lunes, 21 de febrero de 2011

FERNANDO DE NORONHA - BRASIL

FERNANDO DE NORONHA - BRASIL
Fernando de Noronha es un grupo de 21 islas volcánicas a 340 millas de Recife, Pernambuco, que fue declarado Parque Marino Nacional desde 1988, para proteger la vegetación así como también la tierra y la vida marina. En realidad no es correcto catalogar a Fernando de Noronha como una playa, porque es de hecho un grupo de islas con muchas playas, pero nosotros en Mejores Playas decidimos hacerlo porque sería injusto no incluir el lugar más hermoso en el país entero, y una de las 10 mejores playas del mundo en este ranking.

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En Fernando de Noronha no hay grandes hoteles ni apartamentos. Las playas paradisíacas que la orlan están permanentemente semidesiertas. Por las noches, de diciembre a mayo, las inmensas tortugas verdes salen del mar a poner sus huevos. Por el día, cientos de delfínes rotadores entran en la Bahía de los Golfinhos y nadan con los escasos bañistas. La isla posee leyes que limitan la entrada de turistas y gravan su permanencia con una ecotasa diaria, de tal manera que nadie pueda quedarse demasiado tiempo en el paraíso, a excepción, claro está, de sus 2.700 habitantes fijos.
Sí, se trata de un paraíso al que sólo entran los justos. Las autoridades del estado de Pernambuco lo tienen muy claro: ciento ochenta mortales diarios, ni uno más. Hasta hace bien poco sólo tenían acceso sesenta afortunados que reservaban con antelación sus plazas en los dos únicos avioncitos que llegaban diariamente a la isla desde Recife y Natal. Hoy sigue habiendo un vuelo diario desde cada ciudad, aunque los aviones son un poco mayores. Muy poco todavía para un destino con el que sueñan millones de ecologistas y amantes de la naturaleza de todo el mundo. Pero el problema es insoluble: la capacidad de la isla para absorber una población flotante se limita a quinientas plazas.
¿Qué tiene de especial este archipiélago de diminutos islotes perdidos en medio del Atlántico? Posiblemente nada, excepto el grado de preservación de su naturaleza y sus aguas. En pocos lugares del mundo las cosas son tan idénticas al pasado como aquí. Nadie puede evitar la nostalgia de unas aguas puras, de unos paisajes incontaminados, de unas playas limpias y solitarias, de unas edificaciones sencillas, perdidas entre el verde esplendoroso, de unos senderos de tierra que se recorren pausadamente... Fernando de Noronha, con sus veinticinco islas deshabitadas, encarna el sueño secreto e imposible de muchos urbanitas estresados y divorciados del silencio para siempre. También es un símbolo del ecologismo y un paraíso submarino para buceadores de los cinco continentes.

Lujurioso Morro do Pico

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Pocos saben, sin embargo, que lo que pisan cuando transitan por sus veredas es, en realidad, la cima de una montaña submarina que asienta su base miles de metros más abajo, en las profundidades de la fosa Atlántica. El Morro do Pico, como llaman los lugareños a una formación rocosa fálica que brota de la montaña como un afilado canino, es una elevación característica de la isla que se divisa desde cualquier punto y constituye la cima de una gigantesca formación volcánica que las pacientes caricias del océano han terminado por convertir en un paraíso de playas inigualables y lujuriante vegetación.
Asomarse al mar sobre los viejos cañones desde lo alto de la Casa del Gobierno, en Vila dos Remedios, una población escasamente digna de tal nombre, devuelve al viajero inevitablemente a un pasado de piratas y presidiarios. La empinada ladera que desciende hasta la playa del Cachorro es la misma que subían los filibusteros franceses y holandeses que ocuparon alternativamente la isla hasta el siglo XVIII en que fue convertida en prisión y defendida con diez fuertes.
Los primeros moradores fijos de la isla fueron los familiares de los presos que observaban buena conducta y podían gozar del privilegio de la compañía de los suyos. Muchos terminaron quedándose a vivir allí después de la condena. Durante la dictadura se convirtió en destino forzado para numerosos presos políticos. Más tarde, los americanos establecerían una base militar de seguimiento de misiles, hasta que en 1988 fue devuelta al estado de Pernambuco. En la actualidad, está considerado un destino turístico de primer orden que el estado brasileño ha convertido en abanderado del turismo ecológico. Las dos terceras partes de la isla son un parque protegido que incluye las aguas del litoral hasta cincuenta metros de profundidad.

Hermosa bahía de Sancho

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La única carretera asfaltada va desde la playa del Sudeste hasta el diminuto puerto, en el otro extremo de la isla y no tiene más de cuatro kilómetros de longitud. El método de transporte más habitual es el coche de San Fernando (un rato a pie y otro andando), aunque también se pueden alquilar pequeñas motos y buguis. El terreno es irregular y elevado, de manera que cada vez que uno se acerca al mar se encuentra con magníficas atalayas y miradores sobre las playas, a las que no siempre resulta fácil acceder. A una de las más hermosas, la bahía de Sancho, solo se puede llegar por una estrecha chimenea vertical donde se ha instalado una escalera fija de hierro que pocos se animan a descender.
Apenas existen núcleos de población. Las viviendas están diseminadas por el paisaje, asomándose al mar desde lugares estratégicos o buscando el resguardo de las vaguadas. Todas son construcciones sencillas de una sola planta, la mayoría dedicadas a albergar turistas. Muy cerca de los galpones de la antigua Base Norteamericana, hay un Centro de Visitantes, un ágora cultural donde diariamente se imparte doctrina ecologista y se proyectan diapositivas sobre las aves, los delfines, la fauna y la flora de la isla.
La temporada alta se sitúa entre diciembre y marzo. En esa época es muy difícil conseguir plazas, a menos que se reserve con gran antelación. Pero Fernando de Noronha es quizá más atractiva cuanto más tranquila esté.

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