro puntos de
vista; por el protagonismo de una ciudad de la misma intensidad que Pessoa hace
con Lisboa o Joyce con Dublin, paseando mentalmente por calles, sintiendo las
esquinas; y por el descubrimiento de unos personajes temporalmente bohemios y
una protagonista eternamente desubicada.
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