El Educador Social es una profesión que
matiza la personalidad del que la ejerce y que marcha paralela a la persona
independientemente de la actividad que esté realizando. Es en ese “je ne sais
quoi” donde los demás perciben algo especial en nosotros, un algo que tiene que
ver con los temas que nos preocupan, nuestras formas de hacer y nuestro tamiz
por el que mirar al mundo.
A veces ni yo misma me doy cuenta cuánto de
mi subconsciente está escaparatado en mis artículos y en mis libros. Y son
muchas las ocasiones que mis lectores me han preguntado: ¿Porqué escribes sobre
temas tan controvertidos?, ¿Cómo se te ocurrió hacer una investigación sobre el
BDSM o sobre Las Sombras de Grey?, ¿otro libro de personas con diversidad
sexual? También son muchos los que tras leer “Quimera Bipolar” argumentan que
ahí, sin intentar dar lecciones, hay mucho de social y muchas historias para
reflexionar. Una vez que alguien ha leído algunas de mis historias del pseudohéroe
ciego, no le queda otro remedio que sentir que la escritora es alguien con
mucha sensibilidad hacia las diversidades y hacia las vulnerabilidades, las que
mueven a todo Educador Social.
Pero los hay que encuentran al Educador
Social en Nosotros en otros ámbitos. ¿Cuántas veces hemos empleado técnicas de
resolución de problemas o nos hemos visto instruyendo a personas fuera de
nuestro ámbito profesional?, hay gente que cuenta con nosotros como con un
recurso, amigos, familiares que por nuestras habilidades sociales nos buscan
para poner paz o razón. Incluso nos intentan localizar como si fuésemos un
catálogo de recursos: —Hola Ana, que tengo un problema, ¿dónde tengo que ir a
pedir ayuda?
El Educador Social es también un Animador
Social y si en alguna ocasión ha utilizado técnicas para la dinamización de
grupos es siempre bienvenido/a en cualquier reunión. En mi caso es común que
inicie fiestas con alguna actividad para que los invitados se conozcan,
colaboren y se encuentren al cuarto de hora como en otras fiestas cuando está
acabando. Sin embargo, las actividades lúdicas no las comprendemos sin
contenido, cada vez más me veo como apoyo de actividades como cineforums,
performances, tertulias literarias o recitales poéticos. Eventos en los que
además de diversión se utilizan las artes para reflexionar, para compartir y
para crear una opinión más evolucionada. Lugares de encuentro donde la empatía
logra cotas máximas de producción intelectual. El resultado es que alrededor
nuestra se encuentran personas sensibles e implicadas, como en una onda
expansiva que demuestra que el ser humano puede divertirse y estar comprometido
a la vez.
Claro que donde vemos la importancia real
que tenemos y que nosotros no somos conscientes de ello, donde nos llenamos de
satisfacción es cuando nos encontramos con un alumno, uno que ha pasado por tu
servicio en momentos difíciles y te cuenta que se ha recuperado, que ha
encontrado trabajo, que ha mejorado la convivencia con su familia, y te mira,
con esa cara de agradecimiento y de admiración con la que yo miraba a mis
mejores profesores y profesoras cuando era pequeña. Nos atribuyen una grandeza
que probablemente tengamos, al menos a ratos,
pero que nos da pudor admitir.
Texto: Ana E.Venegas
Fotografía: José A. Correa
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